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Tribuna
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La guerra y la economía

Joaquín Trigo reconoce la importancia de la ruptura entre EE UU y parte de la UE, así como la producida en el seno de la ONU. Pero el autor sostiene que los intereses comunes son más fuertes que las divergencias del momento

En la guerra pierden hasta los vencedores. Para la economía siempre es un mal, aunque forzada por la necesidad. Los estudios empíricos que investigan sus efectos en la economía son concluyentes. Por más que en el proceso de reconstrucción parezca haber un fuerte crecimiento no es más que la recuperación de parte de lo perdido.

Las estimaciones más solventes (W. D. Nordhaus, Schroders...) acerca del coste de la guerra de Irak oscilan entre un mínimo de 121.000 millones de dólares, si la guerra es corta y favorable a Estados Unidos, y un máximo de 1,595 billones de dólares, si es prolongada.

En las cifras se incluyen gastos militares directos, pacificación, reconstrucción, ayuda humanitaria e impacto macroeconómico, pero se descuenta el efecto asociado al descenso en el precio del petróleo.

La subida inicial de la Bolsa, el descenso del precio del petróleo y la apreciación del dólar tras el inicio del conflicto reflejan la eliminación de un elemento de incertidumbre, el relativo al comienzo o no de la guerra, pero se abren otros acerca de su duración (que podría elevar significativamente el precio del petróleo y perjudicar el crecimiento y la estabilidad de precios) y de los efectos indirectos que aparecen paulatinamente.

Los altibajos posteriores abren una fase de alteraciones que se producirán de acuerdo con la evolución del conflicto.

La incertidumbre sobrevenida afecta ahora, entre otras cosas, a la recomposición del mapa de Oriente Próximo, a la posibilidad de que otros Estados amenazantes tomen nota de lo ocurrido o se les apliquen soluciones militares.

La posibilidad de represalias comerciales entre los países occidentales que han tenido diferencias de posición sobre la solución del conflicto parece remota, pero la fractura de la ONU es importante.

Actuar sin autorización de la ONU es algo que han hecho en el pasado reciente los países que amenazaron con su veto. La falta de legitimidad afecta tanto a los que ahora actúan como a los que hicieron poco o nada para aplicar resoluciones anteriores.

Ambos grupos y la institución en su conjunto han eludido el cuestionamiento por el genocidio auténtico habido en Ruanda y Burundi: esto recuerda lo ocurrido con la Sociedad de Naciones en el periodo entre las dos guerras mundiales. La ruptura entre Estados Unidos y parte de la Unión Europea, así como la que se produce en el seno de la ONU son importantes, pero los intereses comunes son más fuertes que las divergencias del momento.

Lo nuevo es que las discrepancias estén a la luz pública, como también ocurre con la Unión Europea, que aceptó participar en el conflicto serbio-kosovar sin aval del Consejo de Seguridad, pues la resolución habría sido vetada por Rusia.

Las discrepancias, sin embargo, no impidieron que en la reunión del Consejo Europeo celebrada en Bruselas los días 20 y 21 de marzo se adoptaran conclusiones interesantes para completar y ampliar el mercado interior en vísperas de la ampliación, construir la economía basada en el conocimiento y modernizar el modelo social europeo, entre otras.

El comienzo de la intervención se acompañó de la depreciación del dólar frente al euro, lo que indica que la capacidad de éste en tanto que moneda reserva aún es limitada y que la debilidad del crecimiento que registra no se acompaña de expectativas inmediatas de cambio de signo.

Ni las contratas de la reconstrucción de Irak ni el control del suministro del petróleo son base económica suficiente para dar cuenta del conflicto, máxime cuando la incidencia de la caída de producción de crudo en Venezuela tiene una influencia notable.

Esto no obsta para que el cartel del petróleo pueda romperse y se elimine una distorsión de los mercados que sería impensable en el ámbito de un país occidental. La causa de fondo es otra, y ahí, además del objetivo de seguridad, aparece una dimensión religiosa que no había tenido predicamento expreso en Estados Unidos.

En el periodo 1999-2001 el valor de los activos norteamericanos en el extranjero se redujo en 262.000 millones de dólares y el endeudamiento bruto subió en 366.000 millones de dólares. La posición neta de inversión internacional, por lo tanto, se deterioró en 628.000 millones. En 2002 y 2003 el doble déficit, público y exterior, la han deteriorado aún más. Si se añade el coste neto de la guerra, esto es, deduciendo la aportación que puedan hacer terceros países, el aumento de la deuda presionará al alza los tipos de interés.

La deuda de Estados Unidos, medida como compromisos financieros brutos, asciende en el ejercicio 2002, según datos de la OCDE a un 60,7% del PIB, mientras que en la Unión Europea sube al 69,9% y en la zona euro asciende al 72,8%. Sin embargo, el peso relativo de Estados Unidos hace que su aumento sea otro motivo de atención.

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