Correlación o causalidad, ¿es el Gobierno la causa?
La precisión en las ciencias sociales obliga a distinguir entre correlación y causalidad. Ante dos fenómenos simultáneos, que evolucionan en parecida dirección, realizados los oportunos tests, concluimos que aparecen asociados. Ello, sin embargo, está lejos de significar, sin más, que uno de ellos sea causa del otro.
Los científicos sociales están acostumbrados a hablar con humildad, lo que no es siempre el caso de los protagonistas de la vida pública que, con demasiada frecuencia, hallan inequívocas relaciones de causalidad entre las decisiones tomadas, los discursos pronunciados, las intenciones concebidas -ni siquiera materializadas- y los acontecimientos positivos de la vida social. En la política económica esto acontece con harta frecuencia. Si la coyuntura económica va bien, el responsable político se jactará de la marcha general atribuyéndola al resultado previsto de las acciones del Gobierno. Por razones bien conocidas, nunca se hará el análisis al revés: si las cosas van mal, o no tan bien como debían, la causa nunca será atribuida a la política practicada.
La asimetría del discurso político es tan habitual que a nadie sorprende. Por eso, en la búsqueda de un mínimo de equilibrio se atribuye a la oposición la responsabilidad de complementar, matizar y corregir los conocidos excesos de la propaganda gubernamental, con argumentos que restauren la credibilidad del debate social. Naturalmente, la oposición podría comportarse con idéntica falta de rigor intelectual a la del Gobierno. Es lo que ocurre cuando se niega la realidad misma, si acaso es positiva, o cuando se convierte al Gobierno en la causa eficiente de todo lo que de negativo existe en la vida.
En este juego de excesos, quienes llevan ventaja son los que disponen de más medios para difundir sus ideas o sus eslóganes. Una generalizada falta de crítica social, hecha de ligereza en la comunicación, respeto al poder establecido e intereses económicos a preservar, permite que ciertas ideas, a base de repetidas, circulen, se difundan, y hasta se adopten como verdades incontestables. Es lo que ha ocurrido con una parte del discurso económico del actual Gobierno. La comprensible pero interesada selección de la parte más favorable de la realidad económica y su relación -a veces, totalmente accidental- con las medidas del Gobierno del PP, ha permitido dar ese auténtico salto mortal del análisis económico que consiste en convertir la simultaneidad de dos fenómenos -una observable correlación-, en indiscutible causalidad.
Como es el PP el que ha gobernado en un periodo de crecimiento económico, corresponde en exclusiva al Gobierno el mérito de que aquél, felizmente, se haya producido. De donde algunos concluyen la superioridad del discurso (del programa) electoral del PP sobre el alternativo del PSOE. Conclusión ésta que, para ser adoptada racionalmente, requeriría algún debate de esos que se ha decidido evitar y la aportación crítica de una opinión especializada que, hasta ahora, se ha limitado a reproducir las 'promesas' electorales de unos y otros.
Un ejemplo de las inexactitudes y falsedades asociadas al discurso gubernamental es el siguiente. El centro del discurso reside en la afirmación de que la reducción de impuestos (en plural y sin matices) sirve para incentivar la actividad económica, fomentar el ahorro y la inversión privada y, por lo mismo, eliminar los desequilibrios que afectan al sector público, que no sólo ve reducido su déficit sino que puede liquidar sus cuentas con superávit. El círculo virtuoso así creado sería la causa principal de una etapa de crecimiento económico estable de la economía española, superior a la media de la UE, que ha garantizado nuestra convergencia con Europa.
Lamentablemente, con afirmaciones parcialmente ciertas se puede construir un discurso completamente falso. Es lo que se constata al observar que no sólo no han bajado los impuestos (en plural) sino que el IRPF, cuyos tipos bajaron, se ha visto compensado por la no deflactación de la tarifa con la inflación. Que el ahorro privado no sólo no ha subido sino que ha bajado en relación al PIB. Que igualmente la tasa de inversión de la economía se ha visto reducida respecto de la de periodos anteriores, salvo en la influencia excesiva del sector de la construcción y que la razón principal del logro del equilibrio presupuestario en estos años ha sido la reducción de tipos de interés.
Y, sin embargo, como saben todos los especialistas y hasta reconoce en ocasiones el señor Cuevas, pocos avances se han hecho en estos años para garantizar el aumento del potencial de crecimiento de la economía y, en consecuencia, la convergencia efectiva con los países más avanzados de la UE. La productividad de la economía española, aun con las correcciones en los datos del INE que ya nos anuncia el Gobierno, está en niveles incompatibles con la convergencia y el progreso.
¿Correlación o causalidad?