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Columna
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Ayuda para África

La ayuda financiera y técnica a los países en desarrollo se condiciona a su buen gobierno. Carlos Sebastián opina que la caracterización de lo que es buen gobierno no es en absoluto sencilla

Carlos Sebastián

El informe del Banco Mundial 2003 sobre desarrollo humano ha realizado un llamamiento para incrementar la ayuda a los países africanos. Desde su independencia, a lo largo de la década de los sesenta, la renta per cápita del conjunto de los países subsaharianos no ha experimentado crecimiento alguno. De hecho, en no pocos de ellos es ahora sustancialmente menor que la de hace 35 años. Por otra parte, la situación sanitaria ha empeorado en los últimos lustros, con la extensión del sida.

Los programas de ayuda que se pusieron en marcha en las décadas tras la independencia fueron un fracaso. Sobre todo, por su erróneo planteamiento. Se pensaba que la restricción básica era la escasez de ahorro interno y que, por consiguiente, la aportación de fondos financieros contribuiría al avance de las economías. Pero la verdadera restricción era la penuria institucional, que impedía que se generaran los incentivos para que la población se incorporase a actividades productivas más eficientes. Pero también, porque esas mismas carencias hacían estéril la ayuda financiera, que en muchos casos ni siquiera se convertía en inversión productiva.

Actualmente el planteamiento ha mejorado, condicionando la ayuda financiera y técnica a situaciones de 'buen gobierno' en los países receptores. El problema estriba en que la caracterización de lo que es 'buen gobierno' no es en absoluto sencilla. Una excesiva simplificación puede conducir a nuevos fracasos, que alimentarían la insolidaridad. Por ejemplo, la existencia de una democracia parlamentaria puede ser una condición necesaria, pero en absoluto es suficiente. Un efectivo control de los poderes públicos, una sólida definición de los derechos de propiedad para el conjunto de la población y un bajo nivel de corrupción no siempre se consiguen en países con sufragio universal. Aunque, dada la situación política en el África subsahariana, la generalización de elecciones democráticas supondría un indudable avance.

Curiosamente, en este subcontinente se encuentra el país con la mayor tasa de crecimiento entre 1965 y 1999. Efectivamente, la renta per cápita de Botsuana ha crecido en ese largo periodo un 7,7% anual, más que ninguna otra en el mundo. La clave se encuentra en el mantenimiento de instituciones precoloniales, que condujeron a que el poder de los jefes tribales fuera controlado por los actores económicos más dinámicos (los ganaderos). Lo que permitió políticas impulsoras del desarrollo ganadero y favoreció que el posterior descubrimiento de yacimientos de diamantes se utilizara para financiar planes económicos relativamente exitosos.

Pero este 'milagro económico' no puede ocultar el hecho de que Botsuana tiene una esperanza de vida de 47 años y que se estima que más del 25% de sus adultos son seropositivos. Este dramático hecho, en un país con buenas instituciones y rápido crecimiento, parece apuntar hacia donde hay que priorizar la ayuda internacional: la asistencia sanitaria y el decidido apoyo en la lucha contra el sida y otras epidemias. Esa lucha debería ser mucho más agresiva de lo que viene siendo hasta ahora, con masiva ayuda financiera y técnico-sanitaria (acceso a medicamentos, proyectos de saneamientos, etcétera). Pero puede encontrarse con serios obstáculos, derivados de la existencia de códigos de conducta que facilitan la extensión de ciertas enfermedades. Obstáculos que no deben ser excusa, pero que no pueden dejar de tenerse en cuenta.

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