El día después de la reunión de Cancún
Robert Tornabell sostiene que en la conferencia de la Organización Mundial del Comercio en Cancún se ha reproducido la tradicional división entre norte y sur. Para el autor, las posiciones de los negociadores están muy alejadas
Todos los indicios apuntan en la misma dirección: la que tenía que haber sido la reunión de ministros de comercio de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que nos condujera a un final feliz de la Ronda de Doha, Qatar, ha terminado fuera de tiempo y con no pocos esfuerzos y presiones para llegar a un documento final que pudiera, hasta cierto punto, ser aceptado por todos.
Los primeros cuatro días fueron de puro tanteo. Fue necesario esperar al domingo pasado, día 14, para tener un escrito que nadie reconocía como representativo de los intereses que defendía.
Los países ricos se mostraban sorprendidos por lo que se les pedía a cambio de un comercio más liberal. Los países pobres se sentían heridos por la burla a que cada año son sometidos, cuando los precios de lo que producen y exportan bajan como consecuencia de las prácticas de los países ricos.
De Gaulle dejó dicho que entre las personas cabe la amistad, pero nunca entre países. Así ha sucedido, una vez más, en la reunión de la OMC
De Gaulle dejó dicho que entre las personas cabe la amistad, pero nunca entre países. Así ha sucedido, una vez más.
Si se pudiera calificar de alguna forma la reunión podría ser reconocida como la que ha cubierto más temas agrícolas, algunos de ellos espinosos. Y es más, ha sido la que, por primera vez, una materia prima, el algodón, ha pasado a figurar en los anales del encuentro. La cuestión es importante para España, pues cuatro de los países más pobres de África, Burkina Faso, Malí, Benin y Chad, pidieron que de una vez por todas los países ricos (Unión Europea y Estados Unidos) dejaran de subvencionar a sus productores de algodón, pues con ello llevaban los precios mundiales a niveles de miseria.
Para España, la supresión de los subsidios y ayudas supondría sacrificar las explotaciones familiares de 10.000 agricultores andaluces, sin que se hayan recibido a cambio compensaciones por otros conceptos que sí figuraban entre los que más nos importaban, tales como los productos con denominación de origen.
La ONG Oxfam ha estimado que sólo una plantación algodonera en Arkansas recibió de la Administración americana, en el año 2001, seis millones de dólares, una suma equivalente a los ingresos, según Oxfam, de 25.000 agricultores de Malí.
¿Estaremos en presencia de una nueva imagen bíblica, en el sentido de que a quien tenga se le dará y a quien no se le quitará? ¿Será eso la globalización?
Esta reunión quizá despertó demasiadas expectativas. Y en toda esperanza existe siempre una cierta frustración, porque se espera lo que no se tiene.
Querían llamarla El encuentro del Desarrollo. Los países ricos, se suponía, cederían en las materias primas agrícolas, de las que depende más del 60% de la población de los países pobres, y éstos combatirían en mayor medida la corrupción, bajarían los aranceles sobre los productos industriales del primer mundo, y así sucesivamente, como en los cuentos de Borges.
Pero las naciones más pobres y las que están en desarrollo han insistido en sus peticiones, porque ellos sí saben de promesas incumplidas a lo largo de la Ronda de Uruguay y de la de Doha. Para ellos es demasiado poco que cada año Estados Unidos, la Unión Europea y otros países ricos recorten 300.000 millones de dólares de las ingentes sumas que cada año entregan a sus agricultores.
El ministro de Comercio de la India, Arun Jaitley, condenó ácidamente el plan que inicialmente se les había propuesto, pues no eran tenidos en cuenta y no se había llegado a un diálogo que tuviera algún sentido.
Brasil, China y la India tomaron el liderazgo de un grupo de países para que desaparezcan los subsidios que distorsionan los precios y el comercio mundial.
Muy pronto se reprodujo la tradicional división entre norte y sur. Esas divisiones no son ninguna ayuda para conseguir que se liberalice el comercio mundial y que en el año 2005 esos mayores flujos comerciales redunden en un aumento del producto bruto global.
El Banco Mundial ha sido bastante explícito cuando señalaba que un acuerdo razonable podría contribuir con más de 500.000 millones de dólares, cada año, a la renta global hasta el año 2015 y rescatar a 144 millones de personas de la pobreza.
Como en toda negociación, cada parte ha de ceder en algo para alcanzar un acuerdo. Desgraciadamente, las partes están entre sí demasiado alejadas respecto de lo que pueden esperar, y a menudo los intereses son excesivamente contrapuestos.