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Columna
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Los dineros de la guerra

Ya lo dijeron los hermanos Marx: más madera, que esto es la guerra. Ahora The New York Times lo repite en un editorial titulado A Pentagon spending spree. Explica el editorialista que nadie quiere en estos momentos, cuando EE UU se enfrenta a graves amenazas externas, recortes que afecten al Pentágono pero señala también que los últimos Presupuestos del Departamento de Defensa son del todo excesivos. En seguida analiza el destino de los 380.000 millones de dólares que van a financiar indiscriminadamente las nuevas armas del futuro, las del pasado y las de una generación intermedia que resultarán obsoletas antes de que se inicie su producción. Además sucede que estas ingentes dotaciones para nada incluyen los gastos de la intervención militar en Irak y que las asignaciones para la guerra contra el terrorismo y otros programas de defensa suponen cifras adicionales que elevan la suma anterior a los 400.000 millones de dólares.

Interesa seguir a un prestigioso profesor de Harvard y reputado analista como Paul Krugman, que en las páginas del citado rotativo se refería a los Presupuestos presentados por la Administración Bush la pasada semana como un buen ejemplo de la renuncia permanente a asumir las responsabilidades para resolver los problemas que encierran dificultades.

Cuando las perspectivas se deterioran, Bush opta por cambiar de asunto. Asombra, además, conocer en el libro Bush at war, escrito desde dentro y por encargo, de uno de los periodistas que levantó el caso Watergate, cómo es el proceso de toma de decisiones del grupo que maneja los hilos en Washington. Y el asombro tenemos asumido que es el principio del filosofar, actividad de primera necesidad más aún en estos tiempos. Al menos desde Aristóteles, como recuerda Xavier Zubiri (véase su último libro publicado, Sobre el problema de la filosofía y otros escritos, 1932-1944. Alianza Editorial, Madrid 2002), 'saber es algo más que discernir y definir, sabemos algo plenamente cuando, además de saber qué es, sabemos por qué es'. A partir de ahí queda, pues, clara cuál es la magnitud de nuestra ignorancia respecto a la política de Bush.

Krugman subraya como catastrófico el deterioro de las perspectivas presupuestarias a largo plazo de las que resulta la inevitable ruina fiscal a partir del momento en que empiecen a jubilarse en número apreciable los nacidos cuando el baby boom. Entonces se pregunta si se reconsiderarán las reducciones de impuestos o si se expondrá al pueblo americano la forma en que se eliminarán las ayudas de la Seguridad Social y los gastos en atenciones médicas.

Para salir de este atolladero Bush podría recurrir a nuestro ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, quien tiene un modelo ad hoc trazado a partir de la curva de Laffer, según el cual el efecto de reducir los impuestos a los ciudadanos es precisamente el de incrementar la recaudación fiscal del Estado.

Entre tanto, la Casa Blanca al parecer ha optado por decidir que los déficit presupuestarios carecen de importancia y, para ahorrarse negruras en el horizonte, ha dejado de dibujar proyecciones a largo plazo y las ha limitado a un quinquenio, con la precaución, para aligerarlas, de excluir los costes de la guerra de Irak.

Considerada desde el otro lado del Atlántico, tal vez esa omisión cobre sentido si la Administración Bush calcula que serán los países acompañantes en la coalición los que deban correr con la factura de la intervención militar en ciernes. Así fue en 1991, cuando la primera guerra del Golfo, cuando hubo que sacar a Sadam Husein de Kuwait y los entusiastas de ahora, encabezados por Aznar, Blair y Berlusconi, es de esperar que hagan en plazo sus contribuciones de acuerdo con su acreditado sentido de la responsabilidad.

Otra cuestión muy distinta es la de analizar si la mera acumulación de armas aporta mayor seguridad. Si al crecer los desequilibrios los que ganan en fuerza obtienen mayor seguridad frente a los que resultan aún más debilitados. Porque hay cada vez más pruebas de que la debilidad de los demás llevada al extremo les hace mucho más peligrosos.

Como explicaba en junio de 2001 en Toledo la subdirectora de Asuntos Estratégicos, Seguridad y Desarme del Quai d'Orsay, Salomé Zurabichvili (véase su intervención en el XIII Seminario Internacional de Defensa, recogida en el libro Nuevos retos a la seguridad global), a propósito de la guerra limpia, 'cuanto más fácil sea intervenir militarmente sin correr riesgos propios, causando al mismo tiempo los mayores daños al enemigo, éste, sintiéndose totalmente inerme, tenderá a recurrir a cualquier medio porque el débil totalmente inerme se sentirá legitimado para recurrir en su respuesta a los medios más sucios'.

La vieja Europa que Rumsfeld abomina, capaz de impulsar el consenso sin fiarlo todo a las armas, puede generar menos odios y ser mucho más moderna y segura que la América de Bush. Atentos.

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