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Columna
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Vuelta a la política industrial

Joaquín Trigo percibe un aumento de la sensibilización en la UE respecto a la política industrial. Considera que ésta se debe impulsar, dado el menor crecimiento de la productividad europea o el traslado de fábricas al exterior

Tras años de inhibición y crítica a las políticas industriales de corte tradicional, han aparecido propuestas que aconsejan volver a actuar con medidas que tuvieran en cuenta las peculiaridades de cada actividad. Las primeras respuestas pasaron por la reiteración de frases hechas de corte como 'la mejor política industrial es la que no existe'. En los últimos meses, sin embargo, la sensibilidad de las instancias públicas ha cambiado, en parte por el efecto de la liberalización industrial en la balanza de pagos, pero también por la preocupación acerca del menor crecimiento relativo de la productividad en Europa y las implicaciones de la globalización de actividades.

La Comunicación de la Comisión Europea del 11 de diciembre de 2002 sobre La política industrial en la Europa ampliada es una clara muestra del cambio de sensibilidad. Se inicia con la constatación de que las metas fijadas en el Consejo Europeo de Lisboa son la base de 'la aptitud de Europa para mantener y desarrollar su competitividad industrial'. Respecto a la industria europea, dice que 'el bajo crecimiento de su productividad constituye un grave motivo de preocupación'. Centra la atención en tres aspectos: estar en la vanguardia del conocimiento, ser más innovador y desarrollar la capacidad emprendedora. Reitera que la política industrial 'por naturaleza es de carácter horizontal', pero añade que debe tener en cuenta las necesidades y características específicas de los diferentes sectores, por lo que 'la política implica necesariamente una base horizontal y, al mismo tiempo, unas aplicaciones sectoriales'.

En la medida en que los consejos de la Comisión se tengan en cuenta, las otras políticas comunitarias, tales como la de competencia, mercado interior, investigación y desarrollo, educación y desarrollo sostenible, deberían contribuir al mismo objetivo de reforzar la competitividad.

Sin barreras comerciales ni aranceles, la combinación de mejor tecnología y mano de obra barata y hábil lleva a la deslocalización de la actividad

Lo expuesto está en las antípodas del proteccionismo. Las restricciones al comercio internacional han perjudicado a los consumidores, han debilitado el impulso innovador y reducido la presión para mejorar la eficiencia y la calidad. Por eso, la nueva orientación es contraria a una vuelta atrás. Su impulso se explica por al cambio en el contexto político (ampliación de la UE), por la voluntad de contrarrestar la desaceleración que sufre la productividad en la UE y por la necesaria contribución al desarrollo sostenible de la UE.

La pretensión está en conseguir, a la vez, aumentos significativos de eficiencia con mayor protección al medio ambiente y la contención de precios, al mismo tiempo que diferenciación de productos.

Paralelamente se resalta la interdependencia entre industria y servicios. æpermil;stos han tenido un crecimiento del empleo muy superior al de la industria, en parte por externalización de actividades, pero en muchos casos dependen directamente de la industria, especialmente los relacionados con I+D, pues las nuevas aplicaciones tecnológicas se introducen y adquieren valor en la industria.

La globalización aporta un acicate especial. Históricamente la producción de cada país se basaba en contar con algún factor de producción específico, fuera materia prima, coste laboral o cercanía a los mercados. En la actualidad se puede combinar todo gracias al abaratamiento del transporte y las comunicaciones, unido a la posibilidad de localizar la producción en cualquier sitio. Basta pensar en empresas chinas instaladas en Vietnam y utilizando maquinaria alemana de última generación.

Las diferencias de calidad en la producción dejan de existir si el precio sube y estimula el cuidado en la producción, el cumplimiento de plazos de entrega y otras exigencias.

Sin aranceles ni otras barreras comerciales, la combinación de la mejor tecnología con mano de obra hábil y barata, ligado a una gestión que se mueve con facilidad en todos los países, lleva a la deslocalización de actividad y las empresas industriales se convierten en empresas de servicios centradas en el marketing, logística, diseño y finanzas. Esta situación es transitoria, pues esos servicios también se pueden ubicar en áreas de menor coste, lo que no es más que una cuestión de tiempo. Si se tiene en cuenta que ya hay maquiladoras que abandonan el norte de México por otros países de Centroamérica, en los que puede producirse a menor coste, y que en esos países ya están instaladas empresas coreanas y chinas orientadas al mercado de EE UU, se puede anticipar el futuro europeo.

El fomento de la innovación (que supone formación, investigación y espíritu emprendedor) y la creación de un entorno que permita a las pymes competir con las grandes empresas, crecer (o contar con mecanismos que compensen sus debilidades) para así poder penetrar y consolidarse en mercados externos, es requisito para crear empleo y riqueza.

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