¿Ladrillos y paella?
Era inevitable. La política dirigida a elevar el capital humano, científico y tecnológico de España, plasmada simbólicamente en la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología, tenía todo el atractivo de las buenas imágenes y toda la inconsistencia de las políticas asentadas en demasía sobre los titulares y la publicidad. Cuando todo el mundo sabía que los planes de I+D+i -tras sonoras proclamas en favor de la importancia de la ciencia, la modernidad y el progreso tecnológico- se habían incumplido por enésima ocasión, un nuevo plan acaba de ver la luz en el Consejo de Ministros. Su ambición es tan mesurada que pretende alcanzar en 2007 los objetivos que el Gobierno ya había fijado para 2005, lo que, por criticable que resulte en cuanto a ambición, no puede sino sorprender por la sinceridad.
Los datos ponen de manifiesto nuestro bajo esfuerzo relativo en la preparación para el futuro. Investigamos poco, cultivamos el conocimiento menos de lo deseable para elevar el stock de capital humano necesario y, lo que es peor, no demostramos inquietud por remediar la situación. Más aún, es tal la satisfacción que nuestras autoridades exhiben ante los resultados económicos alcanzados que parecen creer que nuestro diferencial de crecimiento de hoy es suficiente garantía de la continuidad del proceso de convergencia real con los países más avanzados de la UE. Resulta chocante que parezcan creer eso cuando, machaconamente, la OCDE y la propia UE insisten en certificar el retraso europeo en la construcción de una sociedad basada en el conocimiento, y el nuestro dentro de la UE.
Los últimos datos publicados (OECD Science, Technology and Industry Scoreboard 2003) permiten apreciar la significativa distancia que seguimos manteniendo en los indicadores utilizados por la OCDE para medir el avance de la sociedad del conocimiento: la inversión en investigación y desarrollo, en educación superior y en software. La suma de estos indicadores permite decir que la 'inversión en conocimiento' de la sociedad española es un 3,4% del PIB, frente a una media del 4,9% para la OCDE. Naturalmente, los indicadores de EE UU nos desbordan ampliamente, como los de Suecia, Finlandia o Dinamarca, pero más llamativa resulta aún la comparación con países como la República Checa o Hungría, bastante mejor situados que España, en la cola de la UE, como ya es usual.
Una simplificación del problema del atraso es imputárselo en exclusiva al Presupuesto. Como gastamos públicamente menos de lo necesario, esta sería la clave del problema. Lamentablemente, con independencia de la desidia, de la mala gestión gubernamental y del postergamiento de la atención al futuro en nombre del equilibrio presupuestario del presente, no todo se reduce a un problema presupuestario. Por ejemplo, financiamos públicamente una parte bastante mayor de la I+D que los países de la OCDE (40% frente a 29%) o de la UE (35%), lo que significa que las empresas gastan en esta materia mucho menos de lo deseable (47% en España frente a 64% en la OCDE o 56% en la UE). Y aquí vienen una parte de nuestros problemas. Porque sin justificar la miopía de la que, en ocasiones, se acompaña el comportamiento de algunos empresarios, sería injusto un reproche colectivo de irracionalidad económica por no invertir más en tan importante factor de competitividad.
Y es que no es lo mismo una estructura económica muy minifundista, como la española, que otra con mayor presencia de compañías de mayor talla media. Ni puede compararse una economía con gran presencia de sectores intensivos en capital humano y tecnológico con otra con mayor peso de sectores tradicionales, menos intensivos en los factores citados. Por no hablar del papel retardatario que la especialización en determinado tipo de servicios -muy intensivos en empleo poco sofisticado- puede significar para el desarrollo de una economía basada en el conocimiento.
Como alguien ha dicho con acierto, el turismo y la construcción pueden ser una bendición. Pero una economía que fundamente su crecimiento en la combinación factorial que caracteriza a estos sectores tendrá alguna debilidad para incorporarse a la sociedad del conocimiento y para garantizar la sostenibilidad de un crecimiento diferencial a largo plazo. Hay, pues, razones para sentirnos insatisfechos. Todos menos el Gobierno.
Profesor de Economía de la Universidad Carlos III