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Tribuna
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Los agricultores..., esos desconocidos

Por primera vez se han hecho públicos importantes datos sobre la estructura fiscal de los agricultores españoles (*). Su trascendencia proviene de que la propuesta de reforma de la política agraria común incluye 'la estabilización de las rentas agrarias', en abstracto, entre sus objetivos estratégicos. Lógicamente deberíamos solicitar a la Comisión Europea que suministrara datos globales y por países sobre la realidad de la renta de los agricultores europeos que permitieran abordar un análisis en profundidad sobre la materia. Sin esta perspectiva, el análisis de la estructura fiscal de los agricultores españoles puede ser malinterpretada. Pero es preciso arriesgarse, dada la necesidad de orientar adecuadamente la próxima reforma.

Hay que destacar que se confirma la relevancia de la 'agricultura a tiempo parcial', como se deduce de la simple observación de la realidad del campo. Un 66% del millón (1.020.392) de contribuyentes declara rendimientos agrarios inferiores al 50% de los totales, en estimación objetiva. Se trata, además, de agricultura a tiempo parcial pequeña, ya que el 86,3% declara ingresos agrarios menores de 10.000 euros. Profundizando en esta pequeña agricultura se deduce que el 45% de todos los agricultores españoles que han declarado rendimientos agrarios inferiores a 4.000 euros, éstos representan en el promedio de cada estrato menos del 10% de sus rendimientos netos totales.

De cualquier modo, se trata de rendimientos netos totales muy bajos, entre 9.000 y 9.600 euros de media, por lo que no cabe calificar esos ingresos directamente de marginales, aunque representen menos del 10% del total, sin tener en cuenta que se concentran en grupos sociales de muy baja renta total declarada y prescindir de ellos podría generar efectos sobre su nivel de bienestar. Por otro lado, descubrimos que el 34,1% de los agricultores declara ingresos agrarios superiores a 10.000 euros, y de ellos, además, para el 73,5% (255.929) superan la mitad de los totales.

Con datos medios por estratos, podemos profundizar en esta agricultura más rentable. Considerando el 13,3% de los contribuyentes que declaran ingresos agrarios superiores a 30.000 euros, se deduce que en promedio éstos tienen rendimientos netos que dependen entre un 70% y un 83% de sus rendimientos agrarios. Bien es cierto que se trata también de un colectivo heterogéneo, ya que sus rendimientos netos, por agricultor medio de cada estrato, varían entre 11.400 y 68.750 euros. Este es el colectivo que, en principio, podría sustentar una agricultura competitiva.

Las consecuencias provisionales a sacar de estos datos, a partir de los que deberán efectuarse numerosas y complejas elaboraciones, son muy preocupantes para los responsables de la política agraria futura. Es muy probable, lo sospechábamos muchos, que no sea posible compatibilizar los objetivos de la PAC que propone la Comisión: competitividad, sostenibilidad y multifuncionalidad de la agricultura europea.

Las razones son obvias, estabilizar el colectivo de 'pequeños agricultores a tiempo parcial', sobre los que se apoya básicamente el paisaje y la 'multifuncionalidad' de la agricultura es en gran medida incompatible con el desarrollo de una agricultura empresarial y competitiva que aconseja no dificultar la concentración hacia la constitución de unidades de explotación viables, en un escenario de creciente desprotección arancelaria.

Cuando se analizan los efectos de la política agraria sobre los precios de la tierra se observa un reforzamiento en la rigidez de las estructuras de las explotaciones, especialmente en la importancia porcentual de la pequeña agricultura a tiempo parcial. Se habla mucho de la mejora de las estructuras agrarias, pero en 40 años, a pesar del intenso proceso de abandono, la estructura porcentual de las pequeñas explotaciones se mantiene. Entre el Censo Agrario de 1962 y el de 1999, las explotaciones agrarias de menos de 10 hectáreas en España siguen siendo aproximadamente el 80%, a pesar de que la agricultura ha perdido más del 75% del empleo que generaba a principios de los sesenta, casi 3,5 millones de ocupados. La escasa relevancia productiva de este colectivo no debe ocultar el hecho, políticamente relevante, de que serían muchos agricultores los afectados por una política agraria de fomento de la concentración empresarial.

La agricultura española y europea navegan en los procelosos mares del mundo actual sin brújula. Por mucho que insista la Comisión e intente convencernos de que dispone de un 'modelo de futuro', cada día es mas evidente que no es cierto o que, al menos, su modelo es incoherente e inviable. Y la razón fundamental es que la Comisión puede saber mucho de mercados agrarios, pero desconoce la realidad de las estructuras agrarias europeas, no sabe apenas nada de los agricultores, esos desconocidos que tienden a adaptarse a los continuos y bruscos giros de timón.

El ejemplo notable es la 'estrategia de modulación de las ayudas'. Desde 1999, en que se aprobó la Agenda 2000, los agricultores intuyen que las ayudas directas más elevadas van a ser recortadas gradualmente, en algún momento aún incierto. Es lógico que aquellos que podrían haber sido víctimas de tal medida hayan adoptado contramedidas. A la larga, ya lo veremos en futuros censos decenales, es muy probable que retroceda el proceso de concentración empresarial de la agricultura europea, lo cual será todo un símbolo de nuestra adaptación al proceso de globalización económica.

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