Rehaciendo la Unión Europea
La noticia está en el acuerdo alcanzado entre Francia y Alemania. Carlos Solchaga comenta la iniciativa de crecimiento, que tiene un importante trasfondo político
La noticia económica de ayer era el acuerdo entre Francia y Alemania para reanimar la economía de los dos países en estos momentos en los que los observadores internacionales empiezan a señalar que lo peor de la recesión ya ha pasado en Europa -aunque todavía quedan incógnitas por despejar- y cuando, sin embargo, se sigue constatando que la UE se ha quedado atrasada respecto de los Estados Unidos en el crecimiento de la productividad y, por tanto, en su capacidad de competir en el futuro.
El acuerdo franco-alemán tiene varias lecturas. Algunos han señalado la vuelta a las fórmulas keynesianas de lucha contra la recesión y el desempleo como el aspecto más relevante del mismo. En mi opinión, ni el volumen del plan previsto ni la propia explicación excusatoria de sus proponentes (no hay que olvidar, dicen, que el Pacto de Estabilidad es también pacto de crecimiento) permiten diagnosticar un cambio de paradigma sobre el papel de la política económica. Como mucho podría hablarse de un ligero incremento en el énfasis de la política fiscal en un periodo en el que una política monetaria más bien expansiva está demostrando una efectividad muy limitada. Pero más importante que esta consideración es la que surge del análisis de los campos en los que se van a integrar los diez proyectos de inversión propuestos. Estos son investigación y desarrollo, tecnologías de la información y telecomunicaciones, desarrollo sostenible e infraestructuras de transportes. Es decir, un desarrollo considerable de componentes de oferta con énfasis en la mejora de la productividad de los factores.
Esta iniciativa se separa de la que se hiciera en la última recesión europea ( 1992-94) por Jacques Delors, con la que tiene algunos puntos de coincidencia como telecomunicaciones e infraestructuras de transportes porque aquella estaba encaminada a la estimulación de la demanda y la creación de empleo y se separa también de la de Lisboa, con la que también tiene puntos de contacto porque aquella confiaba fundamentalmente en las fuerzas del mercado para conseguir avances significativos en el desarrollo de la competitividad y ésta, menos optimista, base su efectividad en el papel dinamizador del sector público.
Pero más importante que esto es el trasfondo político de esta iniciativa, que es, conviene recordarlo, una oferta de crecimiento para Europa y no está circunscrita a los dos países que ya se han comprometido en ella, así como el momento en el que se produce, inmediatamente ante de la reunión de Francia y Alemania con Reino Unido destinada a acercar posiciones en relación con el tema de Irak. Alemania ha anticipado su satisfacción a la posibilidad de que Blair respaldara la iniciativa de crecimiento acordada con Francia, pero esto no sería tan importante como empezar a diseñar los bloques que habrían de construir la arquitectura de un nuevo consenso en la política exterior europea no sólo en materia económica y de competitividad, sino crecientemente en materia de seguridad y de defensa que, como hemos visto en los últimos meses, ha quedado maltrecho después de la división entre los miembros de la Unión Europea producida por la invasión de Estados Unidos y Reino Unido de Irak al margen de los mandatos de Naciones Unidas.
Dicho de otro modo, la iniciativa de crecimiento y la aproximación potencial de posturas sobre cómo administrar el problema de la posguerra en Irak son piezas claves en el proceso de rehacer la unidad estratégica de Europa en torno a lo que sigue siendo, les guste o no a algunos mandatarios, el eje central de la UE, el entendimiento franco-alemán. Es indispensable que Europa vuelva a apostar por ella misma, por su propio futuro, que sólo se construirá si existe una buena relación con EE UU pero no como conciben algunos o sea como un haz de relaciones bilaterales trasatlánticas, sino como una sola relación bilateral que respalden unánimemente los países miembros de la UE y que esté basada en la autonomía de las dos partes concernidas: EE UU y la UE.