Aunque la primera vez que se utilizan hay que ser prudente hasta dominar sus reacciones, pues la potencia de estas máquinas logra prestaciones que poco tienen que envidiar a las de asfalto, las motos de nieve se sitúan entre las mejores alternativas para pasar un buen rato de diversión, ahora que viene el frío.
Y es que estos vehículos, que tienen su origen como sistema de transporte agrícola, forestal y hasta de tiro o remolque, en sustitución de renos y perros, son más fáciles de llevar de lo que parece. Además, permiten sensaciones fascinantes, entre otros motivos porque logran acceder a puntos a los que no es fácil llegar por otros medios. Básicamente, una moto de nieve, que cuesta entre 4.000 y 12.000 euros, está impulsada por motores de gasolina, de dos o cuatro tiempos, con potencias que oscilan entre 40 y 160 CV. Estas mecánicas van acopladas a transmisiones de variador continuo, como en los escúteres y ciclomotores. Por cierto, es frecuente que dispongan de marcha atrás.
Su dirección se controla con un manillar clásico, que gobierna patines de movimiento independiente -llevan suspensiones-, y el acelerador, emplazado en la empuñadura derecha, es de gatillo. Por lo que respecta a la tracción, se realiza con una oruga posterior. Suele ser de kevlar y puede llevar clavos para circular sobre firmes helados e inclinados.
Incorpora un disco para frenar -de actuación hidráulica, se pulsa con la mano izquierda-, y también dispone de su propio amortiguador de nitrógeno, que es imprescindible para absorber las irregularidades del terreno sobre el que se circula.