Trabajar más y cobrar lo mismo
Alemania, inmersa ahora en una grave crisis, ha sido uno de los países que más han aportado a la humanización de la economía de mercado. De ahí la alarma que provocan sus reformas laborales, que hacen temer una vuelta al desamparo de las condiciones sociales del siglo XIX
La última novedad en el proceso de reformas de las condiciones de trabajo de los países que han sido pioneros en modelos sociales es alargar las jornadas, renunciar a pluses por horas extra, reducir vacaciones y fiestas y, como contrapartida, mantener el mismo salario. Y no es casualidad que sean precisamente empresas alemanas, la Bosch en una de sus fábricas francesas, la Siemens, la DaimlerChrysler, la Volkswagen, ThyssenKrupp y otras en sus centros de producción en territorio alemán, las que están dando la señal de alarma al tomar medidas que en otros países, como en el Reino Unido, Holanda, Dinamarca y Suecia, se han implantado sin tanto estrépito.
El Gobierno socialdemócrata de Schröder está dando, en medio de grandes dificultades, pasos importantes en la reforma de la protección social para reducir los elevados costes del sistema de pensiones, del seguro de desempleo y de la sanidad pública y ahora se le abre un nuevo frente porque las empresas comprueban que su falta de competitividad se debe no sólo a los elevados costes extrasalariales sino también a la reducida jornada laboral de algunas de sus ramas de producción. Por eso han empezado a negociar con los representantes sindicales para revisar los acuerdos de los convenios sobre esta materia.
Nos encontramos ante la necesidad de adaptar los sistemas sociales a un entorno globalizado
Alemania, que es la primera potencia económica de la UE, atraviesa en la actualidad una grave crisis con un crecimiento económico por debajo de la media comunitaria y una tasa de paro que se aproxima a la nuestra. Pero Alemania ha sido también uno de los países que han hecho aportaciones más decisivas para la humanización de la economía capitalista de mercado al crear un modelo social que ha funcionado de un modo ejemplar hasta la década de los ochenta. Por eso la alarma que, con toda razón, están provocando sus reformas es por el temor de que el modelo social, que coexistió con la economía más dinámica de la Europa posbélica, sea incompatible con la globalización y tengamos que volver al desamparo de las condiciones sociales y de trabajo del siglo XIX.
Negar que el chantaje de la deslocalización empresarial pueda ser en nuestros tiempos un instrumento tan eficaz como el que usaron los liberales de hace dos siglos para seguir manteniendo condiciones inhumanas en el mundo del trabajo sería ponerse una venda para no ver la realidad. Pero tan perniciosa puede ser esta actitud como la de no querer reconocer, por una parte, las dificultades que crea la globalización para que siga vigente un modelo social que ha demostrado su eficacia en las economías de mercados nacionales y, por otra parte, ignorar los abusos a los que se ha llegado en los sistemas de protección social. A lo que hay que añadir el error que se cometió al creer que con la reducción de la jornada laboral se crearía más empleo. Estudios sobre los efectos en el empleo de la reducción del tiempo de trabajo demuestran lo contrario, aunque en estas comparaciones internacionales no se debería pasar por alto la singularidad que ha supuesto para Alemania la reunificación.
Nos encontramos, por tanto, ante el desafío de corregir los abusos que han podido minar la moral de trabajo con una protección social, que ha hecho olvidar la importancia de la responsabilidad personal, y la necesidad de adaptar los sistemas sociales a un entorno globalizado, que requiere instituciones adecuadas, como las que han funcionado en los mercados nacionales, para defender los derechos de la persona humana en su relación laboral frente a la explotación a la que tiende el poder económico, cuando no encuentra trabas que se lo impidan, como pretende que ocurra en nuestros días con el instrumento de la deslocalización.
Lo importante, pues, para hacer frente a este doble desafío, y lo que hoy por hoy no podemos dar por garantizado, es que todos los agentes sociales, sindicalistas, empresarios, ciudadanos en general y, sobre todo, los políticos de las diversas ideologías, tengan muy claro que no podemos volver al liberalismo decimonónico y que será beneficioso para todos evitar caer en una conflictividad social como la que, en parte, contribuyó a que se superaran las inhumanas condiciones del capitalismo puro y duro.