_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El diálogo, ¿debilidad o fortaleza?

Las pasadas elecciones generales han traído nuevos aires para nuestra política. Además del cambio de caras y de programas, estamos asistiendo a un cambio de talante. Rodríguez Zapatero, el nuevo presidente, insiste en que va a continuar por la senda del consenso y el diálogo, que tan buen resultado le ha dado hasta la fecha. La oposición ya ha planteado una duda que subyace en el interior de muchos ciudadanos. ¿Será suficiente un talante negociador -amante de consensos- para llevar hacia delante un país? Son muchos los que piensan que sólo con mano dura y talante autoritario se pueda conseguir que una sociedad funcione... ¿quién tiene razón?

Este mismo debate lo encontramos en el seno de las empresas, donde compiten entre sí distintos tipos de liderazgo. ¿Cuál es el más adecuado? ¿El que ordena y manda, o el que dialoga y consensúa? Pues probablemente estas preguntas no se puedan responder con la facilidad que nos gustaría. Como en tantas ocasiones, la repuesta es relativa: pues depende.

Todos conocemos excelentes líderes con tendencia al personalismo y autoritarismo, y otros igualmente eficaces que saben convencer mediante el diálogo: depende de la persona, la parroquia liderada y las circunstancias en las que se desempeñe. Pero al igual que cometeríamos un tremendo error despreciando genéricamente ciertos liderazgos personalistas, mayor equivocación todavía sería el considerar el talante negociador como signo de debilidad o ineficiencia.

El debate entre el talante negociador, que propone Zapatero, y el autoritario también se da en la empresa

Normalmente se asocia el talante con una mera cuestión de formas. Según nuestro diccionario, el talante sería simplemente el modo o manera de ejecutar algo, o la disposición personal para hacer o conceder algo. Pero no estamos tan sólo ante una cuestión de formas: el talante abierto y negociador encierra bajo la amabilidad de sus formas un convencimiento de fondo. No cabe duda de que para que un diálogo sea eficaz y fructífero, las partes deben relativizar sus convicciones, huir de los valores absolutos, intentar comprender las razones del otro, someter a permanente autocrítica las propias posiciones.

Hans Kelsen ya escribía en 1920 en su ensayo Esencia y valor de la democracia: 'La concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo'. Los programas, credos o convicciones que pretenden atesorar la verdad absoluta y pura, suelen terminar derivando hacia formas más o menos intensas de fanatismo.

Frente a los relativistas, de base empírica, Kelsen sitúa a los metafísicos, a los que creen que poseen la única verdad. 'La creencia en lo absoluto, tan hondamente arraigada en el corazón humano, es el supuesto de la concepción metafísica del mundo'. Y para Kelsen, los pensadores metafísicos tienden hacia la autocracia, mientras que los relativistas y empiristas hacia la democracia.

En efecto, la lógica de muchas de las religiones que en el mundo han sido fue la siguiente: 'Si mi fe es la única verdadera, eso significa que la de los demás está equivocada. Por tanto es mi deber convencerles de la mía. Si se resisten, tendremos que usar la fuerza. Es por su propio bien'. Una variante clásica de estas posiciones metafísicas en lo absoluto sería: como sé que yo tengo la razón, quién me lleva la contraria atenta contra lo bueno, luego es malo. Como es normal, desde estas posturas es muy difícil tanto vivir en democracia como enfrentar un proceso franco de diálogo.

¿Negocia sólo el débil? ¿No es el diálogo una evidencia de debilidad? Si estoy seguro de algo y creo que puedo ganar... ¿para qué dialogar? ¿No confiere una pátina de inseguridad? Pues no: el diálogo no tiene que significar para nada debilidad, sino convicción en la bondad de que los acuerdos son los instrumentos más poderosos y adecuados para transformar determinadas realidades.

¿Deben dialogar los inteligentes? Carlo M. Cipolla, en su divertido ensayo La estupidez humana, clasifica a las personas en cuatro grandes grupos, en función de sus comportamientos ante la negociación. El incauto es aquel que cierra acuerdos que le suponen pérdidas, sin advertir que es el otro el que se lleva el beneficio. El malvado es el que gana quitándoselo al rival. El estúpido es al que no le importa perder con tal de que el otro gane, mientras que el inteligente es el que procura que ambas partes ganen.

Esperemos que el diálogo que nos prometen sea fructífero y sepa alumbrar espacios de entendimiento donde todos nos sintamos razonablemente satisfechos.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_