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Columna
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Techo de cristal

Afortunadamente, cada vez son más las mujeres que trabajan en España. Su nivel de estudios y de acceso a la universidad es superior a la de los hombres, por lo que no es difícil augurarle un buen futuro profesional. Sin embargo, muchas mujeres reciben con una mueca de escepticismo estas palabras. No se terminan de creer la tan cacareada igualdad. Recientemente participé en unas jornadas en el IESE de Barcelona con el llamado Lobby de Mujeres, un amplio grupo de ejecutivas en la empresa y la Administración. Reflexionamos acerca del fenómeno techo de cristal. ¿En qué consiste? Pues en que a partir de un determinado nivel de responsabilidad apenas se ven mujeres. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿A razones extrínsecas a la mujer, o intrínseca a ellas? ¿Es la empresa o la familia la que dificulta su ascenso, o son ellas las que pierden la motivación?

Todo lo relacionado con la mujer, tanto en el ámbito laboral como familiar, ha tenido un gran protagonismo en los intensos cambios sociales que hemos experimentado durante estas últimas décadas. Su masiva incorporación al mundo del trabajo, a la universidad, su independencia económica, han transformado los hábitos sociales, familiares y laborales de nuestro país. Ya hay muchas trabajadoras. Ahora bien, ¿hay muchas jefas? ¿Ocupan puestos de responsabilidad en la misma proporción que los varones? La respuesta es no. El poder en las empresas es todavía mayoritariamente masculino.

¿Existe un complot cósmico de los hombres contra las mujeres? Es evidente que no. ¿Hay políticas de empresa que impiden que las mujeres puedan ascender? Cada vez menos. ¿Acaso las normas laborales o los convenios colectivos encierran alguna cláusula discriminatoria? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué no ocupan las mujeres puestos de mayor responsabilidad?

En la ley no escrita de los hogares españoles la responsabilidad doméstica es femenina

Las respuestas son variadas, algunas bien simples, y otras realmente complejas. Comencemos por las primeras. Porque se han incorporado mucho más tarde, por lo que su ascenso sólo es cuestión de tiempo. U otra parecida. El cambio de mentalidad de las empresas hacia las mujeres todavía se está produciendo, y los frutos de esta nueva realidad se irán notando poco a poco. Algo de esto hay. Pero, probablemente, los mayores condicionantes se dan en la esfera familiar. Encuesta tras encuesta nos demuestra que en la inmensa mayoría de los hogares en los que los dos cónyuges trabajan, es la mujer la que más tiempo dedica a las faenas domésticas. La imagen de la superwoman, que lleva trabajo y familia para adelante, sigue siendo una realidad. En la ley no escrita de los hogares españoles la responsabilidad doméstica es femenina; el hombre a lo sumo accede a ayudar. Es muy frecuente oír la expresión: mi marido es muy bueno, me ayuda mucho en casa. La mujer que trabaja está pensando en los turnos del servicio doméstico, en la cita con el médico, en el día de compras. Podría no hacerlo, pero entonces: ¿quién lo haría?

Pues bien, esta doble responsabilidad tiene un coste. Supongamos que tanto al hombre como a la mujer le ofrecen simultáneamente un ascenso en sus respectivas empresas, que conlleva un buen aumento de sueldo y estatus. Pero, como suele suceder, también supone mayor responsabilidad, más horas de trabajo, cenas y frecuentes viajes, muchos de ellos imprevistos. Con toda probabilidad, el hombre sólo tendrá en cuenta factores de tipo profesional y económico, mientras que la mujer también sopesará su ámbito familiar. Y a muchas de ellas no le motivaría, porque sufriría remordimientos -más o menos explícitos- por sentir que abandona su responsabilidad familiar. Se siente culpable ante sus hijos, y también algo con respecto a su cónyuge. Reflexiones del tipo: bueno, ni el trabajo ni el dinero lo es todo en la vida, mi familia y mi felicidad son más importantes, son mucho más frecuentes en mujeres que en hombres. No sabemos que ocurrirá en el futuro, pero a día de hoy las mujeres que compiten en el mundo laboral soportan -en términos hípicos- ese handicap sobre sus lomos.

¿Y cómo avanzar? Pues aunque todavía hay mucho que mejorar en las políticas de conciliación de vida laboral y familiar, el núcleo del asunto está en la cultura social, familiar, y en la propia visión femenina y masculina del hogar. Y todo este acervo es mucho más difícil y lento de cambiar que nuestro corpus legislativo.

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