Movilizaciones sindicales europeas
Julián Ariza opina que el apoyo de Blair y Aznar a los planes belicistas de Bush conlleva también un alineamiento a planteamientos económicos propios de Estados Unidos. Advierte que está en juego la identidad social europea
Para el próximo viernes, 21 de marzo, coincidiendo con la anunciada reunión del Consejo Europeo, está prevista una nueva jornada de acción promovida por la Confederación Europea de Sindicatos (CES), bajo el lema 'Por una Europa social y del pleno empleo'. Con ella se pretende influir a favor de que en la fase final de los trabajos de la Convención, creada para deliberar sobre el futuro de Europa y para elaborar la que sería una Constitución europea, queden expresamente recogidos los contenidos del modelo social que nos diferencia para bien del resto del mundo.
Esta iniciativa movilizadora se ha cruzado con otra más urgente y de ámbito similar, acordada también por la CES en su reciente reunión del 6 y 7 de marzo en Atenas. Es la que hemos presenciado la pasada semana en forma de paros y manifestaciones en la calle y en la que, pese al escaso plazo para su preparación, han participado de una u otra forma en Europa varias decenas de millones de trabajadores y otros colectivos sociales. El motivo ha sido expresar el rotundo rechazo de los sindicatos a la guerra impulsada por Bush y secundada por sus no menos despreciables acólitos.
Una suma de iniciativas de semejante dimensión y, en algún aspecto, inéditas -es la primera vez que la CES convocaba explícitamente a un paro a nivel europeo- decididas, además, en tan breve intervalo de tiempo, ilustra la entidad de los problemas a los que en esta etapa se enfrenta la sociedad europea y el resto del mundo, de manera singular los trabajadores y sus organizaciones más genuinas. Aunque la patronal española, CEOE, descalificara el breve paro realizado el pasado viernes por considerarlo político y no laboral, lo cierto es que, sin negar su evidente relación con la política, entendida en su acepción más noble, resulta evidente que entre los efectos de esta guerra anunciada está la retracción de las inversiones, la desaceleración del crecimiento económico y sus efectos sobre el empleo, amén de algo de tan inquietante calado como el que en el nuevo orden mundial que se está intentando configurar -mejor sería llamarlo desorden- toda una serie de derechos laborales y sociales, incluidos los sindicales, sufrirían erosiones más o menos visibles.
Es palmario que la línea de actuación contra el terrorismo seguida desde el atentado a las Torres Gemelas se está saldando con el recorte de una serie de derechos y libertades fundamentales, no sólo en Estados Unidos. Y no es concebible que ese recorte no contamine el campo de lo social y laboral en todas partes.
Dentro del mismo orden de ideas hay que señalar que el alineamiento de Blair y Aznar con los proyectos de rapiña de Bush expresa no sólo la aspiración a llevarse un mejor trozo del botín, sino la atracción hacia un modelo como el de Estados Unidos, que de abrirse camino en Europa en lo social y laboral significaría un retroceso de medio siglo.
Resulta sintomático que, coincidiendo con sus posiciones belicistas, Aznar y Blair hayan coincidido también en anunciar que piensan presentar al próximo Consejo Europeo un documento conjunto en el que propondrán las prioridades que, a su entender, deben aplicarse sobre el mercado laboral.
Del signo de estas prioridades da idea saber que hablan de reformar el sistema de contribuciones y prestaciones a los desempleados 'para que acepten un empleo', que las subidas salariales reflejen la 'productividad y capacitación' del trabajador, así como que haya un equilibrio 'entre seguridad y flexibilidad para alentar el empleo'. En suma, se vuelve a las andadas en el propósito de recortar las prestaciones por desempleo, meterle mano a los salarios y facilitar mucho más los despidos. Se nota que el belicismo lo quieren practicar también con los trabajadores y sus sindicatos.
Por otro lado, nadie cuestiona que las consecuencias de la política del trío de la guerra las va a sufrir también el proceso de unidad europea. Es más, aunque en la actitud de Aznar se observe un complejo de inferioridad y una pretensión de sacar pecho apelando, como el niño del anuncio, al hermano mayor de Zumosol; es decir, aunque para sacudirse del inconsciente el enanismo político esté provocando irresponsables efectos sobre el devenir de Europa, en el caso de Blair es probable que quiera ofrecerle a Bush algo tan deseado por influyentes sectores de la Administración de Estados Unidos, como es que el proceso de unidad europea acabe frustrándose.
En este contexto puede entenderse mejor por qué la CES y las organizaciones encuadradas en ella se han convertido en uno de los fundamentales ejes vertebradores del rechazo a la guerra, a la par de seguir peleando para que Europa preserve y desarrolle su acervo social y político.
De lo dicho se desprende que para nosotros Aznar personifica hoy la involución social y política. Representa un riesgo para la democracia.