Rosenquist, el muralista de la cultura de masas
Cuando James Rosenquist (Dakota del Norte, 1933) paseaba ayer por su recién instalada retrospectiva, reconocía tener una sensación mezcla de alegría y tristeza al ver 40 años de su vida colgados de las paredes del museo Guggenheim de Bilbao.
150 obras, entre pinturas, dibujos, esculturas, grabados y collages, permiten descifrar desde hoy y hasta el 17 de octubre la evolución plástica de una de las figuras esenciales del arte pop, junto a Andy Warhol, Roy Lichtenstein o Claes Oldenburg.
Desde los primeros años 50, este hijo de granjeros del Medio Oeste americano se dedicó a pintar vallas publicitarias en Minesota durante los veranos, una labor que continuaría cuando se mudó a Nueva York en 1955. En 1960, Rosenquist ya había abandonado la pintura publicitaria, pero ésta le había dado el lenguaje y la fuerza expresiva para desarrollar su carrera artística. Las proporciones monumentales y la horizontalidad de muchos de sus cuadros son también reflejo de esta influencia.
Espaguetis, barras de labios, cadillacs, muñecas e incluso el presidente John Fitzgerald Kennedy son algunos de los motivos que aparecen en los cuadros de Rosenquist, solos o en irónica combinación. 'Pinto para demostrarme el desarrollo de mis ideas', aseguró ayer al tiempo que rechazaba ser un artista comercial.
Crítico con la industria del armamento (famosa es su obra antiVietnam F-111 de 1965), la retrospectiva del Guggenheim muestra también su interés por la naturaleza y sus inquietudes sobre la economía y la sociedad moderna. Este hombre de talante campechano declaró que en un futuro próximo volverá a su pintura política, pero que ahora no alcanza 'a entender este choque de culturas y a construir metáforas para tanta rabia', en referencia a la crisis internacional y la guerra de Irak.
La muestra de Bilbao incorpora un detalle en primicia que, según el artista, acerca y humaniza una obra de impresionante formato. Rosenquist acostumbra a realizar estudios previos de cada obra a través de collages hechos de recortes de revistas. El visitante puede observar el proceso creativo a lo largo de su dilatada carrera, y compartir con él la sorpresa del hallazgo de estos dibujos que creía perdidos hasta hace unos años.
La estructura de la exposición, que ocupa la segunda planta del museo bilbaíno, combina el criterio cronológico y el temático. De sus obras tempranas, más vinculadas a la abstracción, se pasa a las pinturas y esculturas de los años setenta y ochenta, a las series de Flores, Pistolas y Muñecas de los ochenta y noventa y a una selección temática sobre la tecnología, el espacio y el cosmos de los últimos 30 años.
El colofón llega con dos obras (Ladrón de estrellas, 1980 y El polizón mira a la velocidad de la luz, 2000) y una serie de tres piezas (El nadador en la a-bruma-dora economía, 1997-98) que con sus enormes dimensiones y su intensidad de color osan llenar las inmensas salas del edificio diseñado por Frank Gehry.