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Columna
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Pacto condescendiente

Las recientes declaraciones de los dirigentes económicos de Francia y Alemania acerca del incumplimiento del techo de déficit de 3% del PIB durante al menos tres años consecutivos han hecho saltar las alertas en el seno de la Unión Europea (UE). Sería un error minusvalorar este suceso, pues, junto con la manifestación del desequilibrio fiscal, significados políticos de ambos países han aprovechado la oportunidad para quejarse públicamente de la carga que para sus economías representa la pertenencia a la UE.

Sin duda que tal actitud busca, entre otras cosas, distraer al público respecto de los pobres resultados de los intentos de reforma estructural que, más en Alemania que en Francia, se han puesto en marcha. Representa una fuerte tensión, pues reta a la Comisión Europea a poner en práctica las fuertes sanciones económicas establecidas para la ruptura del umbral de déficit, a las que, sin duda, los Gobiernos de ambos países opondrían argumentos de fuerza que podrían incluso cuestionar el futuro de la UE.

No sería sorprendente que, en tal situación, Alemania apelara a su condición de máximo contribuyente a la financiación de la UE y, de hecho, el comentario del canciller Schröder acerca de la deuda que el crecimiento español tiene con la aportación de Alemania a los fondos estructurales de la UE puede interpretarse como una señal del tipo de discusión que podría abrirse si se tensa la cuerda.

Sin embargo, la dureza aparente de la posición de Francia y Alemania frente a la UE no puede ser una actitud real de ruptura, entre otras cosas porque el proceso de unidad monetaria europea es difícilmente reversible. Es comprensible, sin embargo, que la difícil situación económica, junto con el ritmo marcado para la ampliación de la UE, y el consiguiente esfuerzo presupuestario de los miembros de la UE con economías más desarrolladas, produzca cierto vértigo, especialmente en Alemania.

En el fragor de esta lucha, se ha cuestionado abiertamente la continuidad del comisario de Asuntos Monetarios, defensor a ultranza del Pacto de Estabilidad y de la necesidad de aplicar las penalizaciones acordadas por incumplimiento de los mismos. Es una posibilidad real que el presidente de la Comisión pudiera sacrificar a quien hace gala de una posición rígida, y sin duda coherente, pero que crea dificultades al máximo contribuyente de la UE. Sería lamentable que así ocurriera, pero las dificultades surgidas en los contratos concedidos por la agencia europea de Estadística (Eurostat) podrían ser la excusa oficial para la sustitución del comisario.

El cambio de posición en cuanto a la rigidez (o el rigor, según se mire) con que ha de interpretarse el Pacto de Estabilidad podría dar pie a una posición mucho más condescendiente con Alemania y Francia, a las que se permitiría un incumplimiento temporal del acuerdo ante la difícil situación económica por la que atraviesan sus economías. Tal condescendencia vendría, sin embargo, inevitablemente acompañada de una mayor ambigüedad acerca del diseño económico europeo.

Pero me parece importante enfatizar que, aun sin ser su causa, la actual discusión no hace sino aflorar algunos de los puntos débiles de la política económica europea que, en su rama fiscal, se cifra en un umbral superior del 3% del PIB para el déficit anual. Aunque la letra del acuerdo permite cierta flexibilidad en su interpretación, nunca se han concretado los detalles de tal flexibilidad.

Los fundamentos teóricos económicos son muy claros respecto a las diferencias que, en términos del déficit presupuestario, puede permitirse a distintos países para garantizar la estabilidad de su endeudamiento, dependiendo de su capacidad de crecimiento potencial y del tipo de interés real al que se enfrente a medio y largo plazo. Incluso dentro de este análisis, un determinado déficit puede reflejar situaciones muy distintas de ingresos y gastos. De igual modo, es muy diferente que un determinado nivel se genere por un desbordamiento del gasto productivo (inversión pública) que del gasto improductivo (intereses sobre la deuda, por ejemplo).

Sería asimismo razonable permitir niveles de déficit como los actuales, siempre que el Pacto hubiera recogido el firme compromiso de alcanzar superávit presupuestario en periodos de expansión económica. Consideraciones ignoradas en su mayor parte en el diseño de política fiscal de la UE y que conducen a que las actuales dificultades presupuestarias de sus principales economías estén generando mucha más tensión de la necesaria.

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