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Secretos de despacho

Emociones contenidas en Redur

Al principio impone por su seriedad y por la seguridad que transmite. A medida que transcurre la entrevista sorprende por su emotividad y su cercanía. Si algo recalca Ángel Lozano, zaragozano de 60 años y presidente de la empresa de logística integral, transporte y distribución Redur, es su preocupación por las personas. Es más, para trabajar sólo necesita una cosa: que le quieran los que trabajan a su lado. Y eso que cuenta con una plantilla de cerca de 1.400 empleados. 'Sin su aceptación yo no podría estar en esta compañía'. Cuando fundó la empresa, en 1973, se marcó como objetivo conseguir el respeto de los clientes, de la competencia y de sus empleados. Cree que lo ha conseguido en un porcentaje muy alto. Y recuerda a Baltasar Gracián para justificar su manera de gestionar Redur: 'Las cosas hay que hacerlas como si te estuvieran viendo. Cuando comprometes tu palabra y la cumples la gente sigue confiando en ti. Procuro tener clara cual es la visión y la misión de la empresa y transmitírsela a los demás'.

Dicho esto, aclara que pasa pocas horas en el despacho, ubicado en la localidad de Algete (Madrid). Que no se define como directivo, sino como compañero y como entrenador, al que le gusta 'bajar al terreno de juego, analizar y tomar decisiones'. Es la única manera de equivocarte menos. Ha trabajado en tantos espacios, incluida una nave industrial con una mesa de camping, que le da escasa importancia al entorno. En lo único que ha metido baza es en la orientación del espacio. Necesita la luz y tener campo alrededor. 'Me gustan los sitios abiertos, con luz, que te den libertad para soñar y para hacer volar la imaginación', dice.

Lozano utiliza el despacho para reuniones y para recibir a clientes o proveedores. 'Lo que me gusta es estar en contacto con la gente que trabaja a mi lado', explica, que no quiere dejar pasar la ocasión para reconocer el mérito de su esposa. Ella se ocupa de la imagen de la compañía y, en particular, de la de su esposo. Vigila y cuida con mimo todos los detalles, incluida la decoración del despacho. 'Tiene más sensibilidad que yo para muchos temas y siempre ha estado a mi lado. Me conoce muy bien', rememora Lozano.

'No concibo la idea de dirigir hoy una empresa y mañana dejarlo por completo, pero soy de los que ofrezco posibilidades a otros'

Los comienzos fueron duros. 'Soy empresario porque no me quedó más remedio. Nadie me dio la oportunidad para trabajar en una empresa', explica con emoción. Empezó conduciendo un camión para una empresa que, según él, 'hacía las cosas al revés, nunca se planteaban las necesidades del cliente'. El éxito de una empresa está en ofrecer al cliente aquello que requiere. 'No fue fácil empezar, pero todo lo que he hecho en mi vida lo he hecho con alegría. He ido quemando etapas en esta empresa y ahora tengo que preparar la sucesión', señala. Ya tiene herederos: sus dos hijos.

Uno es ingeniero, el otro ha estudiado Administración y Dirección de Empresas. Los dos tienen un máster, tienen experiencia en compañías ajenas e intención de tomar las riendas de la empresa familiar en unos cinco años, el periodo de tiempo que tardará Ángel Lozano en ir alejándose de Redur. Eso sí, advierte que no será de los empresarios que abandone de un día para otro la compañía. 'No concibo la idea de dirigir hoy una empresa y mañana dejarlo por completo, pero soy de los que ofrece posibilidades a otros y delego mucho. Y cuando mis hijos tomen las riendas tienen que tomar ellos las decisiones y mandar ellos, pero yo no me desvincularé de la empresa'.

Advierte que no tiene manías, pero sí es muy exigente. 'A los demás les pido lo mismo que a mí. Me gustan las cosas bien hechas. Cuando eres entrenador y estás en contacto con la gente ves los fallos y puedes ponerles remedio'. Ángel Lozano dice que el secreto de Redur, que este año tiene previsto facturar alrededor de cien millones de euros, está en decir siempre la verdad.

Su pueblo y el empleado más fiel

Le gusta su pueblo: Cimballa (Zaragoza). En su despacho tiene una fotografía del lugar en que nació. Es de los pocos objetos personales que le acompañan en el trabajo. Y la imagen de El Niño de la Bola, al que le profesa gran devoción. Lo explica, sin evitar que se le escapen las lágrimas: 'Un empleado, Julián, el más antiguo de la empresa, es muy devoto y le pedía trabajo al Niño de la Bola cuando comenzamos esta aventura. Llegó un momento en que el trabajo nos desbordó y Julián y yo nos enfadamos. Un día tuve que ir a llevar un envío a un convento de las monjas carmelitas y tenían esa imagen allí y me la regalaron.Puse al Niño de la Bola encima de la mesa y le pedí que nos uniera a Julián y a mí de nuevo. Ese mismo día, Julián entró en mi despacho y me dijo que teníamos que arreglar lo nuestro. Nos dimos un abrazo y hasta hoy'. Concluye, emocionado: 'Julián es la persona más fiel que he tenido en la empresa'.

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