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Tribuna
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'La democracia en América'

En ocasiones, uno no puede menos que pensar que EE UU es un país de contrastes. Prueba de ello es que, aun siendo hoy en día la primera economía mundial, o quizá por ello mismo, nos ofrece una de las estructuras sociales con mayor grado de desigualdad del mundo. Desde otro punto de vista, siendo un país capaz de desarrollar una maquinaria administrativa sin parangón, tanto civil como militar, no dejan de sorprendernos las carencias de que adolece en lo que se refiere a una materia tan sensible como la actualización del censo electoral, máxime ante un compromiso tan importante como las próximas elecciones presidenciales. Y quien lo dice no es otro que el ex presidente Jimmy Carter. La cuestión no es baladí. No tienen más que recordar cómo la moderna sociología denomina con la expresión credo americano a ese conjunto de valores y actitudes del pueblo estadounidense determinantes de una idiosincrasia que, lejos de ser exclusiva de nuestro tiempo, asienta sus raíces en la época de la conquista y de la independencia estatal. Efectivamente, bajo dicho paraguas se agrupa un abanico de valores tales como la libertad, el igualitarismo, el individualismo, la capacidad de seducción y una visión del laissez-faire típicamente liberal, que hoy en día siguen caracterizando a la sociedad de aquel país.

En igual sentido, Alexis de Tocqueville ya puso de manifiesto en su obra más conocida, La democracia en América, que uno de los rasgos que más le habían fascinado en sus distintos viajes a EE UU era, precisamente, cómo los ciudadanos de aquellas tierras estaban más cerca de la igualdad de poder que en cualquier otro país del mundo o en cualquier otra época de la historia escrita, lo cual no es sino consecuencia inmediata y directa, en nuestra opinión, del ejercicio de la soberanía popular propio de todo sistema político que se diga democrático.

A este respecto, no me negarán que uno de los ataques más directos a la línea de flotación de cualquier gobernante es el que cuestiona, precisamente, el ejercicio de la soberanía popular, circunstancia particularmente lamentable si, como en el caso que nos ocupa, es consecuencia de carencias organizativas.

Al final, no hará sino repercutir en la transparencia exigible al proceso electoral y, con ello, en la legitimidad de los gobernantes en el ejercicio de su autoridad. Por eso mismo, no pueden dejarnos de sorprender las manifestaciones realizadas hace escasas fechas por el ex presidente demócrata Jimmy Carter, al poner en duda en duda la capacidad del Estado de Florida para abordar con garantía de transparencia las elecciones a la presidencia de EE UU.

La altura política y personal del autor de estas manifestaciones, personalmente involucrado como observador internacional en el desarrollo de numerosos procesos electorales, algunos tan recientes como el referéndum revocatorio venezolano, justifica, cuando menos, la preocupación. Y hablo de preocupación por no hablar de incredulidad. Además, y ruego me permitan el uso de la expresión, parece que en Florida llueve sobre mojado. Y no me refiero precisamente a las trágicas consecuencias de los fenómenos climatológicos que, año tras año, azotan ese territorio norteamericano. Porque es seguro que aún recuerdan las acusaciones por presunta vulneración del derecho de voto de las minorías que tuvieron lugar con ocasión de la celebración, hace cuatro años, de las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, cuando los contendientes en la batalla política eran el actual presidente, George W. Bush, y el entonces candidato demócrata, Al Gore.

Si el riesgo de manipulación censal debe ser objeto de rechazo en cualquier sistema político, más aún en un país que aparece ante la opinión pública mundial como instaurador de un orden internacional basado en la justicia y la seguridad, valores que presuponen necesariamente la libertad y la igualdad. La cuestión es especialmente sensible si tomamos en cuenta la situación próxima al empate en las predicciones de voto entre Bush y Kerry tras sus debates electorales.

Y es que, aunque en política no basta con ser transparente, sino que también hay que parecerlo, en este caso, permítanme que invierta el orden de la expresión y, muy al contrario, les diga que no basta con parecerlo, sino que primero hay que serlo.

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