Globalización ultramoderna
Durante los última semana he tenido la oportunidad de participar en distintos proyectos en la más joven capital del Viejo Mundo (Berlín, reunificada en 1989) y en la más antigua capital del Nuevo Mundo (Santo Domingo, fundada por Bartolomé Colón en 1494). Un contraste inolvidable para reflexionar sobre la globalización, sus ventajas e inconvenientes. Por encima de todas sus diferencias culturales y socioeconómicas, ambas capitales comparten el peso de los público (en Berlín, la capitalidad ha atraído a numerosos funcionarios públicos, pero no ha supuesto la vuelta de la industria y las empresas de servicios creados allí antes de la guerra; en Santo Domingo, la política es una especie de deporte nacional y se viven apasionadamente las presidenciales cuando faltan seis meses para que se celebren) y se han convertido en grandes bazares donde casi todo está en venta. Son ciudades sin un particular reclamo turístico, en las que la mayor parte de la población no puede ni imaginar comprarse la mayor parte de los artículos que figuran en los escaparates (los dominicanos han pasado de una ratio dólar-peso de 1:16 en enero a 1:40 actualmente; más de la mitad de los berlineses viven de la Seguridad Social). La globalización de las marcas poderosas, que se basa en la eficiencia a ultranza, la maximización del beneficio y el traslado de los centros de producción a donde los salarios son más bajos y las condiciones laborales más indignas es el blanco de ataque de los movimientos antiglobalización. Se les suele responder que, merced a la tecnología y las comunicaciones, la globalización es un hecho incontestable. Ciertamente.
Sin embargo, la globalización no tiene sentido si no va acompañada de un calificativo que la defina. De hecho, no hay una globalización sino tres: la llamada globalización moderna, propia del capitalismo más salvaje, que tiende a unificar y mercantilizarlo todo. La opuesta, la globalización posmoderna, la del todo vale, que permite por ejemplo las tiranías, los despropósitos, la discriminación o la violencia de género so pretexto de que 'así es su cultura y no conviene inmiscuirse'. En realidad, tan execrable como la anterior y la mejor excusa para los defensores de la globalización moderna. Y, afortunadamente, un tercer tipo de globalización, la 'globalización ultramoderna' (término acuñado por el filosofo José Antonio Marina), que considera que, si bien existen distintas morales sólo hay una ética que combina derechos y obligaciones, libertad y responsabilidad, y que antepone la dignidad de la persona a cualquier justificación cortoplacista en lo económico, lo político o lo social. El concepto ultramoderno de globalización se centra en el aprecio por la diversidad, por un enfoque integral de las organizaciones como agentes sociales que han de beneficiar a los clientes, los accionistas, los empleados y la sociedad, y en la fuerza de la identidad local para el progreso y la generación de riqueza. La globalización ultramoderna conecta con el humanismo occidental de Erasmo, Tomás Moro o Cervantes, pero también con los planteamientos humanistas que hay en el hinduismo, el budismo, el islamismo. La ultramodernidad es, para los humanistas, el enfoque adecuado para salir del atolladero de la globalización mal entendida. Estamos lejos de conseguirlo.
La compañía norteamericana de distribución Wal Mart se ha convertido en 2003 en la empresa más admirada del mundo, sobrepasando a la General Electric post-Welch. Y en el primer empleador de México, con más de 100.000 trabajadores fijos (el año pasado contrató a casi la mitad de los nuevos empleados fijos del país). Con sus precios bajos, impulso de la productividad, salarios al mínimo, fortísima presión sobre los proveedores y eliminación de los sindicatos, Wal Mart ha cambiado las reglas del juego en México desde el más puro imperialismo cultural. Llegó al país azteca en 1991, y ahora factura allí 11.000 millones de dólares, más que todo el sector turístico. Pasan por sus 633 tiendas (la mitad, en el Distrito Federal) 585 millones de clientes (unas seis veces el total de la población mexicana). Junto a McDonald's y Domino's Pizzas, las tres cadenas estadounidenses han transformado el consumo de su vecino del sur desde que Nafta (el Acuerdo de Libre Comercio en Norte América) entrara en vigor hace diez años. Sin embargo, la mayor parte de las compras de Wal Mart no se realizan en México sino en China, porque el coste salarial por hora allí es de 0,72 dólares frente a los 2,30 de promedio en Latinoamérica. China se ha convertido este año en el segundo exportador (tras Canadá) a Estados Unidos, superando por primera vez a México. Las exportaciones chinas han crecido un 17% anual durante la última década, en tanto México ha perdido 250.000 empleos sólo en 2002 en las fábricas de su frontera con Estados Unidos. A este ritmo, en menos de dos décadas el 40% de la producción mundial se realizará en un país que prohíbe los sindicatos y las huelgas y donde se trabajan más de 60 horas semanales en condiciones infrahumanas.
Si bien existen distintas morales, sólo hay una ética que combina derechos y obligaciones
La responsabilidad social de las empresas y los Gobiernos pasa necesariamente por trabajar en pro de un modelo de globalización ultramoderna, que haga posible el desarrollo real de los países tanto o más que el progreso económico, que respete y defienda la identidad cultural de cada pueblo y simultáneamente el fomento de valores universales de la persona.
Director de Eurotalent