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Columna
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Desastres de la guerra

Philip Roth, en su espléndida novela de obligada lectura La mancha humana, presenta una lúcida descripción de la sociedad norteamericana y da cuenta de los destrozos psicológicos causados por la guerra de Vietnam. Impresionan los tipos humanos de esos excombatientes, verdaderos desechos sociales al parecer irrecuperables para la convivencia ciudadana, prendidos de imborrables recuerdos sangrientos, bajo el sentimiento de su culpabilidad de supervivientes, tocados por un permanente padecimiento por la ingratitud de la que se consideran víctimas, sin reeducación ni reinserción posible, y convertidos en elementos tan fuera de control como de alta peligrosidad, más aún dado el acceso ilimitado a las armas de fuego garantizado por las leyes de Estados Unidos. Ahí está la película de Michael Moore Bowling for Colombine para probar la inalterabilidad de esas normas sostenidas por la Asociación Nacional del Rifle (NRA), que con tanta firmeza presidió Charlton Heston, entre otras beneméritas instituciones de fines análogos.

Si tuviéramos al menos una doble página por delante de esta línea valdría la pena avanzar presurosos por la senda del acceso a las armas y hacer un análisis comparativo de los efectos derivados, en términos de estadística de la criminalidad, que resultan tanto del sistema de libertad de adquisición americano como del de prevención y control europeo. Es un ejercicio que hace con magnífica precisión la profesora Roser Martínez Quirante en el imprescindible volumen que publicó en la editorial Ariel. En sus páginas podemos advertir el contraste en términos de criminalidad entre Europa, donde el promedio es de 125 presos por 100.000 habitantes, y Estados Unidos, donde esa tasa se multiplica por cuatro hasta alcanzar los 500 presidiarios por 100.000 habitantes.

La comparación es todavía más llamativa si se tiene en cuenta, por ejemplo, que en España por cada 100.000 habitantes sólo hay tres presos que lo sean por homicidio o asesinato y, en cambio, en los Estados Unidos el número de reclusos por ese tipo de delitos se eleva a 50 -casi 17 veces más-, en la mayoría de los cuales desempeñó un papel clave la alta disponibilidad de armas de fuego.

Los muertos dejados sobre el terreno permanecen para siempre planteando la misma pregunta a los supervivientes

Pero volvamos a la cuestión o, mejor dicho, definamos su planteamiento. Se trata de analizar las noticias según las cuales hasta un 25% de los soldados que regresan de la guerra de Irak presentan daños psíquicos irreversibles. Son daños colaterales registrados en las propias filas, otra clase de caídos bajo fuego amigo, víctimas resultantes entre los propios uniformados por el uso de las armas contra los enemigos que se les han señalado, algo así como el retroceso que se produce al disparar las armas largas o, como dijo el clásico, la comprobación de que nadie mata sin herirse.

En el último número de The New Yorker, nuestro colega Dan Braum escribe bajo el título The Price of Valor a propósito de la grave preocupación que aflige a numerosos observadores dentro y fuera del Ejército porque la alta tasa de muertos causados en Irak tiene un gran potencial de traumatizar a una nueva generación de veteranos. Los muertos que se dejan sobre el terreno permanecen para siempre planteando la misma pregunta a los supervivientes.

Es inaplazable, pues, ocuparse de esta cuestión tan de nuestros días sin pensar que puede resolverse mediante meras analogías con otras guerras y otros desastres como el mencionado de Vietnam. Además de que su conexión con el del libre acceso a las armas de fuego, preservado en términos de seña de identidad irrenunciable por quienes se erigen en únicos intérpretes autorizados de la genuina esencia de los Estados Unidos, ennegrece aún más el horizonte. Mientras, aquí en Madrid, comparecieron el miércoles David Cole, de la Universidad de Georgetown; Duglas Cassel, del Center for International Human Rights, y Antonio Pérez, de la Columbus School of Law, invitados a la tribuna de Fride (Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior) para tratar de Guantánamo y el Patriot Act y terminaron pidiendo ayuda a las democracias europeas para que terminen esos desastres.

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