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Columna
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El fracaso de Cancún

La Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) celebrada en Cancún ha supuesto una etapa más en el complicado proceso de ordenación del comercio y la economía mundial, tarea esencial en la que no cabe esperar avances espectaculares ni solución milagrosa a los grandes desequilibrios e injusticias que presiden el actual orden internacional.

Todos los grupos de presión y de intereses se ven afectados por el desarrollo de estas reuniones que han alcanzado un gran impacto mediático. En esta ocasión, la imposibilidad de obtener un acuerdo podría aprovecharse para efectuar un análisis crítico del procedimiento y la mecánica de estas cumbres y rondas negociadoras.

Una vez que existe una Organización Mundial de Comercio (OMC), sería deseable que los debates y acuerdos sobre los problemas comerciales y económicos internacionales se abordaran con más continuidad y menos espectacularidad, evitando la utilización oportunista, ingenua, de estas negociaciones.

La OMC bebe en las fuentes del más puro y doctrinario neoliberalismo y no es evidente que ello sea suficiente para ordenar la actual economía internacional. Para muchos el objetivo sería alcanzar el libre comercio internacional.

Para otros, el progreso de la economía mundial no puede lograrse sin cambios institucionales y una ordenación basada en reglas que favorezcan el comercio justo, concepto éste que admite versiones basadas simplemente en la competencia, junto a otras que implican un cierto reequilibrio y redistribución de la riqueza.

En cualquier caso se trata de una materia en la que, junto a los principios de cada uno, es preciso conocer las fuerzas reales que se manifiestan en los mercados. En mi opinión, no es la virtud de la caridad el principio que puede modificar el orden económico mundial, regido más bien por la ambición y el lucro, como base esencial del comportamiento de los individuos y las naciones. La actual metodología de trabajo de la OMC ha mostrado una vez más su inutilidad.

En Cancún ha quedado demostrado que el proceso de desmantelamiento 'cuantitativo' de los aranceles y las subvenciones, que fue esencial en la Ronda Uruguay, es insuficiente para lograr un ordenamiento sensato del comercio mundial. Cada país contempla dicho proceso anclado en instituciones económicas y sociales propias de su historia y cultura y reinterpreta los avances o retrocesos equívocamente.

El choque se produce cuando EE UU y la UE, junto a las concesiones agrícolas, en el caso de Cancún, pretenden universalizar conceptos de 'libre competencia', protección a las inversiones y transparencia en los concursos públicos que, nunca mejor dicho, suenan a chino en más de la mitad de los países miembros de la OMC.

Es importante que pervivan la OMC y el conjunto de organizaciones internacionales, independientemente de las dificultades para avanzar en una ordenación mínimamente racional de la economía y el comercio mundial. En Cancún ha quedado demostrado que no es la agricultura ni la política agraria europea (PAC) el principal obstáculo en el camino, aunque aportan un interesante ejemplo de análisis.

Nadie debería dudar que la agricultura y el complejo agroalimentario europeo, como de hecho el de EE UU, van a mantener su potencia económica y comercial, en cualquier escenario institucional de futuro que podamos imaginar. En un proceso de 'liberalización acelerada', su eficiencia podría incluso incrementarse, dada su capacidad tecnológica, nivel organizativo y capacidad de adaptación.

Si se facilitan las inversiones de las grandes corporaciones en los países en vías de desarrollo (tierra gratis o muy barata, como la mano de obra, sin limitaciones medioambientales...) para obtener materias primas en condiciones óptimas, acabando con las rigideces propias de las agriculturas de los países industrializados, podría avanzarse en un modelo de abastecimiento internacional similar al del café, el cacao, el té (¿en el futuro, el algodón?) y otras muchas materias primas que no han logrado, precisamente, acabar con las miserias de los países productores.

Es más, la propia agricultura europea, localizándose en zonas óptimas de producción y sometida a sistemas intensivos, experimentaría una explosión productiva.

Por tanto, lo que hoy día está cuestionado no es la presencia europea o de EE UU en los mercados futuros, que está garantizada.

Por el contrario, es el actual modelo agrario/rural, propio de la evolución histórica de estas regiones del mundo y de sus valores culturales, el que puede ser abandonado, al haberse convertido en un freno para las ambiciones de dominación que guían el proceso de la actual economía global. La pérdida de peso específico de la población agraria y de las comunidades rurales en los países más avanzados facilitan definitivamente dicha tarea.

Es ésta una idea que proviene del análisis de la formación de los precios en los mercados, tanto interiores como mundiales, de la distribución del valor añadido a lo largo de la cadena agroalimentaria y de los resultados del proceso de reestructuración agraria en muchos países.

Aunque a un ritmo más lento que en otros sectores económicos, en agricultura también rige el principio de la concentración empresarial y de poder que, cuando ha encontrado frenos y límites en las complejas estructuras rurales, se ha dirigido a la industria agroalimentaria o a las grandes cadenas de distribución comercial para lograr los mismos fines que, en definitiva, se persiguen con igual ahínco dentro o fuera de las fronteras. Todo ello lo saben muy bien en la India, en China, en Argentina, en Indonesia, etcétera. Por eso, y debido a que muchos de esos países no son 'neoliberales', ha fracasado Cancún.

Es cierto que la PAC actual no responde a las necesidades de la sociedad europea y de su mundo rural y, por ello, en los próximos años será necesario abordar una nueva reforma, prácticamente total, una vez demostrada la inutilidad de la reciente, ¡incluso para lograr un acuerdo en Cancún!

También es urgente la desaparición de las subvenciones a las exportaciones agrícolas, puro dumping, que respondían a la lógica interna de una PAC que ya no existe. Pero achacar a la PAC la pobreza y el hambre en el mundo es oportunismo o ignorancia.

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