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Tribuna
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Mercado perfecto y responsabilidad social corporativa

Sobre la base propuesta por la teoría del mercado de competencia perfecta definida por Adam Smith (siglo XVIII), el nobel de Economía Milton Friedman acuñó una de sus propuestas más conocidas (1970) según la cual, en una economía libre, la empresa tiene una y sólo una responsabilidad social: utilizar los recursos y realizar actividades orientadas a aumentar los beneficios, siempre que cumpla con las reglas del juego, es decir, actuando en competencia libre y abierta, sin fraude ni engaño. La interacción entre compradores y vendedores que buscan su propio beneficio conduce paradójicamente al establecimiento espontáneo de unas condiciones de mercado que favorecen a toda la colectividad, siendo contraproducentes las injerencias de cualquier autoridad o la asunción por parte de la empresa de actitudes altruistas y de responsabilidad social.

Transcurrido algún tiempo desde la formulación de estos postulados, la realidad no ha venido, precisamente, a corroborar las hipótesis planteadas. Pensar en estos días que el mercado es lo suficientemente perfecto como para garantizar el buen comportamiento de sus distintos partícipes es, a la vista de lo sucedido alrededor de los recientes escándalos empresariales, poco menos que ilusorio. Creer, asimismo, que, en un mercado global como el actual, con organizaciones empresariales capaces de producir e influir más que muchos países, las relaciones de fuerza entre los Gobiernos, las empresas y los consumidores-ciudadanos son las mismas que antes, equilibradas y constantes, y que cada parte tiene perfectamente delimitadas sus responsabilidades y repercusión en la sociedad, es también algo aventurado intentar mantenerlo categóricamente.

Como respuesta a estos planteamientos, resurge con fuerza el modelo según el cual la empresa es antes que nada un ente social, constituido por personas que viven en un sistema social y cuyo objetivo principal es el desarrollo de sus miembros y de la sociedad en la que habitan. Este modelo, llamado de responsabilidad social corporativa (RSC), se define como el compromiso voluntario de las organizaciones con el desarrollo de la sociedad y la preservación del medio ambiente, desde una esencia social y un comportamiento responsable hacia las personas y grupos con quienes se interactúa. Es decir, un nuevo postulado que da la vuelta a los planteamientos clásicos: beneficio propio por medio del beneficio previo de los demás, en lugar de beneficio colectivo a través del beneficio propio.

Del concepto de beneficio colectivo a través del propio, las empresas han de pasar ahora al de beneficio propio por medio del beneficio previo de los demás

Pensar hoy que el mercado sólo garantiza el buen comportamiento de sus partícipes es, a la vista de los recientes escándalos empresariales, poco menos que ilusorio

Por qué una empresa socialmente responsable. Por su propia esencia. Una empresa es un conjunto de personas que conviven e interactúan en un sistema social. Aunque algunos intentan dotar a las empresas de vida amoral-técnico-jurídica propia, al margen de cualquier tipo de responsabilidad social, no es posible ni recomendable llegar a desnaturalizar a una institución, hasta el punto de hacerla olvidar su propio origen y características esenciales. La empresa es un proyecto creado por las personas, con y para ellas mismas, para su propio desarrollo y el de su entorno; es sociedad en su composición, al mismo tiempo que, como entidad, es uno de sus miembros (ciudadano corporativo). Por lo tanto, la legitimidad de la empresa dentro de la sociedad se justifica por su propia esencia y se corrobora con un comportamiento consecuente.

Cuando en una organización priman los intereses personales por encima del bien general, o cuando una entidad en bloque se enfrenta a la comunidad, quedando al margen de los objetivos colectivos, tarde o temprano se dan situaciones en que, roto el principio de responsabilidad social, aparecen en cadena graves problemas que desembocan indefectiblemente en crisis de confianza y quiebras.

Cómo ser empresa socialmente responsable. Asumida su esencia social, la empresa ha de trasladar el principio de responsabilidad a todas las facetas de la organización. El comportamiento o estrategia de la empresa debe expresar un compromiso integral con este modelo de gestión que reconoce como objetivo principal la satisfacción de los distintos grupos de interés o stakeholders con los que se interactúa. Empleados, accionistas, clientes, proveedores, comunidad local y sociedad en general deben estar siempre presentes en el proceso de toma de decisiones, desde el gobierno corporativo hasta la información y control externo, pasando por la dirección estratégica y la gestión.

El gobierno corporativo debe estar presidido por un código de buenas prácticas que garantice la defensa por igual de los intereses y grupos que confluyen en la organización. Debe ejercer un control equilibrado y exigir el cumplimiento de responsabilidades a todos los niveles.

La dirección estratégica adoptará un proceso de formación de la estrategia basado en una definición clara de la misión, de la visión y de los objetivos, así como en el análisis, formulación, programación, implantación y control de la estrategia, todo ello bajo el prisma de la responsabilidad social.

La gestión se realizará con las pautas establecidas por un conjunto de prácticas socialmente responsables relativas a distintas áreas y stakeholders, como, por ejemplo, formación continua, política de retribuciones transparente y coherente, procesos de selección y contratación justos, inversiones socialmente responsables, consumo energético razonable, productos y servicios de calidad a precios razonables, relaciones de colaboración con proveedores y con la comunidad, etcétera.

La información corporativa se referirá no sólo a la faceta económico-financiera, sino también a sus dimensiones sociales y medioambientales, de manera que los distintos grupos de interés puedan tener una visión completa de todas las áreas de la organización. Los informes de sostenibilidad con información económica, social y medioambiental, con una serie de indicadores cualitativos y cuantitativos estandarizados, serán emitidos regularmente junto con la tradicional información financiera.

La auditoría de esta información y la certificación (etiquetas) externa de los procesos productivos ejercerán controles externos necesarios, que otorgarán transparencia y credibilidad frente a los distintos grupos afectados por la marcha de la empresa.

Para qué la responsabilidad social. Para obtener resultados positivos; y no sólo económicos, sino también en aspectos fundamentales para la supervivencia y el éxito a largo plazo, como la confianza del mercado, la reputación, la fidelidad y la legitimidad de la sociedad.

Entre otros muchos efectos de un comportamiento socialmente responsable, demostrados por estudios en los últimos tiempos, destacamos: la participación en beneficios de los empleados reduce la rotación de personas en puestos clave; un comportamiento ético con los empleados influye positivamente en las relaciones con los clientes, con los inversores y en los resultados, además de atraer el talento y reducir el absentismo y las posibles intervenciones sancionadoras legales; el comportamiento medioambiental correcto es innovador por naturaleza, otorgando reputación, competitividad y rentabilidad; la cooperación con los proveedores reduce costes y estimula la innovación; la buena relación con la comunidad mejora la imagen de la compañía y la satisfacción de los clientes y empleados.

En suma, la responsabilidad social corporativa representa un modelo de gestión esencialmente humano, económicamente eficiente, que establece una relación sólida y sostenible con su entorno social y medioambiental; un modelo con argumentos suficientes para que las empresas lo adopten en su propio beneficio y en el de los demás, de forma voluntaria, por convencimiento, sin necesidad del imperativo legal o mediático; en definitiva, un modelo que va más allá de la mera optimización del beneficio y que corrige las carencias de un mercado imperfecto.

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