Empresarios versus profesionales
Los profundos cambios a que se enfrentan determinadas actividades, como la mediación de los agentes y corredores de seguros, suponen importantes retos, según el autor, que reflexiona sobre las diferencias y semejanzas entre los profesionales y los empresarios
Cuál es la diferencia que existe entre la actividad profesional y la empresarial? Evidentemente no son idénticas, aunque en muchas ocasiones resulte realmente difícil diferenciarlas. Sobre ello reflexionamos en el Congreso Reto: Profesión y Empresa, organizado por el Colegio de Mediadores de Seguros. Como tantos otros, el sector de la mediación se ha basado en una actividad profesional desarrollada por una red de agentes y corredores de seguros. Pero los hasta ahora profesionales se encuentran ante sí el enorme reto de adaptarse a profundos cambios: tendencia a la concentración, excesivos operadores en el mercado, creciente competencia, márgenes decrecientes, necesidad de mayor tamaño o de mejor especialización.
En muchos casos, la estructura de empresa garantizaría una mejor supervivencia que la tradicional fórmula profesional. Surge entonces la duda. ¿Será sostenible la actividad meramente profesional, o se tendrán que adoptar fórmulas y organizaciones empresariales? ¿Qué será mejor? A muchos, la actividad profesional les ha ido francamente bien: tienen una buena reputación, una consolidada clientela y unos elevados beneficios, ¿para qué cambiar entonces?
Deberíamos preguntarnos por las principales diferencias entre una fórmula y otra. En el caso de la actividad profesional, el valor añadido de toda la actividad se concentra en la propia tarea del profesional. Todas las personas que trabajan con él le sirven de imprescindible apoyo para su normal ejercicio. En la empresa, al contrario, el valor añadido de la actividad recae sobre la propia organización de la empresa. El empresario ha creado y diseñado esa organización, pero una vez correctamente puesta en marcha, adquiere una vida propia por encima de su propia actividad profesional.
Los grandes profesionales suelen ser, en la mayoría de los casos, insustituibles
Esa es la principal diferencia entre una empresa y un despacho profesional. Un médico puede tener a muchas personas trabajando en su consulta, pero su éxito seguirá radicando en su sapiencia médica. En todos los casos la gestión de los recursos humanos resulta imprescindible, pero no cabe duda que uno de los mayores talentos requeridos al empresario es precisamente la capacidad de crear y dirigir adecuadamente a las personas. ¿Podría subsistir una organización sin su creador? Si la respuesta es sí, estaríamos ante una empresa, si es no ante un profesional. Son muchas las empresas que cambian de gestores a lo largo de sus vidas y continúan con su senda ascendente. Los grandes profesionales suelen ser, en la mayoría de los casos, insustituibles.
Se nos podría argumentar que la diferencia no es tan simple. Y es cierto. Grandes despachos de abogados, por ejemplo, trabajan ya como verdaderas multinacionales. El nombre de su creador figura simplemente como marca comercial de prestigio. Esos grandes despachos son en verdad empresas que venden servicios profesionales. Sus gerentes o socios directores cambian a lo largo de los años. El valor añadido reside ya en la propia organización; estaríamos ante una verdadera empresa, pues. No es la abogacía el único ejemplo. Una conocida empresa de tratamientos estéticos basa su actividad sobre equipos de médicos locales, como también hacen las grandes compañías de seguros médicos. Las empresas tendrían en estos casos su valor añadido en su propia marca, capacidad de sumar grandes cuentas de clientes y en la negociación con los profesionales que desarrollarán los servicios que ellos venden a los clientes.
Como suele ocurrir casi siempre, no existen fórmula únicas. Hay actividades que son mejor desarrolladas desde la acción profesional que la empresarial, y existen personas especialmente dotadas para la actividad empresarial o la profesional. Pero no cabe duda que el mercado va a forzar hacia la concentración tanto en las compras como en las ventas para lograr disminuir costes. La política de marca obliga a grandes inversiones que sólo las organizaciones con un determinado volumen podrán acometer. Con ese escenario, no cabe duda que muchas de las actividades hasta ahora ejercidas profesionalmente se irán transformando en empresas.
Sin embargo, no podemos generalizar. Ni todos pueden, ni deben, crear una empresa. No hay recetas mágicas, ni fórmulas universales. Hay personas con alma de empresario que no podrían jamás ser felices sin convivir con su consustancial riesgo, y otras a las que ese riesgo no les permitirá conciliar el sueño: no les merecerá la pena convertirse en empresarios. Hay personas que son excelentes profesionales, pero que serían pésimos empresarios, o viceversa, buenos empresarios que no valdrían para profesionales.