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Tribuna
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El atolladero alemán

Desde mediados de la década de 1990 la economía alemana ha crecido muy por debajo no sólo de EE UU, sino también de Francia y Reino Unido (las otras dos grandes economías de la UE), al punto de que el PIB per cápita de este último país es hoy superior al de Alemania del Oeste. En la actualidad, además, Alemania está técnicamente en recesión (su producción se contrajo en los dos últimos trimestres) y el prolongado bajo perfil del crecimiento económico ha abierto un debate sobre la posibilidad de que la economía germana se vea afectada por un proceso deflacionista similar al que padece Japón desde 1999, discusión que se ha intensificado con la apreciación del euro.

No existe consenso entre los analistas acerca del diseño de medidas de política económica orientadas a reactivar la economía, porque el estancamiento actual es el resultado de la confluencia de múltiples factores. Es evidente que las restricciones fiscal y monetaria que emanan de la pertenencia de Alemania a la unión económica y monetaria obstaculizan la recuperación económica, pues tanto los tipos de interés fijados por el Banco Central Europeo como el corsé presupuestario del Pacto de Estabilidad y Crecimiento ocasionan que el policy mix sea demasiado restrictivo para la economía germana. Sin embargo, no conviene caer en el error de echar toda la culpa de los males teutones a la moneda común.

En realidad, más bien parece que la introducción del euro, combinada con la creciente competencia de los países del Este y la mayor integración económica mundial, ha puesto al descubierto graves fragilidades competitivas de la economía alemana, incubadas durante varios lustros y, hasta finales de los noventa, disimuladas al calor de un entorno económico internacional menos exigente que el actual.

De forma sucinta, los principales problemas son el mal funcionamiento del mercado laboral (muy poco flexible por el lado de las contrataciones así como por el de los despidos); el exceso de regulación en muchos sectores económicos; la sobredimensión del Estado de bienestar; la resaca de la reunificación y la creciente carga financiera de las pensiones públicas como consecuencia del proceso de envejecimiento de la población.

De entre los anteriores, sin duda, el mayor problema de la economía alemana lo constituye el elevadísimo coste del factor trabajo, que no se justifica por los niveles de productividad; así, Francia o Reino Unido tienen costes laborales un 25% inferiores a pesar de que el PIB per cápita de ambos países es ligeramente superior al alemán.

Otro gran escollo, que ha venido entorpeciendo la expansión económica en los últimos años, es la herencia emponzoñada del proceso de reunificación (hoy materializada en elevados impuestos y altos niveles de deuda pública), en cuya gestión primaron los criterios políticos sobre los económicos. Dejando a un lado la cuestionable orientación de determinadas iniciativas de desarrollo industrial en Alemania del Este, lo cierto es que actualmente una parte muy importante de la actividad de esta región está subvencionada con recursos procedentes de Alemania occidental, lo que genera importantes costes de eficiencia en el conjunto de la economía germana. Así por ejemplo, el déficit por cuenta corriente de la antigua República Democrática de Alemania asciende a un inaudito 45% del PIB.

En el último lustro, las medidas encaminadas a resolver las fragilidades estructurales han sido escasas. Por fin, el pusilánime Gobierno de Schröder ha decidido dar un golpe de timón anunciando, por una parte, su intención de aprobar un conjunto de medidas -bajo la rúbrica de 'Agenda 2010'- conducentes a flexibilizar el anquilosado mercado laboral y reformar el Estado de bienestar y, por la otra, adelantando a 2004 la rebaja de impuestos prevista para el año 2005.

Esperemos, además, que los menores ingresos públicos se compensen, cuando menos parcialmente, con recortes por el lado del gasto público, a fin de que el desequilibrio presupuestario se mantenga próximo al 3% del PIB el próximo año. En aras de recuperar altas tasas de crecimiento a medio plazo, es imprescindible que Alemania acometa profundas reformas estructurales, y la Agenda 2010 representa el primer intento de cierta envergadura en la dirección correcta.

No creo que la economía germana vaya a entrar en un proceso deflacionista como el japonés, básicamente porque el sistema financiero alemán, a pesar de sus graves problemas, es más robusto que el nipón; no cabe descartar, sin embargo, que el IPC registre caídas puntuales en los próximos meses.

En definitiva, presumiblemente la recuperación económica germana será lenta y estará teñida de incertidumbre, pero al menos hoy se atisba luz al final del túnel. Ahora conviene cruzar los dedos confiando en que el euro no se aprecie mucho más y que a Schröder no le tiemble el pulso a la hora de impulsar otras necesarias reformas estructurales.

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