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Columna
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La vieja Europa reaparece

Me imagino la cara de algunos antiglobalizadores cuando hayan leído las recientes declaraciones de los ministros de Economía y Hacienda de la UE en pro de una armonización del impuesto de sociedades en la Unión, como medio de luchar contra la fuga de empresas y trabajadores desde países maduros como Francia o Alemania hacia dinámicos y peligrosos competidores, como Eslovaquia o Letonia; son de los nuestros, habrán exclamado.

Pues bien, esa menor presión fiscal ha llevado al ministro francés, señor Sarkozy, a proponer que como esos países son tan ricos que pueden bajar los impuestos por debajo de la media europea, no necesitan los fondos estructurales, destinados en la concepción de la Unión a mostrar la solidaridad intereuropea y nivelar en la medida posible las diferencias de riqueza originalmente existentes entre los socios.

Dejando a un lado la peculiar lógica cartesiana que parece utilizar el señor Sarkozy y que llevaría a afirmar que los impuestos altos son indicio de pobreza, se trataría de luchar contra la insolidaria deslocalización por un medio indirecto; a saber, imponiendo contra toda racionalidad económica una armonización fiscal que obligaría a los países con menor riqueza a mantener una mayor presión fiscal y renunciar a un medio para competir con aquellos socios que, por haber entrado primero en el club, deciden ahora como debe seguir repartiéndose el pastel.

Los grupos antiglobalizadores y, a lo que parece, algunos Gobiernos europeos atacan ahora a la competencia internacional

El fenómeno de la deslocalización en la fabricación de productos industriales -generalmente ya maduros, como es el automóvil o la industria naval civil- es, junto al más reciente del traslado de servicios, que ha dado en conocerse como outsourcing, manifestación actual de la vieja polémica respecto a quién beneficia y a quién perjudica el comercio internacional habida cuenta de los costes comparativos existentes entre los diversos países. Los grupos antiglobalizadores y, a lo que parece, algunos Gobiernos europeos atacan ahora la competencia internacional y sus secuelas en el empleo que emigra a otras latitudes como una perversa afrenta basada en la codicia de las multinacionales -a las que antes muchos de ellos cortejaron en el pasado- que buscan a toda costa mano de obra barata, reglamentaciones laborales laxas o presiones fiscales bajas.

Ante semejantes amenazas se han planteado respuestas que van desde las presiones de los sindicatos americanos y de numerosos congresistas de aquel país para que la Oficina Internacional del Trabajo obligue a los países en desarrollo a imponer dentro de sus fronteras reglamentaciones de trabajo que, en no pocas ocasiones, son ignoradas en los propios EE UU, a la retirada de los fondos estructurales a los nuevos Estados miembros que no eleven su imposición societaria a los niveles exigidos por Francia y Alemania entre otros.

En España el problema se manifiesta con la amenaza de cierre de los astilleros de Izar y con las razias contra 'los chinos' dedicados a la industria del calzado, de las que ha sido escenario Elche. Es seguro que los astilleros coreanos y japoneses se benefician de ayudas públicas que están prohibidas en Europa y que existen violaciones claras de la reglamentación laboral en las actividades gerenciadas por ciudadanos chinos en la comarca ilicitana.

El remedio para lo primero consiste en exigir a los organismos internacionales que impongan unas reglas del juego uniformes, en el segundo caso se trata de impulsar inspecciones laborales serias para vigilar el cumplimiento de la normativa por todo el sector.

Pero aun así -y mal que les pese a quienes confunden la legítima defensa de su puesto de trabajo con la kale borroka-, es de temer que la solución sea inexorable y que todos , empezando por el Gobierno y los partidos que votan mociones irresponsables en el Congreso de los Diputados, comiencen a buscar soluciones para recolocar en otros sectores a los obreros cuya edad y formación lo permita y conceda a los restantes planes de jubilación tan generosos como sea necesario para que su futuro y el de sus familias esté razonablemente asegurado.

Lo que no cabe es intentar hacer de Rey Canuto o pretender, como algunos políticos franceses, empeñados en reindustrializar Europa a toda costa y reeditar en el vecino Hexágono los Polos de Desarrollo para que todo -quizás menos el caviar, el oporto y el jerez- se produzca en la Dulce Francia.

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