¿El fin de los principios?
Hace unos años, a la vista de la evolución de la economía norteamericana, algunos expertos en mercados financieros se atrevieron a anunciar el fin de los ciclos económicos.
Aunque la mayoría de los economistas de prestigio no se dejaron engañar, muchos creyeron haber encontrado la fórmula mágica que durante siglos habíamos buscado y que se basaba en unos principios básicos: libertad de mercado, equilibrio presupuestario, nuevas tecnologías y una política monetaria que se anticipaba a las necesidades de la economía doméstica de forma flexible y, sobre todo, trasladando confianza y seguridad a empresas y consumidores. En nuestra historia moderna, es difícil encontrar una combinación que haya tenido mejores resultados.
Mientras tanto, en Europa, teníamos problemas para desarrollar este modelo: los mercados básicos seguían adoleciendo de un elevado grado de intervencionismo, que todavía persiste; las cuentas públicas no terminaban de encontrar el equilibrio buscado; la inversión en I+D+i quedaba lejos de los niveles del otro lado del Atlántico, y el Banco Central Europeo, creado con el objetivo principal de garantizar la estabilidad de precios y no el crecimiento, era incapaz de convertirse en la referencia que habían sido siempre los bancos nacionales en nuestros respectivos países.
Pero llegó el fin del ciclo. Y, por lo que parecen indicar las noticias desde hace meses, el fin de los principios seguidos hasta entonces. Las medidas de protección a la industria del acero de la Administración Bush fueron el primer síntoma de estos cambios. Luego se han ido sucediendo más, en forma de déficit público, desinversión, como en el caso de las infraestructuras energéticas, y de dudas hacia la política monetaria de la Reserva Federal estadounidense.
Como es normal, este cambio no ha sido unilateral. Los déficit de Alemania y Francia, las ayudas del Gobierno galo a Alstom -con el visto bueno de la Comisión Europea- o el reciente fracaso de la cumbre de la OMC son ejemplos de ello. Un fracaso, el de Cancún, del que todos, países desarrollados y no desarrollados, somos culpables en la medida en que nos hemos olvidado de las bases sobre las que se creó la Organización Mundial del Comercio. Si queremos avanzar hacia una economía más sólida, no podemos olvidarnos de estas bases cada vez que el crecimiento económico se debilite.
En medio de todas estas noticias negativas, que suponen un freno al comercio mundial, pero no a la globalización -continúa siendo imparable- llega el acuerdo del FMI con el Gobierno argentino sobre las condiciones de pago de su deuda externa.
Quizá el acuerdo se deba sólo a las presiones y a las críticas que ha recibido el FMI por la ineficacia y rigidez de sus políticas, o al miedo de nuestros Gobiernos a que el 'multilateralismo' del que tanto se ha hablado últimamente quede definitivamente enterrado.
O quizá, en vez de un parche, se trate del primer síntoma de recuperación del espíritu de cooperación que requiere el desarrollo del libre comercio mundial. El tiempo dirá. Lo que parece claro es que la situación actual, como suele suceder en los momentos de incertidumbre, es una magnífica oportunidad para llevar a cabo las reformas estructurales que necesitamos, no para replanteárnoslas.
Sobre todo en el caso de nuestro país, en el que la economía está demostrando una fortaleza envidiada y hasta ahora desconocida en épocas de crisis.
Ante esta situación, no parece adecuado polemizar en exceso acerca del Pacto de Estabilidad. España debe seguir con su actual política fiscal, que nos está dando buenos resultados, pero sin forzar a otros países en los que el Pacto puede resultar un freno que alargue el periodo de incertidumbre, lo que puede frenar también nuestro crecimiento.
Eso sí, debemos exigir que cada país asuma sus responsabilidades -los fondos estructurales no son los culpables de la falta de competitividad de algunos de nuestros socios-, que se respeten los principios de libre mercado -el déficit de estos países no puede acabar en manos de empresas que compiten con las nuestras o trasladarse a los tipos de interés- y que se siga avanzando en las grandes reformas que Europa necesita: flexibilización del mercado laboral, reconocimiento social del espíritu emprendedor, modernización de infraestructuras y apuesta decidida por la sociedad del conocimiento.