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Columna
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Estado de conmoción

Un infinito dolor lacera nuestras almas y desgarra nuestros corazones. Ni las palabras, ni las repulsas, ni las condenas, ni las manifestaciones pueden expresar ni una milésima parte del dolor que la masacre y el aquelarre terrorista han producido en tantas y tantas personas de bien. Como ya ocurriera con el 11-S, ya nada volverá a ser igual tras el 11-M, dos años y medio después. La cadena de bombas tendrá consecuencias a corto, medio y largo plazo, y aunque no nos sea posible separar la razón del corazón, es nuestro deber intentar analizar posibles repercusiones.

Nuestro cuerpo social queda sumido en una profunda conmoción que durará semanas. Probablemente la mayor conmoción que hayamos sufrido -al menos que yo recuerde- durante las últimas décadas, equiparable o superior a la producida por el golpe de Estado del 23-F.

Hoy conmoción, mañana dolor y rabia. ¿Y pasado mañana? Resulta muy difícil predecir el rumbo que tomarán los acontecimientos, toda vez que estamos en las mismas puertas de unas importantes elecciones. Tampoco están suficientemente aclarados muchos aspectos del colosal crimen. ¿Cuántas personas han participado? ¿Cómo lo han ejecutado? ¿Cómo es posible que nuestros servicios de inteligencia -que tantos éxitos estaban acumulando en los últimos tiempos- no hubiesen detectado los preparativos en los que habrán participado docenas de asesinos? ¿Quién son sus autores? Si finalmente fuese ETA, como todo parece apuntar, estaríamos ante un brutal giro de su macabra tradición terrorista. ¿Qué busca con ello? Si es influir en las elecciones, sabe que favorece una amplia mayoría del PP en las elecciones generales. ¿Es eso lo que quiere? ¿O es que ETA atenta siempre que puede sin importarles las consecuencias?

Como ya ocurriera después del 11-S, ya nada volverá a ser igual tras este 11-M, exactamente dos años y medio después

La diabólica dimensión del atentado -casi doscientos muertos y mil heridos- nos sitúa en cabeza de la macabra lista de atentados internacionales. Cuando nos aterrábamos por los grandes atentados que veíamos en televisión siempre los asociábamos a lugares lejanos e inestables, como Chechenia, Irak u Oriente Próximo. El 11-S ya fue un aviso de que no existían lugares libres de riesgos: en cualquier punto y en cualquier momento podía ocurrir una masacre. Ayer, la muerte nos visitó a nosotros; somos tan vulnerables como cualquier otro.

Las fuerzas de involución se retroalimentan, no podemos entrar en su espiral. El Estado de derecho debe seguir funcionando, no tomemos atajos para sortearlo. El gabinete Bush aprovechó la rabia de su población tras el 11-S para embarcar al país en una absurda guerra que no ha colaborado para nada en construir un mundo más seguro. Uno de los fines que buscan los terroristas es incrementar la crispación y la involución en nuestra sociedad. Esperemos que sepamos mantener la cabeza fría para digerir los acontecimientos y actuar con inteligencia y acierto.

¿Consecuencias políticas? Son muy difíciles de estimar, dado el estado de conmoción bajo el que nos encontramos. Desde luego, el atentado influirá durante muchos años en nuestras decisiones y medidas. Ya hemos visto que tendremos una primera reacción de rabia, justificada en lo pasional, pero que no puede influirnos en lo racional. Los partidos ya han suspendido sus campañas electorales; han hecho bien, no tenía ningún sentido continuar con mítines y anuncios cuando tanta sangre corría por nuestras calles. Hemos podido oír algunas voces solicitando el retraso de las elecciones, aunque no parece que sea ni posible ni siquiera conveniente realizarlo. Si el domingo vamos a las urnas lo haremos bajo una brutal conmoción. Lo más probable es que estas circunstancias favorezcan al partido de Gobierno, aunque nadie sabe nada. Los comportamientos sociales bajo conmoción pueden ser bastante impredecibles.

El atentado tendrá otra nefasta consecuencia. El sistema político español precisa de cambios profundos: los partidos se volverán aún más reacios a ellos. Aprovecharán el temor a cualquier modificación del sistema para confundir la defensa del Estado con la de un statu quo político que refuerza sus privilegios partidarios. Seguirán mirando atrás, sin atreverse a construir una alternativa de futuro. Sufriremos más involución, que es lo que parecen buscar los terroristas.

No es día para hablar de repercusiones económicas. Aunque la inseguridad es una pésima compañera para los negocios, nuestra economía no experimentará un cambio significativo. España sigue siendo un atractivo lugar seguro y estable.

Hoy no es día de pronósticos, sólo de compartir dolor. Nuestro más sincero pésame a las familias afectadas, nuestro apoyo a las fuerzas de seguridad. Hoy, más que nunca, debemos estar todos unidos.

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