El mal francés
En Francia pintan bastos. El pasado día 13 hubo huelga general. Todo parece indicar que volverá a repetirse el próximo 25. La protesta social viene de la anunciada reforma del sistema de pensiones, reforma que es más bien liviana, porque no hace sino introducir breves retoques, alargando el número de años de cotización necesarios para obtener la pensión máxima, determinar la edad de 16 años como inicio de cotización para obtener pensión antes de los 60 años, así como la modificación de la pensión mínima. Cuando el sistema hace crisis, haciendo insostenible financieramente el sistema de reparto en las pensiones, como consecuencia del cambio demográfico, las soluciones son traumáticas. No hay más remedio que aumentar ingresos y disminuir gastos. Aunque los sindicatos se empeñen en no querer saber sumar.
La bronca es tan seria que puede dar lugar, y es lógico que ocurra, a la convocatoria de un referéndum. Cuyo resultado puede ser estremecedor, porque si lo pierde el Gobierno, supondrá la vuelta atrás y la necesaria quiebra económica del Estado. Realmente el panorama es estremecedor. Mal lo tiene Francia, porque tras las disparatadas reformas de la jornada de trabajo que hizo Jospin, la situación de competitividad de la economía francesa entrará en crisis a menos que la sensatez vuelva a su cauce y el Gobierno gane el envite.
Aquí solemos seguir el ejemplo de lo que pasa en el país vecino. Nuestros males son bastante parecidos y los arreglos también. Viendo lo que pasa en Francia podemos extraer conclusiones clarísimas: no habrá renovación del Pacto de Toledo, a menos que el acuerdo que se alcance sea tan ligero que haga que no sirva para nada. Pensemos que en Francia se evalúa el coste de la reforma en 15 millardos de euros, y en España casi esa cantidad es el agujero de la Seguridad Social Agraria. Es absurdo creer que ningún grupo político se embarque a estas alturas de la legislatura en propuestas que requieren bisturí, porque el riesgo es palmario, que pase aquí lo que pasa ahora allí.
Otra conclusión se revela, que en la siguiente legislatura se tendrá que abordar necesariamente, salvo que se pretenda el suicidio de nuestra economía, la reforma del sistema de pensiones, que, como sabe cualquiera que tenga dos dedos de frente, es inviable a medio plazo. Aplicando los tiempos políticos, y considerando las elecciones generales en abril o mayo de 2004, se afrontará en el segundo periodo de sesiones de ese año o en el primero de 2005 el problema. Los sindicatos son similares en los dos países, luego vamos a tener una primavera dentro de dos años caliente, caliente, caliente.
La ventaja de la anticipación francesa nos viene muy bien. Va a ser como una máquina del tiempo que permite examinar el futuro sin vivirlo. Sabremos si habrá o no acuerdo; si la racionalidad llega -lo que es un suponer-; cuáles son los términos de la reforma; cómo se desarrollan las movilizaciones sociales y, en fin, conoceremos el previsible resultado final.
Tenemos en nuestra tierra dos problemones básicos en materia de pensiones, uno el bache de 2015 y siguientes y otro la garantía de sostenibilidad del sistema a largo plazo. Que no se arregla haciendo el avestruz, ni con fondos de reserva, ni con inmigración. Como es conocido, los requeteoptimistas, es mejor decir ilusos, confían en el crecimiento ininterrumpido del PIB y la productividad. Pues bien, a estos señores se les está cayendo un jarro de agua fría con los recientes ejemplos de falta de crecimiento, incluso entrando en recesión, de Japón, EE UU y Alemania. Puede que el crecimiento tenga topes. Confiar a ciegas en un futuro de miel y rosas es disparatado.
Otro factor que hay que considerar es que el mal no es común a todos. No todos los Estados basan su sistema de pensiones en el reparto, como EE UU, Reino Unido u Holanda, o lo han reformado bien y a tiempo como Suecia. Lo que conduce a que las diferencias de competitividad pueden llegar a ser insostenibles.
Siempre hay que tener abierta una puerta a la esperanza y que en Francia se acaben pronto y bien sus problemas -por la cuenta que nos tiene-. También hay que reflexionar que el Gobierno francés está en un momento de verdadera prueba de fuego, mucho más importante que la de hace 35 años. ¿Porqué siempre en mayo?
Si gana el Gobierno, y también el alemán, podremos afirmar con seguridad que el verano de 2003 cambió radicalmente Europa.