Mentiras de encargo
George Bush y Tony Blair se han visto obligados a constituir comisiones de investigación para clarificar las exageraciones y mentiras que llevaron a la guerra de Irak, según el autor, quien subraya que esa marea de información se detiene en España
Arden los medios políticos y periodísticos de Estados Unidos y de Gran Bretaña a propósito de las exageraciones y mentiras sobre las que se basó la decisión de invadir Irak. El presidente George Bush se ha visto obligado a designar una comisión que investigue cómo pudieron progresar tales errores y el primer ministro Toñín Blair ha tenido que seguir por esa misma senda. Pero esa marea se detiene en España, donde el presidente del Gobierno, José María Aznar, se niega a comparecer ante la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados y el candidato del Partido Popular para las elecciones del 14 de marzo, Mariano Rajoy, sigue tan campante sin aceptar ni siquiera que le formulen preguntas sobre esa ni sobre ninguna otra materia.
Cunden las dimisiones en la BBC y en France 2 mientras en TVE continua la rechifla general sin peligro alguno de que esa gripe perniciosa alcance al director de sus informativos, Alfredo Urdaci, a quien condenó por manipulación la Audiencia Nacional, ni al director general de RTVE, José Antonio Sánchez. Este último para más escarnio declaraba que nada le gustaría más que destituir a Urdaci para poder nombrarlo de nuevo. O sea que estamos en el no pasarán.
Aznar y Rajoy tuvieron informes contundentes del CNI que desmontaban las falacias norteamerica-nas y británicas, pero prefirieron ir a la guerra como Mambrú
Pero se atisba el comienzo de una reacción de vergüenza profesional a cargo de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) ahora bajo la presidencia de Fernando González Urbaneja. En una nota ejemplar y por completo desusada después de tantos años de silencio cómplice, la APM advierte preocupada el deterioro de las condiciones y usos periodísticos habituales provocados por algunos poderes y personalidades que deberían permanecer bajo el escrutinio de los medios de comunicación y de los periodistas en aras de las normas elementales de transparencia y pluralidad informativa. Señala la APM que esas prácticas inaceptables dañan la calidad y la credibilidad del sistema de convivencia que reclama el libre ejercicio de la crítica. En concreto se refiere al uso reiterado del recurso a 'declaraciones institucionales' que son leídas ante los informadores como si fueran magnetófonos sin posibilidad alguna de interrogar al declarante.
¿Volverán los periodistas a recuperar aquella función de los felices treinta cuando se limitaban en Burgos a recoger los partes del Cuartel del Generalísimo? Repudia también la APM esa corte de hooligans que, añadidos a la sala del crimen periodístico, sirven de claque aplaudidora y vociferante a la mayor gloria del protagonista mientras desnaturalizan el ambiente de esta clase de encuentros. ¿Se nos podrá indicar qué sentido tienen esos entusiasmos prefabricados destinados a amedrentar a los periodistas? Por último, la citada nota de la APM se pronuncia con rotundidad contra la moda del suministro de materiales -vídeos y cintas editadas por el informante para subrayar su perfil más favorable- de actos en los que se ha vetado el acceso de los periodistas como testigos. ¿Hasta cuándo se mantendrá esa docilidad borreguil que engulle acríticamente cualquier pasto?
Recuerda el prestigioso matemático de Oxford Roger Penrose en su ensayo sobre el redescubrimiento de la gravedad y la ecuación para la relatividad general (véase el libro Fórmulas elegantes editado en la colección Metatemas, de Tusquets) cuán sobrecogido quedó en 1907 Einstein, cuando sentado ante su mesa de trabajo en la oficina de patentes de Ginebra, le sobrevino el pensamiento de que 'si alguien cae libremente, no siente su propio peso' y cómo esa idea tan simple le dejó una profunda huella y fue la que le impulsó hacia una teoría de la gravitación.
Ese parece ser también el caso de Aznar en caída libre sin sensación alguna de su propio peso pero además se diría que es como si el conjunto del país le acompañara en esa caída libre. Porque sólo la ausencia de percepciones explica que tampoco haya respuestas a tan potentes estímulos.
Otra cosa es que el camino de Bush y de Blair sea un camino propio de simuladores dispuestos a rehuir responsabilidades personales e intransferibles como rezan algunas invitaciones provenientes de lo alto. Porque, como ha detallado Richard Goodwin en su columna de The New York Times del pasado 8 de febrero, los servicios de inteligencia después de suficientes presiones se limitaron a decir lo que el presidente y el primer ministro querían que les dijeran para justificar su previa decisión de ir a la guerra. Nuestro Aznar y nuestro Rajoy tuvieron informes contundentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) que desmontaban las falacias norteamericanas y británicas pero prefirieron ir a la guerra como Mambrú. Por crédulos o por pérfidos es inexcusable que ahora respondan.