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Columna
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El mercado de la cultura

Escribió Hegel que la necesidad de conocer es la más importante. Quizá lo es en su ordenación jerárquica, pero el conocimiento en parte es necesario para la cobertura de las necesidades básicas y más inmediatas.

Otra parte del conocimiento pertenece a las necesidades que deliberadamente uno se crea o acepta según las preferencias vocacionales o estéticas, que incluyen el estudio de la historia, del arte, de la realidad en que se vive y su comprensión, junto con un amplio acervo que permite identificar las características y la calidad del teatro, de la música, de la arquitectura, del buen vino, de los productos culinarios y un largo etcétera, que va desde la oferta museística hasta el paisaje.

Los productos culturales, con la noción expuesta, se encuadran en lo que en economía se conoce como bienes superiores, que son los que muestran un aumento de la demanda superior al de la renta. Tienen la característica adicional de que si ésta se reduce, se tiende a bajar el gasto en otros bienes y a mantener el de los bienes de orden superior. La convicción de que los bienes culturales expresan y contribuyen al desarrollo de la civilización ha motivado, desde la antigüedad y en todas las civilizaciones, la provisión por el sector público de grandes edificios como el Partenón, de la promoción de la escultura, de la oferta de teatro y música. Príncipes y personas ricas han sido mecenas de escritores, pintores y músicos y fueron grandes coleccionistas. La audiencia que obtienen intelectuales y artistas les ha instado a reclamar más ayudas y protección a su obra y los Gobiernos han encontrado un elemento de legitimación en su oferta cultural.

El gasto se justifica por las externalidades positivas que suele comportar y por la dificultad de financiarlo si lo pagan sólo los beneficiarios inmediatos de su disfrute.

Una de las peculiaridades del consumo cultural estriba en que la satisfacción que aporta crece con la experiencia previa y el conocimiento adquirido. La contemplación de un cuadro aporta un placer adicional si se puede apreciar la composición, si se saben las aportaciones técnicas que ha logrado el pintor, el dominio de la luz y la perspectiva y otros aspectos. De ahí que una visita guiada a un museo sea más provechosa, para la persona no experta, que si se realiza aisladamente, y lo mismo vale para un monumento histórico, una ciudad o un recital de poesía.

Esta circunstancia hace que junto a la oferta cultural directa que realizan las editoriales, los teatros y las salas de exposición, hayan aparecido en su momento los ateneos, las sociedades corales y musicales. Parte de los recursos de la obra social de las cajas de ahorros se ha asignado a la oferta de exposiciones singulares que han permitido una proximidad al arte íbero, al arte nubio o a otras iniciativas que no habrían realizado ni la iniciativa privada ni las Administraciones públicas.

La conciencia del enriquecimiento personal que aporta el acceso cualificado a los productos de la cultura ha creado una demanda específica a la que atienden asociaciones culturales no lucrativas, como Cetres, que desde hace 25 años ofrece cursos de historia, arte contemporáneo, psicología, arqueología, teatro y, entre otros, servicios que incluyen taller literario, viajes culturales organizados y conferencias en las que participan políticos, periodistas, escritores y artistas. Los asistentes a los actos e iniciativas de estas asociaciones cubren los costes de las actividades sin recibir subvenciones y las acciones realizadas crecen.

El peso relativo de los servicios culturales en la cesta de bienes que se usan para el cálculo del IPC aún es pequeño, pero está en alza. En 2002 recibía una ponderación, en tantos por mil, de 8,813 y en 2003 del 9,432, lo que significa un aumento del 7,02%. Un escéptico se preguntaría, como el poeta del Siglo de Oro, si puede ser verdad tanta belleza. Una rúbrica de gasto afín es la de libros, que pasa de 7,098 en 2002 hasta 7,209 en 2003, lo que supone un incremento del 1,56% que, para haberse producido en un solo año, es notable. Como la duda persiste, se puede pasar a la ponderación de la subclase prensa y revistas, que también sube de 7,792 a 7,914.

La composición del gasto de las familias cambia en respuesta al aumento en la renta, la modificación de las expectativas y otros factores. La proporción (compatible con un mayor gasto total) que se destina a alimentación tiende a descender y el gasto en actividades turísticas y culturales sube. De aquí a postular que los hábitos del país cambian y la cultura empieza a tener un papel más destacado hay mucha distancia.

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