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Tribuna
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Quebraderos de cabeza para el dólar

Raimundo Ortega sostiene que la fuerte depreciación registrada por el dólar durante las últimas semanas provocará efectos encontrados, tanto en la economía estadounidense como en las europeas

A finales de la semana pasada, el dólar registró una depreciación frente al euro que superaba el 27% el tipo de cambio alcanzado en los momentos de máxima fortaleza del billete verde -allá por el comienzo del otoño de 2000-; es decir, su máxima pérdida de valor en los últimos cuatro años. Acuciado por el nuevo descenso en el índice de producción industrial en abril y la persistencia de un nivel de paro desconocido para la economía americana, y unos tipos de interés bajísimos la divisa estadounidense, ha perdido terreno frente al euro y el yen.

Semejante merma en su valor es tanto más relevante cuanto que, a diferencia de otras ocasiones en que la proximidad o la realidad de tensiones geopolíticas o conflictos internacionales favorecía la cotización del dólar; sin embargo, éste no ha sido el caso con la guerra de Irak.

No faltan, con todo, abundantes razones para explicar una pronunciada caída que se acentuó en 2002, pero los últimos acontecimientos no han hecho sino empeorar en el curso del presente año. En forma resumida cabría resaltar que la deuda externa estadounidense alcanza el 25% de su PIB y supera los 2,5 billones de dólares, a lo que se une un déficit por cuenta corriente del 5%. Y es que el año pasado, mientras las exportaciones americanas crecían a un ritmo del 2, 3% anual, sus exportaciones avanzaban, también anualmente, al 7,3%.

A Europa no le conviene una fortaleza excesiva del euro porque las economías del Viejo Continente no atraviesan su mejor momento

De seguir a esos ritmos, el Departamento de Comercio ha llegado a prever que para 2007 ese déficit supondrá el 7% del PIB y su deuda externa representaría, aproximadamente, el 65% de PIB.

La pregunta inmediata es bien sencilla: ¿cómo financiar semejante déficit? Sencillamente, el resto del mundo debería adquirir anualmente activos americanos por valor al menos de 500.000 millones de dólares, lo cual no resulta fácil habida cuenta de que desde el año 2000 el sector privado pasó de adquirir activos de ese país por valor de entre 950.000- 980.000 millones de dólares en 2000 anualmente a unos ridículos 60.000 millones el pasado ejercicio.

Si se tienen en cuenta las compras americanas en el exterior, la inversión neta de carácter privado en la economía yanqui alcanzó un valor de aproximadamente 315.000 millones de dólares en 2000, pero únicamente 15.000 millones en 2002.

El impacto negativo se aminoró, en primer lugar, gracias al interés mostrado por los inversores públicos extranjeros, que casi cuadruplicaron las compras de activos estadounidenses entre 2000 y 2002, y la reducción a la mitad de las compras americanas en el exterior -610.000 y 380.000 millones, respectivamente-.

Semejante situación retrata un panorama ciertamente complejo para la tan necesaria recuperación de la economía mundial. Es indudable que un descenso moderado del dólar beneficiaría a la economía de ese país, siempre y cuando la inflación continuase en una zona aceptable para la Reserva Federal. Otra cosa sería un descenso continuado de la divisa americana, pues ello seguramente provocaría que los inversores extranjeros exigiesen rentabilidades más elevadas caso de continuar incrementándose el riesgo de comprar activos denominados en dólares, y todo sin mencionar los peligros que la política presupuestaria de la Administración republicana supone. A cambio, un dólar depreciado afianzará las exportaciones americanas y ayudará a reducir paulatinamente el déficit comercial sin que, por el momento, el riesgo de contagio sobre los precios parezca preocupante. Pero es que tampoco a Europa le conviene una fortaleza excesiva del euro: las economías del Viejo Continente no atraviesan su mejor momento, concretamente sus llamados motores, como Alemania y Francia. Y es que se ha calculado que el incremento de un 5% en el valor del euro equivale, a efectos de crecimiento y de inflación, a un punto porcentual.

No está muy claro el efecto neto que un euro fuerte originará en las importaciones y exportaciones europeas y si todo ello aconsejará al BCE una nueva reducción en sus tipos de interés, decisión que sería, en principio, favorable para las citadas economías -aun cuando hay expertos que calculan que el estado de la economía germana es tan comatoso que necesitaría pronto tipos de interés reales negativos para que la política monetaria ofreciese una aportación efectiva a la recuperación de nuestro continente-.

Queda por aclarar una última incógnita, la referente a las modificaciones que estas variaciones en los respectivos tipos de cambio del dólar y el euro podrían provocar en los mercados financieros globales. Ya antes se hizo mención de los peligros que un derrumbe del dólar provocaría en Wall Street; a ello cabe añadir que la consiguiente fortaleza de la divisa europea probablemente no sería capaz ni siquiera de impulsar al alza nuestros mercados de valores.

Nos aguardan momentos difíciles a todos, pero la tarea que tiene ante sí el BCE nadie la desearía para sí.

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