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Tribuna
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El genio no volverá a la lámpara

El interés global por reducir la opacidad de las empresas y la caída de la rentabilidad han puesto sobre la mesa el debate sobre el grado de transparencia del sector del capital riesgo. El autor señala que un nivel idóneo de información tiene más ventajas que inconvenientes

El nivel de transparencia e información en el sector del capital riesgo ha sido durante mucho tiempo una cuestión que importaba, exclusivamente, a los gestores de fondos y a sus clientes. Los recientes escándalos en algunas renombradas empresas de EE UU, de ámbito general, han provocado una oleada global de interés por aumentar la transparencia en el mundo empresarial que inevitablemente ha alcanzado también a nuestro sector.

Hasta hace poco, el esfuerzo del sector por mejorar la transparencia -entre los gestores y sus clientes- se centraba en aumentar la consistencia y estandarización de la información compartida y, en especial, de las valoraciones de las carteras. En este sentido la Asociación Europea de Empresas de Capital Riesgo (EVCA) ha seguido publicando diversas recomendaciones al respecto, situándose siempre al frente del sector en ese esfuerzo por una mayor transparencia.

La tendencia de facilitar más información en el sector del capital riesgo no tiene ya vuelta atrás

Pero el cambio de ciclo económico, y la consiguiente caída de la rentabilidad del sector tras la exuberancia de finales de los noventa, coincidiendo con el interés global en aumentar la transparencia empresarial, ha puesto sobre la mesa el debate sobre el grado de transparencia que las empresas de capital riesgo deben tener, no sólo con respecto a sus clientes, sino con respecto al público en general. El debate se inicia, también, en EE UU basándose en las leyes Open Record, a nivel estatal, que obligan a poner a disposición de los contribuyentes toda la información relativa al destino que las instituciones de inversión dan a los fondos públicos. Sobre esta base, algunos medios y particulares solicitaron a los fondos de pensiones públicos información sobre el destino de sus inversiones en capital riesgo (en qué fondos se invierte, qué rentabilidad se obtiene, dónde invierten, a su vez, los fondos de capital riesgo...). Hay que recordar que los fondos de pensiones suponen el 58% de la inversión en capital riesgo en EE UU y más del 25% en la UE. Es lógico que el impacto de este flujo de información se extendiera por todo el sector.

El detonante fue la petición, en otoño de 2001, del periódico San José Mercury News a Calpers, uno de los mayores fondos de pensiones norteamericanos, de información extensiva sobre sus inversiones en capital riesgo y el litigio que entabló, basándose en la Federal Freedom of Information Act, al negarse Calpers a proporcionar la información solicitada, aduciendo que se trataba de secretos comerciales. En noviembre de 2002 el tribunal de San Francisco falló parcialmente contra Calpers y forzó un acuerdo entre esta empresa y el medio de comunicación. Calpers publicó, finalmente, información en su página web sobre los fondos de capital riesgo en los que había invertido y la rentabilidad en cada uno de ellos. Se aceptó, en este caso, limitar la información publicada al nivel de cada fondo y no descender al nivel de las empresas donde cada fondo hubiera invertido, que sí se entendió podía ser muy dañino para la capacidad de competir en igualdad de condiciones. A este litigio siguieron muchos en EE UU y son ya varias las instituciones públicas que han publicado en sus webs la rentabilidad de los fondos de capital riesgo donde han invertido.

El revuelo causado por estas publicaciones en este tradicionalmente discreto sector se comprende, dado su largo ciclo de negocio. Las rentabilidades interinas -durante la vida de un fondo- basadas en valoraciones de la cartera no desinvertida no suelen dar una imagen fiel de la rentabilidad final. Las compañías no aumentan su valor de manera lineal y, además, los gestores no realizan revalorizaciones de su cartera de forma recurrente, cosa, por otro lado, muy difícil de llevar a cabo con compañías que no cotizan. æpermil;stos suelen ser fondos de 10 años, en los que la rentabilidad final no se observa hasta el fin de su vida.

Lógicamente, los primeros años suelen mostrar rentabilidad negativa, por cuanto la cartera no se revaloriza inmediatamente y en cambio se incurre en gastos desde el principio: la famosa Curva J del sector.

En este entorno ha habido quien ha acusado al capital riesgo de, al estar en un ciclo bajista, ser especialmente renuente, ahora, a ser transparente dadas las bajas rentabilidades, o quien reflexiona que con más transparencia se conocerían con detalle las elevadas remuneraciones de algunas de las firmas más visibles. Pero razonemos; si se empieza dando información del fondo y su rentabilidad, ¿cuál será el siguiente nivel que se solicitará? ¿Por qué no información detallada de la marcha y estrategia de cada compañía participada, con el riesgo de competitividad que significaría? ¿Dónde debe estar la frontera de lo que se publica? El sector lo tiene claro: las compañías participadas son la frontera. La defensa de su competitividad debe ser sagrada.

Como dijo Tom Hicks, uno de los fundadores de la firma de capital riesgo Hicks Muse, en una reciente conferencia sectorial, 'el genio ha salido de la lámpara y no va a haber forma humana de volverlo a meter en ella'. La tendencia hacia más transparencia no tiene ya vuelta atrás y, de hecho, tiene más ventajas que inconvenientes. El sector tendrá que aprender a vivir en un mundo más transparente y encontrar un nivel idóneo de información para un público en general más formado e informado.

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