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Columna
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Sin estadísticas para explicar el terrorismo

Cuando todo parece indicar que va a iniciarse una guerra con el argumento de luchar contra el terrorismo internacional, resulta lamentable la falta de trabajos sobre las causas de dicho terrorismo, la carencia de estudios criminológicos sobre las tipologías de los delincuentes y de sus víctimas y, en general, el desconocimiento de características de auténtico valor descriptivo y explicativo del fenómeno terrorista.

Este vacío estadístico impide algo tan importante como anticipar las consecuencias que puede tener la guerra y objetivar sus efectos sobre la propia dinámica terrorista, cuestión sobre la que tanta divergencia existe entre los políticos partidarios de la guerra y la opinión pública mundial.

A pesar de que existen instituciones dedicadas al estudio del fenómeno terrorista, como la RAND Corporation y el Centro de Estudios sobre Terrorismo y Violencia Política de la Universidad de St. Andrews de Escocia, sólo se cuenta con series cronológicas de escaso valor explicativo y de relaciones nominales de grupos terroristas, atentados y víctimas que carecen de valor estadístico.

Entre las pocas tabulaciones disponibles están las que facilita el Departamento de Estado norteamericano, que en sus páginas de Internet aporta series de atentados del terrorismo internacional desde 1981 hasta 2001. Según estos datos, donde no se incluyen terrorismos locales como el de ETA ni los atentados palestinos en los territorios ocupados por Israel (que denominan violencia intraétnica), el mayor número de atentados ocurrieron en el periodo 1985-1988, donde se superaron los 600 anuales, el mínimo lo tuvo el año 1998, con 274 atentados, y el año 2001 registró un total de 348 atentados.

Durante este año, el mayor número de ataques del terrorismo internacional se produjo en América Latina, con 194 atentados, seguida de Asia y África, con 68 y 33, respectivamente, en Oriente Próximo 29, en Europa Occidental 17, en Norteamérica 4, centrados en el 11 de septiembre, y en Europa del Este y Rusia se registraron tres acciones del terrorismo internacional.

Pero los cuatro atentados que se registraron durante 2001 en territorio norteamericano no expresan hasta qué punto este país y sus ciudadanos son objetivos del terrorismo internacional. Siempre con datos del Departamento de Estado, en 2001 los ataques anti-Estados Unidos sumaron 219, un 64% del total. Cerca del 90% de estos ataques contra intereses norteamericanos se dirigieron a sedes de negocios, como los dos del Word Trade Center, y apenas se registró una docena de atentados que tuviera como objetivo sedes gubernamentales, diplomáticas o militares.

A pesar del escaso valor explicativo de la información estadística disponible, datos como los anteriores mueven a reflexionar, por ejemplo, sobre qué rasgos diferencian a los países que son principales objetivos del terrorismo internacional, como Estados Unidos, Israel y, en muy inferior medida, Rusia, de ese otro gran grupo de países, incluida España, que hasta ahora no han sido objetivo de este tipo de terrorismo.

Si se hiciera este análisis, las posiciones que defienden la guerra para ganar seguridad quedarían en evidencia frente a la intuición popular, y la de muchos analistas políticos, que señalan como posibles causas del terrorismo problemas que, precisamente, una ocupación militar puede acrecentar.

Pero no será fácil pasar de las intuiciones a la evidencia estadística. Como se ha puesto de relieve en la VI Asamblea General de Naciones Unidas, ni siquiera es posible un acuerdo sobre la propia definición de terrorismo. Algunos países del denominado Tercer Mundo se niegan a incluir en el terrorismo los actos armados que tengan como fin la liberación y autodeterminación de los pueblos que son objeto de agresión o de colonialismo, lo que dejaría fuera las acciones palestinas, chechenas y hasta algunas otras como las etarras.

Otros países, en este caso del mundo desarrollado, impiden que se consideren como terrorismo las acciones armadas que pueden llevar a cabo los Estados en defensa de su integridad territorial o de su supervivencia, lo que traería consigo dejar de computar acciones israelíes, rusas, norteamericanas o las protagonizadas por Pinochet y Videla contra sus pueblos.

Sin acuerdo sobre la mera definición del terrorismo, y a la vez con unas posiciones tan crispadas, resulta imposible que podamos contar con datos explicativos del terrorismo.

O que, como es habitual en el estudio de otros fenómenos, podamos buscar las relaciones que existen entre el terrorismo, por un lado, y determinadas situaciones económicas, políticas, sociales y religiosas, por otro, que es el único camino para salir al paso de los juicios maniqueos que simplifican la realidad de modo tan peligroso.

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