Política monetaria en un mundo imperfecto
No sé cuántas veces mencionó públicamente el primer presidente del BCE, Willem Duisenberg, la necesidad de reformas estructurales en el área del euro. No sé tampoco cuántas de aquellas referencias se hicieron ante la solicitud de una política monetaria más laxa, en una economía, la de la zona del euro, en la que el desempleo se mantenía en cifras elevadas y en las que tiende a mantenerse durante periodos más prolongados que economías con mercados laborales menos regulados, como es el caso de los países anglosajones.
Lo cierto es que en las 'rígidas' economías del área del euro, las perturbaciones desfavorables a la actividad económica, como el alza de precios de la energía, la caída del valor de la Bolsa, la desaceleración del comercio internacional o la apreciación de la divisa llegan a los indicadores económicos con menos rapidez que economías con mercados de factores y productos menos regulados. Pero también sucede que, una vez que se manifiestan estas perturbaciones desfavorables en la economía, se traducen en tasas de desempleo persistentemente altas.
Como decía Duisenberg, no puede ser responsabilidad de la política monetaria hacer frente a las bajas tasas de crecimiento potencial de la eurozona. Sin embargo, sí es responsabilidad de la política monetaria tratar de compensar las perturbaciones desfavorables sobre la economía, en particular aquellas que tienden a reducir el crecimiento agregado y a bajar la inflación.
En los últimos 18 meses el Banco Central Europeo ha reaccionado a la manifestación de algunas de dichas perturbaciones sobre la economía de la eurozona, en particular las que provenían de la ralentización del comercio internacional, del deterioro bursátil y sus efectos sobre el sector financiero y, quizá, de la apreciación del euro.
Siempre quedará la duda de si la reducción de los tipos de interés puede haber sido suficiente y si se ha hecho a tiempo, pero difícilmente puede decirse que, a grandes rasgos, nuestra autoridad monetaria no haya actuado en la dirección correcta.
Llama especialmente la atención que, siendo algunas de las perturbaciones que han afectado a la economía europea comunes con las de la economía norteamericana, la respuesta del BCE haya sido de menor intensidad (4,75 puntos porcentuales de bajada de la Fed por 2,50 del BCE).
Es especialmente llamativo también que esta asimetría de respuesta de las autoridades monetarias vaya acompañada de una significativa apreciación del euro que no parece haber recibido respuesta suficiente por parte de la política monetaria del BCE.
De la misma manera que Duisenberg mencionaba la incapacidad de la política monetaria para elevar la tasa de crecimiento potencial de la UEM, su sucesor, Jean-Claude Trichet, puede argumentar que poco puede hacer con los tipos de interés que fija el consejo del BCE para frenar la caída del dólar. Pero el caso es que, de seguir tan fuerte el euro, se elevará significativamente la destrucción de empleo, y el desempleo generado se volverá persistente.
Es, por tanto, necesario que la autoridad monetaria trate de frenar la apreciación del euro, sin justificar su inacción en los bajos tipos de interés que mantiene la Reserva Federal.
En un mundo perfecto no existiría desempleo alto y persistente como el que padece la UEM, ni se producirían movimientos tan extremos en los precios de las divisas, que pueden elevar dicho desempleo todavía más. En tan perfecto mundo las actuaciones de la autoridad monetaria (reducción de tipos oficiales, intervención en el mercado de divisas) no serían necesarias, ni efectivas. Seguramente ese mundo ni siquiera tendría autoridad monetaria.
En el mundo perfecto es posible que ni siquiera hubiera divisas, o que si las hubiera se movieran tan suavemente como los ciclos económicos de los países respectivos, haciendo innecesaria la coordinación de las distintas políticas monetarias y cambiarias.
Pero el día a día nos recuerda las imperfecciones de nuestra economía y la necesidad de una autoridad monetaria anticíclica que vele tanto por el valor interno como por el valor externo de la moneda sobre la que tiene influencia, coordinando sus actuaciones con otras autoridades monetarias. Aunque también nos recuerda que las actuaciones de la autoridad monetaria no son suficientes como solución a nuestros problemas económicos.