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Columna
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Un peligroso fuego de distracción

Antonio Gutiérrez Vegara

Cada día que se prolonga la invasión de Irak por las tropas anglonorteamericanas se multiplica el número de víctimas y el horror de la guerra vuelve a representarse con todas las caras y cuerpos destrozados, de todas las edades, sexo y condición, que juntó Picasso en su Guernica. Genial y trágico simbolismo de la más segura de las consecuencias de cualquier guerra, que el embajador norteamericano ante la ONU se cuidaba de tapar en sus ruedas de prensa cada vez que defendía el ataque predecidido por su Gobierno.

Ahora no hay velo que pueda ocultar las imágenes de los cadáveres de los niños, mujeres, hombres, civiles y militares. Y mientras se constata esta terrible previsión de la mayoría de los países del Consejo de Seguridad, que propugnaban continuar la presión diplomática y las inspecciones hasta desarmar a Sadam, se desvela la falsedad de los augurios de la minoría belicosa que finalmente ha desencadenado la guerra.

No va a ser tan corta y escasa de víctimas como aventuraban; no ha habido rendición masiva del ejército iraquí a la primera embestida de las tropas invasoras sino regresos de civiles iraquíes desde Jordania para incorporarse al combate; no se encuentran armas de destrucción masiva y los misiles contra Kuwait, además de haber sido neutralizados fácilmente por anticuados llevaban cargas convencionales, sin embargo son los atacantes quienes lanzan bombas de racimo prohibidas por las convenciones internacionales. Bombardeos sobre mercados y barrios que ya han dejado sin el futuro de libertad prometido a muchas personas de un pueblo que vivieron una dictadura sanguinaria pero han muerto bajo bombas de los libertadores.

Catastrófico panorama que no desactiva por impotencia las manifestaciones de repulsa sino que las alienta y extiende cada vez más exigiendo a los Gobiernos implicados que paren esta guerra. También en España.

Pero el Gobierno del PP, en lugar de escuchar el clamor de la calle y atender las propuestas de la oposición, ha respondido con una maniobra de distracción ensombreciendo la pacífica masividad de la protesta bajo los despreciables episodios de violencia protagonizados por minúsculos grupos de descerebrados e imputando a la oposición haberlos azuzado.

Ya han sido detenidos el muchacho que atizaba con un jamón robado y el que rompía cristaleras con un extintor y ninguno tenía la más mínima relación con partidos, sindicatos, movimientos estudiantiles o plataformas que nutren las manifestaciones. Pero aún no ha ido al calabozo militante alguno de los grupos de extrema derecha que provocaron a la policía en la Gran Vía madrileña o los aislados por los estudiantes barceloneses en una concentración. Tampoco se conocen los resultados de la investigación para determinar las responsabilidades de un agente que golpeó brutal e injustificadamente a varias personas en Madrid.

Aunque empezara el Gobierno tildando de compañeros de viaje de Sadam Husein a la oposición en el Parlamento y las primeras bofetadas se escaparan en un mitin del presidente Aznar en Arganda para taparle la boca a un joven que osó gritar contra la guerra, a nadie se le ha oído responsabilizar al PP de la indeseable tempestad tras algunas manifestaciones o en varios de sus actos preelectorales por haber sembrado aquellos primeros vientos. Al contrario, todos los grupos políticos y sociales han condenado dichos altercados y aún han extremado más su celo para evitar que se repitan.

No obstante, han debido creer los dirigentes del PP que aventar los incidentes sirve para disuadir a la ciudadanía de acudir a manifestaciones y que achacárselos a la oposición difumina su responsabilidad en la guerra, desviando el debate hacia la radicalidad que les convierte en víctimas de la intransigencia de quienes siguen pidiéndoles que se desenganchen del núcleo agresor. Pero en su tacticismo han pasado a jugar con fuego.

Empieza a ser inquietante que personas como Jaime Mayor Oreja, de anterior trayectoria centrista y comportamientos moderados, haya llegado a esgrimir el fantasma de las dos Españas. La encarnada por el PP, 'que es el único partido que defiende la Constitución' y de cuya victoria en las municipales y autonómicas del 25 de mayo depende la unidad de España, frente a la representada por una 'izquierda radical y violenta' que junto a los nacionalistas proyecta una segunda transición enmascarada, por el momento, en la oposición a la guerra.

Lo de menos es el desliz de adjudicarle la pretendida segunda transición a otros, cuando fue su presidente y sólo él en todo el arco parlamentario, quien proclamó su necesidad cuando se preparaba para llegar al poder. Es más peligroso hacer de la Constitución, que cobija a todos los demócratas y garantiza el gran espacio de libertad que compartimos, una trinchera partidista desde la que atacar a todos los demás.

Es irresponsable inventarse esperpénticas alianzas para justificar su voluntario y cerril aislamiento político y social. Con ese fuego no sólo se puede quemar quien juega, sino que puede dejar tierra quemada en un país que necesita seguir fertilizando la democracia y necesitará disponer de amplios territorios para el consenso, aún más después de la guerra de Irak.

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