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Presente

Posguerra C

Llegado el momento de la posguerra en Irak, Carlos Solchaga cree que la reconstrucción debe ser responsabilidad exclusiva de los ocupantes hasta que nazca una Administración bajo el amparo de la ONU

omo se había anunciado, la campaña de Irak ha sido de corta duración, aunque con daños colaterales, incluidos los de carácter cultural, francamente elevados no por comparación a los de una contienda del pasado, sino a los que cabía esperar de la superioridad tecnológica del sistema de armas de los aliados. En cierta medida una cosa impedía la otra: si se quería una campaña corta en la que se destruyeran rápidamente las defensas iraquíes, era prácticamente imposible evitar mayores daños colaterales.

En todo caso cuando escribo esto, caído el último reducto del régimen odioso de Sadam Husein, la ciudad de Tikrit, puede declararse formalmente iniciada la posguerra. æpermil;sta plantea un número de incógnitas de cuya resolución depende el éxito de la misma, medida desde los intereses y necesidades del pueblo iraquí, en primer lugar, y de su contribución a la paz en la región y al buen entendimiento a nivel mundial, en segundo término. Merece la pena enunciar algunas de ellas que ya han sido objeto de mi preocupación en anteriores artículos y que continuarán siendo causas de discordia en los próximos tiempos, aunque esperemos que de manera cada vez más atenuada.

Está en primer lugar, la organización de la Administración transitoria de Irak por parte de las fuerzas ocupantes, que no pueden dejar un vacío de poder entre la caída del régimen y el advenimiento de un gobierno democrático o un protectorado internacional de la ONU si no es a costa de graves perjuicios como los que hemos contemplado estos días en las calles de Bagdad, en los palacios públicos -aunque fueran de uso exclusivo de la familia de Husein-, la Biblioteca Nacional o el Gran Museo Arqueológico de Irak. Esta primera Administración que debe restaurar el orden público, poner en marcha los servicios mínimos, despejar las vías de comunicación y restaurar las telecomunicaciones, garantizar la distribución ordenada de la ayuda humanitaria, recomponer la actividad económica y, en particular, el bombeo y la comercialización del petróleo iraquí deber ser responsabilidad exclusiva de los ocupantes que tienen la última ratio en una situación posbélica de legitimación del poder de acuerdo con la Convención de Ginebra. Los demás países, incluida España, no deberían intervenir en estos asuntos, a excepción del reparto y la asistencia de la ayuda humanitaria, hasta que la administración de las fuerzas de ocupación fuera sustituida por una internacional basada en una resolución de la ONU tomada en el foro apropiado que seguramente sería el de una conferencia internacional bajo la advocación de la reconstrucción de Irak.

Esto nos lleva a una segunda incógnita: cuál debe ser el papel de la ONU y cómo debería configurarse el mismo a partir de este momento teniendo en cuenta la grave crisis en que se halla sumido el órgano principal de dicha organización: el Consejo de Seguridad. Lo que se haga no puede legitimar una acción ilegal ni puede dejar a la ONU en la situación de impasse actual. Es momento de favorecer actitudes creativas que permitan, sin caer en representaciones sentimentales, salvar lo que se pueda del orden internacional. Mejor será de momento dejar para más adelante la resolución de la incógnita del futuro de la OTAN y de su papel en la escena internacional. Las relaciones transatlánticas, se quiera reconocer o no, están gravemente dañadas y no van a mejorar con el actual equipo de gobierno de Washington. Pero aunque así no fuera no es concebible que ello llegara a suceder si no hay acuerdo primero entre los socios de la OTAN en relación con el papel de la ONU como responsable de la reconstrucción de Irak.

Para que ambas cosas puedan resolverse de manera satisfactoria en el momento procesal que corresponda, sin embargo, es crucial que cuanto antes se alcance un consenso sobre estos dos puntos en el seno de la Unión Europea y es obligación de los gobiernos implicados hacer el esfuerzo necesario para impedir una profundización de la crisis hoy latente en la propia UE. Por eso vuelvo a la tesis expresada en otro artículo anterior: empecemos por resolver los estropicios que la guerra de Irak ha causado en Europa.

Y, en fin, está el tema de si la posguerra de Irak es la antesala de la guerra de Siria o Irán y el de las posibles actitudes de respuesta de la población islámica de la región y de fuera de la región y su incidencia sobre el terrorismo internacional. Pero de eso y de sus impactos sobre una posible recuperación económica en los próximos meses hablaremos el próximo día.

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