Los retos económicos
La economía española ha sido, en la última década, una de las más dinámicas del mundo desarrollado: desde 1995 ha crecido siempre por encima de la media europea, ha reducido el desempleo en casi 10 puntos y el déficit, en casi siete puntos.
Pero como dice el refrán, lo importante no es llegar, sino mantenerse, y éste será el reto fundamental del próximo Gobierno. Porque el crecimiento espectacular español de los últimos años, basado en el tirón de la construcción y en un consumo privado muy apalancado, se ha debido, sobre todo, a factores cíclicos -la gran caída de los tipos de interés reales- y será muy difícil de mantener. Los trágicos sucesos de la semana pasada complican mucho el panorama, ya que la perspectiva de que el terrorismo islámico ha atacado a Europa puede tener un impacto muy negativo sobre la confianza. Además, la tasa de crecimiento de la productividad ha caído, y con ella el crecimiento potencial se ha estancado.
El reto de este Gobierno es por tanto apuntalar la confianza y aumentar el crecimiento potencial. Para ello necesita resolver tres problemas: mejorar la productividad, y para ello aumentar la inversión en capital productivo; aumentar la tasa de participación y reducir el nairu -tasa de desempleo no inflacionista-, y hacer frente a las consecuencias del envejecimiento de la población.
Una economía donde ni la productividad ni la población crecen está condenada a estancarse
Hay que aumentar la tasa de crecimiento de la productividad porque es la única manera de garantizar un crecimiento sostenido a largo plazo. Una economía donde ni la productividad ni la población crecen está condenada al estancamiento. ¿Por qué? Porque un patrón de crecimiento a base de capital y/o empleo se enfrenta a la temida ley de los rendimientos decrecientes: si no se dispone de una oferta ilimitada de ambos, el crecimiento inevitablemente se frenará. La productividad, sin embargo, es como un maná caído del cielo que no sufre de la ley de rendimientos decrecientes.
Es preocupante que en un momento histórico de fuerte avance tecnológico la tasa de crecimiento de la productividad esté cayendo. La explicación de que se ha creado mucho empleo y que por tanto es normal que la productividad haya caído no es valida. No es verdad que se haya añadido tanto empleo de mala calidad: el mayor aumento en la última década en la tasa de participación ha sido en el empleo femenino adulto. No creo que nadie se atreva a decir que éste es un tipo de trabajador menos productivo.
Además, la productividad importante no es la del trabajo, sino la productividad total de los factores, y ésta también se ha deteriorado. La insuficiencia de capital productivo, tanto físico como humano, es una de las razones del estancamiento de la productividad. Los datos muestran claramente que España está muy por debajo de la media europea en este aspecto, y la principal prioridad del Gobierno debe ser eliminar este déficit. Hay que aumentar la tasa de participación en la fuerza de trabajo porque, en un país donde la población no crece, ésta es la única manera de generar crecimiento duradero a través del empleo. España está todavía muy por debajo de la media Europea, y no digamos de los objetivos de la Agenda de Lisboa. Además hay que reducir el nairu para poder generar más empleo no inflacionista. Para esto es fundamental continuar el proceso liberalizador del mercado de bienes y servicios, ya que las rentas generadas por los comportamientos monopolísticos dificultan la liberalización del mercado de trabajo. La abundancia del empleo precario en España es una clara consecuencia de las rigideces existentes todavía en muchos sectores de la economía.
Hay que hacer frente a las consecuencias del envejecimiento de la población. Con el perfil demográfico y la tasa de crecimiento actuales, el sistema de pensiones español es técnicamente insolvente: las generaciones actuales están contribuyendo a un sistema que no les podrá pagar las mismas prestaciones que están obteniendo los jubilados actuales. Las dotaciones al fondo de reserva de las pensiones ayudan, pero no resuelven el problema. Hay que modificar los parámetros del sistema (trabajar más años, pagar más, o recibir menos), no hay vuelta de hoja. A no ser que aumente de manera importante la inmigración, o se genere más crecimiento potencial -de nuevo la productividad-.
Las conclusiones de política fiscal de este análisis son claras: España necesita tanto una fuerte inversión en capital como un superávit fiscal estructural que suavice el proceso de reforma de las pensiones. Un sistema transparente similar a la regla de oro, donde un superávit corriente compense un déficit de capital y permita la actuación de los estabilizadores automáticos sería el marco adecuado.