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Columna
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Ibarretxe y su plan

Jordi de Juan i Casedevall critica la propuesta del lendakari Ibarretxe de crear la comunidad libre asociada de Euskadi. Considera que el proyecto viola la Constitución y afirma que se olvida del pueblo vasco

La canícula veraniega abre un impasse en el curso político, un breve paréntesis para recobrar energías, condensarlas y transformarlas en acción en septiembre. Esto es siempre así, aunque debo confesar que el próximo será un otoño caliente, con un cierto nivel de crispación. Por muchas razones, pero especialmente, por ese pulso al Estado que será el plan Ibarretxe.

El plan Ibarretxe es un proyecto rupturista con el actual marco institucional, de corte soberanista, que por la vía de hecho -no de derecho-, rompe con la Constitución de 1978 y con el Estatuto de Guernica, para postular en el País Vasco el nacimiento de una 'comunidad libre asociada' (sic).

Tras las florituras verbales, se solapa un proyecto independentista sazonado con vínculos formales con el Estado. El PNV, como Fausto, ha conocido históricamente la tensión entre dos almas, la autonomista y la independentista, y tras poner una vela a Dios y otra al diablo, ha optado por esta última. Dicho en el lenguaje eufemístico al uso, el soberanismo.

El plan Ibarretxe olvida que la soberanía monetaria, con la moneda única europea, ha pasado a la historia

Pero cualquier observador avezado puede preguntarse qué significa el soberanismo en los albores del siglo XXI. ¿Acaso el icono de la soberanía absoluta como lo irguieron Kant, Rousseau o, más modernamente, Weber, sigue en pie en los mismos términos? ¿Qué sentido tiene plantear la independencia en el mundo de la interdependencia?

El plan Ibarretxe olvida que la soberanía monetaria, con el euro, ha pasado a la historia; que Europa construye un política económica común y da pasos agigantados para construir una política exterior común; que tenemos una alianza defensiva que nos afecta a todos que se llama OTAN; que vivimos en un mundo globalizado e interdependiente donde las nuevas tecnologías e Internet han hecho posible la aldea global de Mcluhan.

Olvida que el proyecto de construcción política que hoy se está vertebrando no es una nueva 'Constitución' para Euskadi, sino una nueva y sólida Constitución para Europa. La Europa de las nacionalidades, la de Mazzini y de Garibaldi, forma parte de la historia, y si olvidamos la historia, como decían los filósofos griegos, estamos condenados a repetirla. ¿Acaso ser independiente de Madrid y dependiente de Bruselas satisface el anhelo 'soberanista' del PNV o es que el celo independentista les lleva a abjurar de Europa?

Estamos ante un discurso del pasado que si se olvida de alguien es del pueblo vasco, aunque se haga en nombre del mal llamado 'derecho' a la autodeterminación. La Constitución de 1978 contempla un único sujeto de autodeterminación, titular del poder constituyente y depositario de la soberanía nacional que es el pueblo español en su conjunto.

Cualquier propuesta de reforma constitucional requiere la apelación al poder constituyente, es decir, a la comunidad nacional que fundó nuestro Estado de derecho. ¿Eso significa que la Constitución es dogma inamovible? No, la Constitución diseña las reglas de la convivencia democrática y, supuesto su valor supralegal, prevé un mecanismo de reforma con intervención del sujeto constituyente. En una palabra, quiere que se convoque para su reforma las mismas garantías democráticas que presidieron su elaboración. Reformar el pacto constitucional exige el concurso de los agentes y las fuerzas políticas que, con un elevado grado de consenso y mutuas y recíprocas concesiones, lo alumbraron. Ibarretxe quiere hacer trampas, y por mucho que hable de pacto con el Estado, por mor de los llamados derechos históricos, la suya es una propuesta unilateral que rompe las reglas de juego.

Ese es el déficit democrático del plan Ibarretxe y su espurio propósito de soliviantar la ley de leyes, la que se coloca en lo que Kelsen llamaba la cúspide de la pirámide normativa. Tanto derecho colectivo acaba fagocitando los derechos individuales más elementales que, como dice nuestra Carta Magna, son fundamento del orden político y de la paz social. La soberanía individual, inalienable e imprescriptible, es presupuesto de la soberanía colectiva, el pueblo vasco lo sabe. No creo en la autodeterminación que invocan, no encaja ni en la Constitución española ni en la europea, y menos aun en la Carta de San Francisco o en Resolución 2625 de la Asamblea general de la ONU. No es derecho, es dogma.

No creo ni en la autodeterminación ni en la heterodeterminación, creo en la autonomía. Ha sido la autonomía constitucional la que ha posibilitado el desarrollo de las instituciones forales de sus territorios históricos, su cultura, su lengua, su modelo económico-social, y la que ha permitido, en fin, elevadas cotas de autogobierno.

Tampoco es cierto el reduccionismo simplista de que la Constitución es un mero código de articulación de competencias entre el Estado y las comunidades autónomas que asfixia la autonomía vasca, es mucho más. Es la coraza jurídica de la libertad. Es el basamento sobre el que se construye nuestro edificio legal, en cuyo frontispicio están cuidadosamente esculpidos los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico: la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político.

El plan Ibarretxe viola la Constitución y abre en canal al Estado, porque, como decía Schmitt, el Estado no tiene Constitución, el Estado es Constitución.

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