Definiendo una recesión
La comisión que en el National Bureau of Economic Research (NBER) se encarga de poner fecha a las recesiones en EE UU anunciaba recientemente que la recesión que comenzó en marzo de 2001 duró ocho meses, finalizando en noviembre de dicho año. Estos anuncios suelen producirse con retraso; el anuncio de que la economía estadounidense estaba en recesión desde marzo de 2001 se hizo efectivo por el NBER en noviembre de dicho año, precisamente el momento en que ahora sabemos que la recesión finalizaba. Una situación similar se ha producido en ocasiones anteriores: el NBER no anunció que la recesión de 1990-1991 había finalizado en marzo de 1991 hasta diciembre de 1992.
El NBER trata de escapar del examen exclusivo de las cifras de crecimiento del producto interior bruto (PIB) para poner fecha a un posible episodio recesivo. Examina información estadística relativa al propio PIB, que se publica trimestralmente, pero también a indicadores mensuales sobre la renta disponible, empleo, producción industrial y ventas. Debe esperar a la publicación de datos de un amplio conjunto de indicadores, así como a posibles revisiones. Esta dificultad también existe con el seguimiento del PIB, que se publica con casi un trimestre de retraso, y está sujeto a dos revisiones, pero no explica por sí sola que el anuncio del fin de una recesión pueda retrasarse más de un año.
La prudencia y, con ella, el retraso en el anuncio del fin de una recesión se debe a que el NBER quiere estar seguro de que un hipotético retroceso de la economía correspondería a una nueva recesión, y no a una continuación de la última. Para ello debe dejar transcurrir tiempo.
En este caso concreto, las dudas han surgido por la ausencia de señales positivas en el mercado de trabajo que, lejos de crear empleo, continúa proporcionando cifras de solicitudes de subsidios de desempleo que son más consistentes con una recesión que con una recuperación. De hecho, el propio comité del NBER ha puntualizado que el anuncio del fin de la recesión de 2001 en modo alguno significa que haya comenzado un nuevo periodo expansivo.
Esta reticencia sugiere una cuestión importante: los analistas económicos han mostrado una inclinación por definir una recesión a través del crecimiento negativo del PIB en dos trimestres consecutivos, pero es natural cuestionarse el interés que puede tener una tasa de crecimiento positiva del PIB si no da lugar a creación neta de empleo. Es, además, lógico que el público preste especial atención a las cifras de empleo y paro, más incluso que a las cifras de variación del PIB, por el terrible impacto que pueda tener la pérdida de su puesto de trabajo. Tendría perfecto sentido contemplar la posibilidad de ir algo más lejos y adoptar una definición de recesión más en consonancia con el funcionamiento del mercado de trabajo, que marca el verdadero coste social de una eventual recesión, a través de la destrucción de puestos de trabajo, la pérdida de renta, y los trastornos sociológicos que ello conlleva. Podría adoptarse como criterio para definir una recesión que el PIB no crezca en un determinado trimestre por encima del ritmo preciso para crear empleo, que en muchas economías puede situarse alrededor del 2%. Alternativamente, podría adoptarse una definición directamente apoyada en la creación neta de empleo en la economía, como pudiera ser que el número de ocupados descendiese durante un cierto número de trimestres consecutivos.
En este sentido, la recesión de 2001 no ha sido tan breve ni tan superficial como suele afirmarse cuando se comparan las cifras de crecimiento negativo del PIB de dicho año con las observadas durante las recesiones previas. Entre marzo y noviembre de 2001 se destruyeron 1,7 millones de puestos de trabajo en EE UU, pero se han perdido otros 940.000 empleos desde entonces. Esta cifra es superior a los dos millones de empleos perdidos en la recesión de 1981-1982, o los 1,7 millones de empleos destruidos en la recesión de 1990-1991.
Como se defina una recesión no es cuestión irrelevante: la creencia de estar en recesión puede condicionar las posibles intervenciones de política monetaria y fiscal, las cuales, a su vez, pueden o no generar efectos estimulantes sobre la economía.
Si el que se tomen dichas medidas depende de la visión que se tenga acerca de la coyuntura económica del momento, la definición que se adopte de una situación u otra es central.