_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La tortilla de patatas

La tortilla de patatas es uno de los productos cuyos ingredientes han tenido crecimiento de precios más elevado en el último año. Siguiendo la información publicada por el INE la pasada semana, en la rúbrica de Patatas y sus preparados el crecimiento anual de precios fue del 18,4%, los huevos subían un 14,7% en el último año y la rúbrica de Aceites y grasas anotaba un alza del 19,7%. Noto con alivio, para los que gustamos del complemento de la cebolla en este excelso manjar, que su precio solo creció un 7,0% en el último año.

Echando cuentas sobre el coste de la tortilla, para los puristas que consideramos el huevo y el aceite de oliva como ingredientes de los que el plato requiere generosas proporciones, su coste debe haber aumentado no menos de un 16% en el último año.

En este verano de Juegos Olímpicos, reformas constitucionales o estatutarias y escalada del precio del petróleo, pasa completamente desapercibido un suceso de tan hondo calado: el encarecimiento del plato de bandera de nuestra gastronomía. Ni un minuto se ha gastado en el asunto en las ruedas de prensa de Gobierno y oposición, a pesar de su relación en los temas de temporada (¿qué comerán nuestros olímpicos, tras cuatro años de filetes a la plancha y macarrones, para celebrar sus, al menos 15, medallas?, ¿no peligra más la unidad nacional por la pérdida de nuestro acervo culinario, por encarecimiento, que por anotar o no por su nombre las comunidades autónomas en la Constitución?, ¿dejaremos de tomar tapas por su alza combinada con la del precio de los carburantes, causando una caída de nuestra demanda agregada, o las seguiremos tomando, reduciendo más nuestra menguada tasa de ahorro?).

Las soluciones sobre la formación de precios en ciertos mercados servirán para evitar abusos en esos mercados, pero no problemas de inflación

Algunos editoriales ya apuntan culpables: deficiencias en la distribución de alimentos frescos, tensiones en la demanda hostelera y aumentos del precio del petróleo. Afortunadamente, creo, la calma preside las decisiones de nuestras autoridades: no es deseable cambio alguno en sistemas de subvenciones, ayudas e impuestos, potencialmente perturbadores de los necesarios ajustes y reequilibrios que han de producirse en los mercados relacionados con la tortilla española. La cordura, tiene, pese a todo, poderosos reductos en nuestra sociedad.

Quizá esta crisis se traduzca en un mejor conocimiento del proceso de formación de precios de la tortilla española, de los canales de distribución de sus ingredientes y de las restricciones de entrada a nuevos participantes en dichos canales.

Es posible que se reconozca, también, que los principales elementos del coste de la tapa de tortilla puesta en la barra del bar, la remuneración del trabajo y del capital y los impuestos, acaben resultando elementos mucho más relevantes para la formación de precios en este mercado que los costes de sus ingredientes.

Además se notará, probablemente, que el precio de la tapa de tortilla sube de manera estable, cuando el precio de los ingredientes es fuertemente volátil. El precio de la tapa de tortilla, se descubrirá, no depende de la coyuntura del mercado de la patata, dictada por oferta y demanda continental (supongo), o por el exceso de demanda de huevos y aceite.

Es probable, finalmente, que se concluya que el alza de su precio no tiene tanto que ver con el de sus ingredientes tanto como con el alza del nivel general de precios en la economía. Es más que posible, finalmente, que esas alzas del precio se relacionen con movimientos comunes a buena parte de los precios de no comercializables, mucho más inmunes al comportamiento de los precios internacionales que al alza generalizada de empleo y renta disponible en nuestra sociedad.

Porque, cuando evaluamos el comportamiento de los precios que componen un índice como el IPC y tratamos de racionalizar el del índice, perdemos un punto de vista básico de la inflación como diagnóstico de la economía. El concepto macroeconómico de inflación se refiere al alza del nivel general de precios, y dichos precios sólo son relaciones de cambio de numerario y bienes o servicios.

Como bien dicen ya hasta los menos conspicuos, la inflación es mayormente un fenómeno monetario común, en buena medida, a todos los precios de la economía. Si ven la descomposición de alzas de precios en los componentes de precios que publica el INE con el IPC verán que, en la mayor parte de los casos, las subidas se encuentran muy alineadas.

Nuestra economía, que es inmensamente más amplia que el mercado de tortilla de patatas, forma parte de una vasta área monetaria (la UEM) al tiempo que nuestra integración ha hecho mucho menos escaso todo lo relacionado con la liquidez o el acceso a medios de pago y crédito.

Por otra parte, los efectos sobre los efectos de la expansión monetaria tardan en manifestarse completamente y, cuando se manifiestan persisten, lo que implica que las tasas elevadas de inflación tienden a permanecer en el tiempo. No deberíamos identificar la inflación con un problema, posiblemente coyuntural, en unos pocos mercados.

Sin embargo, cuando desagregamos el crecimiento de los precios, logramos identificar desequilibrios en mercados individuales y, posiblemente mecanismos de redistribución de rentas (por ejemplo desde los que necesitan los artículos con exceso de demanda, como los ingredientes de la tortilla, hacia los agentes que los ofrecen).

Por ello logramos información muy útil sobre quién gana en el proceso de formación de precios, pero, las soluciones que se aporten sobre la formación de precios en mercados sólo servirán para evitar situaciones de abuso de posición en los mercados afectados y no problemas de inflación. Todo ello es especialmente relevante para ordenar el sistema económico pero, probablemente, no resulte eficaz para atajar el alza generalizada de precios. Porque, para bajar la inflación sigue siendo mucho más útil la política monetaria, o políticas de demanda agregada, que la política de la competencia.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_