Los temores de 'The Economist'
En su último número, The Economist, tras afirmar que el vivo crecimiento de la economía mundial en los últimos trimestres se debe fundamentalmente a la expansión de la producción de los chinos y al aumento del gasto de los consumidores americanos, advierte sobre cuatro peligros que pudieran dar al traste con ese crecimiento: una intensificación en la escalada de los precios del petróleo, un aterrizaje violento de la economía china, un cambio brusco en las decisiones de gasto de las familias de americanas y una sustancial corrección de los precios de los inmuebles.
No nos parece mal diagnóstico. Son cuatro peligros reales, no independientes entre sí. El reciente encarecimiento del petróleo está teniendo efectos relativamente leves. Pero si se intensifica su escalada las consecuencias pueden ser mucho más severas. Superar los 70 dólares por barril, que sería alcanzar el precio real del petróleo de 1981, o acercarse a esos niveles, podría tener efectos muy serios.
Los efectos directos no serían tan grandes como los de principios de los ochenta, pues la dependencia del petróleo ha bajado, pero serían importantes. Habría, además, efectos derivados sobre la frágil estructura financiera de las familias de muchos países, que se resentiría de la combinación de combustibles más caros y mayores tipos de interés (como respuesta a la elevación de la inflación inducida). Es decir, la escalada de los precios petrolíferos no sólo afectará a la producción sino también a la solvencia de unas familias muy endeudadas. Lo que liga con el tercero de los temores apuntados por The Economist.
El reciente encarecimiento del petróleo está teniendo efectos relativamente leves
También hay una clara relación entre el cuarto peligro y el tercero. No parecen nada convincentes los argumentos esgrimidos por los que niegan que los precios de los inmuebles estén altamente sobrevaluados en muchos países. Acierta The Economist cuando afirma que este fenómeno, que hace sentirse más ricas a muchas familias y les lleva a ahorrar menos, no aumenta la riqueza nacional de los países, sino que redistribuye la misma en contra de los no propietarios de inmuebles. Lo que despierta más dudas es el momento y el ritmo al que se va a producir la corrección de esos precios.
La elevación de los tipos de interés desde los mínimos históricos en que ahora están (esperemos que esta política no acabe siendo un error, también histórico), puede acelerar la corrección, lo que puede afectar significativamente (depende de la intensidad y rapidez con la que se produzca) a las decisiones de gasto de las familias, americanas y de otros países.
China lleva casi 25 años creciendo por encima del 9% y, dado su enorme tamaño, se ha convertido en uno de los grandes actores mundiales. Tiene ya el segundo mayor PIB del mundo (aunque su renta per cápita sea el 13% de la de EE UU y el 18% de la de Japón), es el segundo consumidor de petróleo (primero de otras materias primas) y responsable de un tercio del crecimiento del PIB mundial en los últimos cuatro años y de un 60% del aumento de la inversión productiva en ese mismo período. Es, además, una de las economías con mayor apertura al exterior (superior al 70%, comparado con el 30% de EE UU y Japón).
Los cambios en las instituciones económicas que la dictadura china introdujo a finales de los setenta (experiencia con cierta similitud a lo acontecido a finales de los cincuenta en nuestro país), han situado aquel gigantesco país en una senda de crecimiento sostenido. Pero está llegando un punto en el que es necesario un nuevo impulso institucional. Claramente en el sistema financiero. La situación del sistema bancario chino es bastante desastrosa y puede constituir una importante rémora.
La duda es si los gobernantes chinos van a ser capaces de reformar en profundidad ese sistema, y no se van a limitar a parchearlo con una continua inyección de liquidez. Desconocemos las restricciones políticas para emprender la reforma bancaria, pero a un no muy largo plazo esa reforma se asemeja crucial.
Si avanzaran en este frente, el enorme potencial de ganancias en la productividad que tiene esa economía, aún en el contexto de capitalismo primitivo en el que vive, sigue siendo enorme, incluso sin un cambio radical en su sistema político. Si no, una aceleración de la inflación o una restricción de los créditos (o las dos cosas al mismo tiempo), podría acabar de producir un brusco aterrizaje de aquella economía. Aunque este no es un peligro inmediato.