Una reunión del FMI provechosa
La reunión de otoño del Fondo Monetario Internacional (FMI), que este año se ha celebrado en Dubai, Emiratos Árabes Unidos, ha servido de verdadero foro de debate sobre la situación económica actual. A diferencia de otras ocasiones, los líderes económicos mundiales han abordado con mayor profundidad los riesgos y las oportunidades del crecimiento, han sacado a la palestra los problemas que atraviesa la economía global y han asumido, o al menos así lo han hecho en sus encuentros, la necesidad de cooperación económica en un mundo cada día más interdependiente.
El marco de la asamblea del Fondo también ha servido para tratar de avanzar en la resolución de la crisis de dos de los principales protagonistas del momento, Argentina e Irak. El país suramericano ha presentado su oferta de reestructuración de la deuda en mora y, pese a las críticas de los acreedores, su propuesta ha servido para establecer al menos un marco de negociación. La cuestión iraquí, sin embargo, ha terminado como empezó, sin que los responsables económicos hayan conseguido avanzar sobre una crisis que aún no ha sido resuelta a nivel político.
EE UU, una vez más la locomotora del crecimiento mundial, ha pedido la colaboración de otras regiones para impulsar el crecimiento y ha tenido que soportar duras críticas por los crecientes desequilibrios de su economía. Sin embargo, algunos de los llamamientos que Washington ha realizado en esta reunión tienen una indudable explicación más en clave interna, como ayer recordaba el director gerente del FMI, Horst Köhler, que de verdadero origen de sus lastres económicos. Y esa es la lectura que cabe hacer, si no al completo sí en buena medida, de sus presiones para que los países asiáticos, en particular China y Japón, flexibilicen los tipos de cambio de sus monedas. El presidente de EE UU, George Bush, soporta crecientes presiones, a un año de la elección presidencial, para que adopte medidas de sanción contra las importaciones chinas, a las que la industria culpa de pérdida millonaria de empleos, una de las heridas de la recuperación estadounidense. Pero sin las intervenciones de estos países en el mercado, a través de la compra de activos en dólares para frenar la apreciación de sus divisas, la financiación de EE UU puede verse en serias dificultades y asestar un duro golpe al mercado de acciones de Wall Street.
El respaldo del Grupo de los Siete países más industrializados (G-7) al llamamiento de EE UU sobre tipos de cambio tiene, sin embargo, más lógica. El euro, la moneda de tres de los miembros del G-7, ha sido la divisa que ha soportado casi en solitario el ajuste del dólar en el último año, lo que ha dificultado la salida de la crisis para estos países. Como la necesidad de ajuste del dólar se mantiene, dado el elevado déficit por cuenta corriente de EE UU, las economías europeas necesitan con urgencia un reparto de la carga si quieren engancharse al tren de la recuperación.