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Columna
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Desastres de la guerra

La guerra no sólo tendrá consecuencias económicas, sino también políticas. Carlos Solchaga cree que las relaciones entre Europa y EE UU y entre éstos y Oriente Próximo pueden entrar en una vía crítica

Frente a quienes plantean entre las consecuencias desastrosas de la guerra las económicas en primer lugar, cada día que pasa me parece más claro que los políticas van a ser más duraderas y más graves que aquéllas. Es verdad que el petróleo ya está subiendo por encima de lo que los niveles de demanda en estos momentos o las reservas en los países consumidores sugerirían como un precio normal y es también cierto que aunque la interrupción de la oferta del crudo venezolano ha contribuido a ello la principal causa de esta subida es el escenario de guerra inminente en Irak. Sin embargo, si Rusia y la OPEP aumentan su producción como parecen dispuestos a hacerlo y la oferta venezolana se reanuda, no es probable que la subida pueda ser muy grande -digamos por encima de los 40 dólares el barril- ni muy duradera si, como esperan los expertos, la campaña en Irak es de corta duración.

Sin embargo, a medio y largo plazo la restauración paulatina de la oferta del crudo iraquí en el escenario posbélico, la irrelevancia creciente de la OPEP en la determinación del nivel de producción y la posible apertura de nuevas rutas de suministros distintas de las del golfo Pérsico supondrían un shock positivo capaz de compensar y más que compensar las consecuencias de la guerra sobre el precio del petróleo a corto plazo o las que está teniendo sobre la ralentización evidente de la recuperación económica por el aumento de la incertidumbre en los últimos meses.

En el ámbito de la política, sin embargo, es cada vez más claro que dos de los grandes rasgos estructurales del equilibrio en el mundo actual -las relaciones transatlánticas entre Europa y EE UU y la integración creciente de la propia Europa- pueden entrar en una situación crítica. Igualmente importantes serán las consecuencias políticas de la guerra sobre Oriente Próximo y sobre las relaciones entre los países occidentales y los islámicos. No obstante, hoy es más difícil anticipar las consecuencias en estos escenarios que valorar las que ya se están empezando a producir en las otras dos piezas del entramado internacional a las que me refiero.

La OTAN se encuentra hoy bloqueada en su capacidad de respuesta a la solicitud estadounidense de apoyo para el caso de una intervención en Irak. Francia, Alemania y Bélgica impiden alcanzar una respuesta positiva en los términos solicitados por los Estados Unidos. Muchos norteamericanos piensan que la OTAN no es el órgano indicado para extender la influencia americana o la de los socios transatlánticos a otras áreas del mundo y quizá el actual conflicto les está cargando de razón. Pero, si no es la OTAN el foro adecuado y no se percibe otro en el horizonte inmediato, la consecuencia puede ser la justificación según la visión norteamericana del unilateralismo. Hay que suponer que esta falsa conclusión no será la que prevalezca. Pero el papel de la OTAN quedará en entredicho si no es capaz de encontrar en tiempo útil un consenso en su seno. Igualmente, el proceso de integración europeo, que pasa por el desarrollo indispensable de una política exterior y de seguridad común, está en peligro como consecuencia de los preparativos de la guerra.

Por un lado, la división de los países de la UE en torno al tema de apoyar la intervención armada en Irak es el peor caldo de cultivo para ir generando una política exterior común de todos ellos. Por otro lado, no es tan sólo que tal cosa tenga efectos negativos tanto hacia dentro -las relaciones entre los países miembros, incluidos los futuros socios- como hacia fuera -la creciente irrelevancia de la Unión Europea en la escena internacional-, sino que este proceso podría a su vez tener efectos muy negativos sobre las ya deterioradas relaciones transatlánticas. Porque es evidente que en la búsqueda de apoyo a su política la actual administración estadounidense no ha vacilado en obtenerlo a costa de poner en peligro la cohesión política de la Unión Europea.

Quizá convenga recordar a los dirigentes europeos la advertencia-profecía de Henry Kissinger en su último libro (1): 'la política de buscar una identidad europea mediante el desafío a los Estados Unidos funciona perfectamente si sólo una de las partes recurre a ella. Si los Estados Unidos tomasen represalias sistemáticas, como antes o después lo harán, la tensión con la Unión Europea y, todavía más la tensión dentro de la Unión Europea, podría llegar a ser severa'. Verdaderamente hemos tropezado con el tipo de gobierno en los Estados Unidos que parece dispuesto a hacerlo y más vale que los europeos nos hagamos a la idea.

(1) Does America need a Foreign Policy?

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