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Crónica de Manhattan

Perdido en el luto

Carol Williams pulverizó la marca de los 15 minutos de gloria a los que parece que todo el mundo tiene derecho la semana pasada. Siendo una desconocida fuera de su círculo de amistades y familia, los programas de noticias de todas las cadenas hablaron con ella o de ella hasta 74 veces, como mínimo, en menos de 24 horas. ¿El interés? Williams era la primera en la fila para visitar el féretro de Ronald Reagan en Washington.

Es un episodio de la desmedida cobertura de los funerales de Reagan hecha por las televisiones de EE UU y que ha rozado, y a veces superado, lo absurdo. Mientras, poco o nada se ha podido oír en los informativos de las últimas revelaciones sobre las torturas en Irak que el lunes desvelaba The Wall Street Journal. Según el diario, un equipo de abogados del departamento de Justicia concluyó en marzo de 2003 que el presidente no está obligado por ninguna ley internacional o federal que prohíba la tortura porque como comandante en jefe puede hacer lo que crea necesarias para garantizar la seguridad de la nación.

El martes, y ante una comisión del Senado, el fiscal general, John Ashcroft, se negó a aportar los documentos preparados por los abogados para argumentar esta posición. Ashcroft, incómodo y evasivo, quiso calmar a los senadores diciendo que Bush no había dado órdenes de torturar pero también aclaró que no le parecía bien debatir en público los poderes del presidente en tiempo de guerra.

De tener que hacerlo, ese habría sido el momento más oportuno para la Administración, porque, pese a todo, el luto ha dominado la escena mediática presentada por la caja de resonancia que es la televisión. El resto ha estado en un muy lejano segundo plano, muy perdido.

No obstante y para fortuna del sistema, algunas importantes e influyentes figuras de la política o la academia así como los diarios más importantes del país, sí han prestado atención. Uno de ellos, el editor de la revista Foreign Affairs, Jonathan Tepperman, aseguraba en The New York Times que la Administración tiene que hacerse responsable de las torturas de Abu Gharib y recordaba la doctrina de la 'responsabilidad de la cadena de mando', que establece que los altos oficiales son responsables de crímenes de guerra cometidos por sus subordinados incluso si no dieron las órdenes. Es la doctrina aplicada en los juicios de Nuremberg.

En el mismo diario se daba a conocer la opinión de Donald P. Gregg, consejero de seguridad nacional de George Bush (padre) cuando era vicepresidente. Gregg dice que no puede pensar en nada más devastador y que más erosione los valores de América en el mundo 'o cómo nos vemos a nosotros mismos con estas decisiones' (las de torturar y justificarlo legalmente). Gregg narra cómo en 1973, siendo jefe de la CIA en Seúl, desobedeció órdenes de no inmiscuirse tras saber que la policía coreana torturaba a manifestantes contrarios al Gobierno. Según su relato, elevó una queja de carácter personal y poco tiempo después se relevó al jefe de la agencia de inteligencia del país.

Gregg dice que narró esta historia hace un año a oficiales de la CIA a los que sugirió que hicieran lo mismo en situaciones similares. El recién dimitido director de la CIA, George Tenet, le felicitó por ello. Pese al orgullo que dice sentir por ese momento, Gregg transmitía desilusión y pena, como si estuviera de luto y no sólo por el oficial.

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