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Tribuna
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Pasantes y modas

La estela de noticias y debates que dejan acontecimientos como la invasión de Irak, y más si se ve insuflada por los que han seguido a la tragedia del Yakolev ucraniano, condiciona la consideración de otras informaciones. Y hace aparecer todavía como más frívolas aquellas que hacen alusión a temas escabrosos. Como es el que se haya conocido que también en la corte de Kennedy había becarias y que ahora estén dispuestas a contar cómo incidían en las tareas laborales de la máxima autoridad del Imperio.

Ni aconsejaría entrar en temas de temporada, como pudiera ser la búsqueda de prácticas y primeros empleos de los que en breve serán recién titulados. Por más que de los papeles que se le asignan a los recién llegados y cómo se les considera en las organizaciones se puede colegir la coherencia de éstas a la hora de afanarse en gestionar la creatividad o contribuir responsablemente a no agostar las iniciativas personales y el emprendizaje imprescindible para la competitividad social.

Y es que a medida que las empresas van asimilando que la imagen pública se construye mejor con buenas maneras que con publicidades a diestro y siniestro, se buscan paradigmas de gestión a lucir para resaltar que se está en la onda de la modernidad y el buen hacer, pero que tienen que ser contrastados con los detalles de cómo se afrontan los mas variados temas organizativos.

Con lo que no es de extrañar que cualquiera se precie de preocuparse por desarrollar el talento de sus gentes o contribuir al bienestar social de las colectividades en que tratan de vender sus productos y servicios sin reparar en que ello hay que demostrarlo en el día a día. De forma que la gestión del conocimiento y la responsabilidad social suelen ser muletillas fáciles de las que se valen los diestros gerenciales para adornar sus faenas oratorias cuando no les agobian desde los tendidos para concretar en ejemplos tales preocupaciones.

Así, estas predisposiciones formales vienen, por tanto, a sumarse a las nuevas certezas que dicen que la competitividad depende más de tener ideas adecuadas a los mercados del mañana que seguir haciendo bien los negocios del ayer. Por lo que no hay que ser muy espabilados para presentir que lo que va a resultar decisivo no es saber hacer las cosas como se hacían, sino contar con la imaginación y el afán de emprender necesarios para hacerse con las nuevas oportunidades. Lo que exige acrecentar el pensamiento lateral y la creatividad, aunque para ello haya que apelar a gentes ajenas a la organización. O incluso tratar de aprovechar la frescura mental de los que están dispuestos a hacer de aprendices en unas condiciones que más parecerían propias de una esclavitud suavizada, dados los horarios y retribuciones que se estilan, que de un mercado laboral que cree en el valor de las personas y de su capacidad para generar conocimientos y nuevos saberes.

De ahí que en la forma que las empresas tratan a sus pasantes, se puede deducir hasta qué punto creen en esas aportaciones. Mientras que es fácil deducir que no les va una higa en ello si lo único que esperan de los recién incorporados es que se inserten superficialmente en las tareas y se les ahorre, dado que van a ser flor de temporada, que cavilen sobre complejidades y problemas mayores. Con lo que ellos, en correspondencia adecuada, suelen acudir a tales prácticas convencidos en que las mismas no pasarán de ser un mero trámite a cumplimentar para ver si con él pueden llegar a integrarse en un mercado precario. En el que en muchos casos les requerirán para cometidos que precisan menos conocimientos y habilidades que los que es probable que atesoren, pero que, sin duda, contribuirán a enseñarles que no es cuestión de comprometerse demasiado. Ni intentar superarse, dado que es muy probable que nadie vaya a valorar su entusiasmo ni las retribuciones que reciben o las expectativas que se les dibujan dan pie para pensar que se valoran favorablemente sus talentos y dedicaciones.

Pero con ser patente que este tipo de apreciaciones de lo que hacen los nuevos pasantes da idea de la fe que tienen algunas empresas en las capacidades humanas, es todavía más preocupante comprobar que algunas corporaciones que favorecen tales prácticas no dudan luego de afirmar sus compromisos con sus responsabilidades sociales. Y no reparan que no se puede alardear de tales cuando con su negligencia en contribuir a desarrollar las actitudes profesionales positivas de los jóvenes no hacen más que mostrarles una realidad empresarial que a lo que induce es a ir perdiendo la ilusión de desarrollar una vida profesional comprometida. Lo cual supone la externalización de un coste social incalculable y con mayor riesgo colectivo que el que provocan esas mismas corporaciones prejubilando a gentes con capacidades productivas evidentes.

Como si en ambos casos se quisiera resaltar que se pueden despilfarrar talentos y ánimos y luego seguir haciendo impunemente memorias corporativas de responsabilidad social. O decir en el prólogo de las de siempre que el principal activo a mimar es el capital intelectual.

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