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Columna
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La escalera, abolida

En un libro excepcional, Réquiem por la escalera, publicado por RqueR Editorial, âscar Tusquets rememora una brillantísima disertación de uno de sus maestros, Pedro Sostres, en la que ponderaba lo que significó para la historia de la arquitectura y de la humanidad el descubrimiento y construcción de planos horizontales. Mantenía que se trataba, sin duda, de una aportación de la creatividad humana porque como superficie transitable esa geometría plana es inencontrable en la naturaleza, salvo en el agua en reposo sobre la cual ha sido imposible andar exceptuado el caso que refieren los Evangelios.

Aquel profesor de la asignatura hacía imaginar a sus alumnos cómo el hombre (ahora diríamos el hombre y la mujer), una vez desentendido del engorro de caminar con la atención requerida para salvar los accidentes del terreno, pudo en adelante simultanear la acción de pasear con la de sumirse en sus propios pensamientos y dar así en la afición a los razonamientos abstractos que le acabaría llevando hacia la filosofía.

Recuerda Tusquets que hacia el final de su lección magistral, Sostres hizo descubrir a sus estudiantes que si construir superficies planas para desplazarse horizontalmente, lejos de ser una obviedad, había requerido un acto creativo, cuánto más lo sería imaginar una serie de planos horizontales en crecientes niveles sucesivos para desplazarse también sin sorpresas en sentido vertical. Es decir que, en suma, construir escaleras había constituido un hito arquitectónico y cultural de primera magnitud.

El arte de escalar, que otros denominan el arte de medrar, ahora se practica conforme a las pautas del manual del trepador

Subraya enseguida Tusquets la razón que asistía a Sostres para sostener que la escalera es un invento fabuloso y cómo bastan a convencernos apenas unos cuantos escalones, tallados en el camino empinado por el que intentamos ascender. Pero va más allá al añadir que a su entender la escalera ha sido también una pieza arquitectónica fascinante a la vez que dificilísima y se atreve a decir con pleno acierto que ha sido quizás el elemento que ha dado lugar a los espacios más memorables del arte de la arquitectura.

Llegados aquí, es el momento de coincidir con nuestro autor. Porque de los edificios podría decirse aquello de por sus escaleras los conoceréis.

Los palacios, los grandes teatros de la ópera, los grandes monumentos religiosos o de cualquier otra índole se distinguen por sus escaleras. Además, la escalera formaba siempre parte de las ceremonias más solemnes y de los cortejos sociales más admirados. Tanto en la vida real como en el cine, donde las secuencias de algunas actrices bajando las escaleras permanecerán para siempre en nuestra memoria. Ahí está Olivia de Havilland en el papel de Escarlata O'Hara en la mansión de Tara si hiciera falta para confirmarlo. Subir y bajar las escaleras llegó a ser todo un arte, sin cuyo dominio nadie podía ser tenido en cuenta en la buena sociedad.

Entonces, qué ha pasado, se pregunta Tusquets, para que todos estos fulgores estén en vías de extinción, para que en nuestros días la escalera haya dejado de ser una de las pruebas definitivas del genio del arquitecto y se haya degenerado hasta la condición de espacio de servicio, funcional, marginal, aislado, con el mismo tratamiento que se da en los nuevos edificios al cuarto de calderas o a la maquinaria de refrigeración. A su entender, las razones fundamentales se encuentran en el recurso creciente a la comodidad sin esfuerzo del ascensor, a la rigidez de las normas contra incendios que tienden a considerar la escalera como el tiro que incentiva el fuego declarado y a la proliferación de rampas como alternativa políticamente más correcta en aras salvar barreras que dificultan el tránsito a quienes padecen discapacidades motoras.

Todos estos lujos proporcionados por la contemplación de la escalera y el decisivo examen que podía hacerse de la forma en que eran subidas o bajadas están casi desaparecidos en beneficio como se ha dicho del ascensor y de la rampa, aparte de que el arte de escalar, que otros denominan el arte de medrar, ahora se practica conforme a las pautas del manual del trepador compuesto anticipadamente por Maurice Joly (véase edición de Galaxia Gutenberg).

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