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Presente

Transparencia

El Instituto Internacional para el Desarrollo de la Gestión concluye que el mundo no está en recesión, aunque nadie se lo cree. Carlos Solchaga encuentra la razón de la paradoja en la falta de transparencia

Hace unos días apareció el Informe del Instituto Internacional para el Desarrollo de la Gestión (IMD) de Lausana con el ranking de las naciones más competitivas al iniciarse el año 2003. España sigue ocupando un lugar semejante al que ocupaba un año antes, de hecho, ha perdido otro puesto en la lista, como ya hiciera el año pasado, pero sigue en el entorno donde uno esperaría encontrar a la economía española teniendo en cuenta el lento avance de la productividad y el bajo nivel de nuestra inversión en investigación y desarrollo.

Lo que me ha llamado la atención de las noticias que se han publicado sobre dicho informe es una frase del mismo que destacaba la información de El País y que me pareció una feliz descripción de la situación actual: 'La buena noticia es que el mundo no está en recesión. La mala es que nadie lo cree'. Y la razón de esta paradoja creo yo que reside, junto con la incertidumbre que todavía pesa en el ánimo de los agentes económicos y que se ha visto incrementada con la guerra de Irak y las consecuencias inquietantes que ahora se están viviendo, en la falta de transparencia en las actuales circunstancias. Esta falta de transparencia no afecta, como en otras ocasiones, a las economías de los países emergentes, sino a la de los países desarrollados y de manera fundamental a la de Estados Unidos, nación cuya recuperación es indispensable para acabar con el fantasma de la recesión.

Hay insuficiente transparencia en materia estratégica. Después de casi un mes en plena posesión del territorio iraquí por parte de las fuerzas anglo-norteamericanas, ni aparecen pruebas de armas de destrucción masiva ni se confirman conexiones entre el régimen de Sadam y el terrorismo internacional. Ello proyecta sospechas sobre los propósitos de EE UU y los aliados al desencadenar unilateralmente la guerra y sobre cuáles serán los límites de esta nueva estrategia, lo cual hace la situación más nebulosa y más incierta.

Existe también una falta de transparencia y de credibilidad en la política macroeconómica norteamericana. Apenas se van conociendo los datos aterradores del déficit público (200.000 millones de dólares, la cuarta parte del PIB de España, en tan sólo siete meses); todavía no se sabe cuál será la reducción de impuestos que aprueben las cámaras en un país donde la demanda se mantiene sobre la estimulación fiscal y financiera del consumo privado; el dólar sigue deslizándose peligrosamente a la baja desaconsejando la financiación internacional del creciente déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos. El nuevo secretario del Tesoro, John Snow, no parece más eficiente que su antecesor en el cargo del que se guarda escasa memoria. Y mientras, el margen de actuación de la política monetaria parece prácticamente agotado.

Existe, finalmente, una opacidad inquietante que se ha ido poniendo de manifiesto en los dos últimos años en los mercados financieros y en las prácticas contables de las empresas en EE UU. Aunque aquí, al contrario que en el tema macro, se están adoptando actitudes más firmes por parte de las autoridades, la opinión sigue todavía bajo el impacto de lo que ocultaba en este terreno la falta de transparencia.

Así no es extraño que siga habiendo un extendido escepticismo sobre el fin de la recesión. Así no es extraño que el juicio sobre la responsabilidad y el buen sentido de la Administración Bush vaya decantándose del lado negativo.

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