_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tras el fracaso

Aunque un no-acuerdo sea mejor que otro mal compromiso, el fracaso de Bruselas abre un grave interrogante sobre el futuro de Europa.

Los optimistas recuerdan que la historia de Europa es la de la superación de sus crisis. Y en los últimos 50 años ha sufrido unas cuantas de las que vale la pena recordar algunas: el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa (50-54), el rechazo del plan Fouchet (61-62), el veto francés al Reino Unido (62-63, 66-67), la política de la silla vacía de De Gaulle (65-66), las tensiones monetarias (71-73), el cheque inglés (79-84), la explosión del Sistema Monetario Europeo (91-93), los desacuerdos franco-alemanes (99-2002) que condujeron al semifracaso de Niza y finalmente la división sobre Irak y la ruptura del Pacto de Estabilidad.

Cada crisis fue aumentando la desconfianza entre los Estados. Pero la visión de un cierto interés colectivo permitió superar los divergentes intereses nacionales. ¿Ocurrirá ahora lo mismo, o la Europa de Jean Monnet habrá llegado al límite de su ambición al extender sus límites territoriales?

Si fuese cierto que en Bruselas estaban de acuerdo sobre el 95% del proyecto constitucional, y sólo quedaba por resolver la regla de decisión en el Consejo, habría razones para ese optimismo, al menos después de las elecciones de marzo en España y Polonia.

Pero la batalla por el poder puede haber ocultado desacuerdos más fundamentales. La nonata Constitución se basaba en una concepción democrática de la Europa de los ciudadanos y algunos países, fundamentalmente los Estados fundadores, quieren que la unión económica y monetaria sea la base de un proyecto político para un mundo multipolar. Pero a los últimos en llegar, y a los que todavía están por venir, les basta una zona de libre cambio que no rompa su cordón umbilical con los EE UU, que no necesita primar la representación democrática de los ciudadanos.

Esta diferente concepción está en la base del fracaso del intento de dotar a la Europa de los 25 de una Constitución. Y lo ocurrido inmediatamente después agrava el panorama.

La carta que envían a la Comisión, dos días después del fracaso de Bruselas, los seis países que son, o serán próximamente, contribuyentes netos al presupuesto comunitario pidiendo su congelación hasta 2013, refleja de forma brutal la relación de fuerzas en Europa. Pero no debería ser un secreto para nadie que la renovada unidad de Francia y Alemania se construye en torno a la relación entre el proyecto constitucional y la financiación de las políticas de la Unión.

Ambos países, y sobre todo Alemania, se preguntan por qué deben pagar para que se suban al carro algunos que no participan de la misma visión. Ni de la misma ambición sobre el papel de Europa en el mundo .

Y aquí es donde se puede producir la ruptura más importante de la Europa ampliada, antes de que la ampliación sea efectiva. Si el gasto se mantiene en el actual 1% del PIB comunitario, todo el presupuesto sería absorbido por un esfuerzo de solidaridad con los países del Este similar al que se ejerció con España y Portugal. Pero la carta de los seis marca implícitamente una alternativa basada en la reducción de las actuales ayudas regionales en beneficio de la investigación y los proyectos 'verdaderamente' promotores del desarrollo.

En este esquema, los seis se quedarían con una buena parte del pastel presupuestario y, con las reglas de Niza, tienen capacidad para imponer esta opción.

Pero eso sería el fin de la dimensión solidaria de la construcción europea, precisamente cuando Europa tendrá que hacer frente al mayor choque económico de su historia.

Con la ampliación, y sobre todo, cuando entren Rumania y Bulgaria, Europa será un planeta en miniatura con grandes diferencias de riqueza y productividad. Y las reglas de la competencia, que fueron la base de la integración europea entre países similares protegidos del mundo exterior por un arancel común, no serán suficientes, porque las mismas reglas producen efectos diferentes según el conjunto al que se aplican.

Sólo un esfuerzo adicional de solidaridad, mayor del que se hizo con España, Portugal, Grecia e Irlanda, puede evitar que la ampliación fracase y la emigración desde el este se convierta en un problema adicional.

Desde esta perspectiva, la carta de los seis es tan insolidaria como la carta de los ocho apoyando a Bush cuando la guerra de Irak, que tanto criticamos. Las 'vanguardias' o los 'grupos pioneros' que Chirac se apresuró a plantear como solución al fracaso de Bruselas, no pueden presentarse como una amenaza ni ser una alternativa a la Constitución por la que debemos seguir trabajando en el año 2004.

Diputado por Barcelona (PSC-PSOE) y presidente de la Comisión Mixta Congreso Senado para la UE

La batalla por el poder en la UE puede haber ocultado desacuerdos más fundamentales

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_