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Tribuna
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Imprudencias, burbujas y deflación

Anselmo Calleja advierte de la existencia de una crisis de comportamiento en las primeras economías mundiales. Afirma que Europa debe, para evitar una situación crítica, actuar unida y no descartar medidas intervencionistas

La segunda parte del año -una vez apagado, es de esperar, el fragor de la batalla en Irak- será decisiva para la economía mundial. Como en los tiempos del choque petrolífero se va a atravesar un periodo crítico, pero entonces los factores de crisis eran muy concretos y palpables: la explosión del precio de la energía con la consiguiente crisis de oferta.

Esta vez el problema es más bien un choque de demanda debido a una falta de confianza que atenaza las decisiones de gasto de familias y empresas a pesar de unos tipos de interés prácticamente nulos en términos reales en los tres grandes bloques económicos mundiales. La situación se complica porque a los inquietantes fundamentos de las tres mayores economías mundiales se añade una crisis de comportamiento.

En estos últimos años muchos dirigentes importantes de la economía mundial han preconizado la eficacia como norma a seguir y la prudencia como regla en la toma de decisiones. Pero en la práctica se han transgredido de tal forma estos pilares del comportamiento que asistimos a una crisis totalmente original.

La idea de que de la guerra fuera a surgir un rápido estímulo de la demanda se ha desvanecido en las arenas del desierto iraquí

El primer ejemplo de incumplimiento de estas reglas, sobre todo de la última, lo ha dado Japón. Llevada por la euforia de un fuerte crecimiento, la banca de ese país permitió un endeudamiento excesivo de empresas y familias para financiar inversiones en el mercado inmobiliario y en la industria. Las burbujas que como consecuencia se fueron creando en los mercados mobiliario e inmobiliario acabaron haciendo explosión, llevando al desplome del valor de los activos de la banca, a la caída de la economía en el agujero negro de la deflación y a un marasmo económico que dura más de 10 años.

Este deterioro de la economía no se produjo de la noche a la mañana. Fue un proceso gradual que se hubiera podido evitar si el Banco del Japón en su competencia prudencial hubiera evitado la excesiva concentración de riesgos que, sin duda, tuvo lugar en el sistema bancario nipón.

Es muy probable que una actuación igualmente deficiente del Bundesbank en su vertiente supervisora haya sido la causa de la aguda crisis de la banca alemana que ha endurecido significativamente las condiciones de los préstamos que, como la demanda interna, llevan bastante tiempo estancados. El deterioro del valor de los activos bancarios en este caso es la consecuencia de la elevada morosidad de una masiva concesión de créditos (estimulada por los poderes públicos) para financiar grandes inversiones en la Alemania del Este tras la unificación y que, sin duda, superaron los límites prudenciales de concentración de riesgos.

Es tan obvio el peligro de que en esas circunstancias el estancamiento económico degenere en deflación que para sanear la banca personalidades relevantes del mundo financiero han propuesto la creación de un ente estatal que se haría cargo de sus activos morosos con la consiguiente inyección de capital.

Pero el remedio puede ser peor que la enfermedad. La aplicó Italia en similares circunstancias después de la Primera Guerra Mundial y el resultado fue el IRI (imitado mucho después en España bajo la forma del INI) con todas sus secuelas de empresas y bancos públicos. No parece que así se fomente la mayor flexibilidad que tanto necesita la economía alemana.

Parece pertinente señalar el contraste entre la inacción prudencial de los bancos centrales de esos países y la oportuna y decidida actuación del Banco de España cuando, como guardián de la solvencia de la banca, intervino Banesto para evitar que su situación crítica contaminase el resto del sistema financiero español. Es muy posible que la diferencia entre la deficiente actuación supervisora de los bancos centrales de esos países y la diligencia con que actuó el Banco de España explique en parte la diferencia entre el estancamiento del crédito en Japón y Alemania y el fuerte crecimiento que viene registrando España. Hay que señalar, sin embargo, la excesiva expansión del crédito hipotecario por la burbuja que se puede estar formando en el mercado inmobiliario. El tipo de interés negativo en términos reales hace que se esté infringiendo la regla del mercado más elemental, ya que la compra de viviendas está creciendo con el aumento de los precios.

Se puede llegar así a una situación delicada tanto para la banca como para la economía si un ciclo bajista en el mercado inmobiliario -tanto o más probable y fuerte cuanto más se prolongue el alcista- coincide con el estancamiento de la economía y las familias no pueden hacer frente a sus compromisos financieros. Y cuanto más se alargue el conflicto con Irak, mayor será la probabilidad de que la economía europea no se recupere de su actual letargo y entre en recesión con las lógicas consecuencias negativas para la economía española.

¿Se puede hacer algo para mejorar unas perspectivas tan desoladoras? No cabe esperar una ayuda del otro lado del Atlántico. La idea de que de la guerra pudiera derivar un rápido estímulo de la demanda se ha desvanecido en las arenas del desierto iraquí.

En cuanto a Europa, la posibilidad de que su economía no llegue a una situación crítica depende hoy más que nunca de lo que ella sola y unida sea capaz de hacer moviéndose a lo largo de dos directrices. Una mayor coordinación de las políticas económicas nacionales, pasando de las ambiciosas declaraciones de Lisboa a los hechos, llevando a la práctica aquellas reformas sin las cuales el gran mercado europeo no existe. Después, y aunque el mercado es un instrumento fundamental para el crecimiento y es necesario su extensión en el largo plazo, Europa no debe temer recurrir a intervenciones públicas limitadas y transparentes.

Con esta orientación existe una posibilidad discreta de que Europa no vaya cuesta abajo en la pendiente que se abre delante de nosotros.

Y en este trance sería de gran ayuda un nuevo Keynes o un círculo intelectual como el suyo, no para aplicar la política que él preconizaba, sino para ayudar a salir de algunas ideas viejas y aportar otras nuevas capaces de romper los actuales equilibrios institucionales que producen efectos económicos y sociales perversos.

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