Lula y el gobierno corporativo
Cuando las discusiones económicas están inmersas en la búsqueda de fórmulas para devolver la calma a los mercados, el nuevo presidente de Brasil Lula da Silva se presentó en el foro económico de Davos con un objetivo para su país que parece una propuesta para todo el mundo económico. Las discusiones en Davos tenían entre sus temas principales, por un lado, los retos empresariales y, por otro, propuestas de política económica. Por el lado empresarial se pedían opiniones sobre cómo mejorar los mercados de capitales y, específicamente, el gobierno corporativo. Las propuestas demandan actuaciones de los participantes en el mercado y de reguladores y gobiernos. Un mal gobierno de las empresas puede implicar desde la llamada falta de transparencia hasta corrupción, y puede evolucionar a lo largo de esos extremos.
Dentro del segundo tema, se han reclamado propuestas de política económica para encontrar fórmulas que contribuyan a reducir la pobreza, erradicar el sida o poner freno a la degradación medioambiental. El hecho de que las sesiones dedicadas al gobierno empresarial estuvieran separadas de las de política económica general parece avalar una concepción recientemente generalizada hasta el exceso de que el crecimiento es tarea del mercado y, en este caso, hay que tratar de restaurar la confianza defraudada; la intervención gubernamental se deja para resolver cuestiones sociales.
El discurso del presidente de Brasil abre otros debates, que son antiguos, pero que él puede volver a hacerlos actuales. Lula da Silva habló de su programa contra la pobreza y de su objetivo de dar de comer a todos los brasileños. Pero también habló de crecimiento económico, de inversión, de exportaciones, de competencia para todos. Puede parecer utópico, pero no tiene por qué serlo. Aunque necesariamente se requiere la cooperación de la comunidad internacional, de instituciones públicas y de entidades privadas. Brasil necesita préstamos, inversión extranjera. Promete reformas estructurales, lucha contra la corrupción, reglas económicas estables y transparentes, reforma de las instituciones. Señala que construir un nuevo orden económico internacional, con nuevos estándares éticos, no es sólo un acto de generosidad, sino de astucia política.
El progreso económico de los países desarrollados necesita del resto del mundo. El crecimiento económico de Brasil puede ser un factor dinamizador no sólo para los países de su entorno. Y el objetivo de reducir la pobreza y la desigualdad es compatible con el dinamismo económico. La pobreza se refiere a la población cuya renta es inferior a un mínimo aceptable; el umbral de pobreza puede estar en una renta per cápita anual inferior a 500-1.000 dólares.
En Brasil un 29% de la población es pobre. Luchar contra la pobreza implica elevar la renta por encima del mínimo de subsistencia y constituye un mecanismo positivo para el desarrollo.También lo es la reducción de la desigualdad económica, que se define como la distancia entre la media de la población y el individuo que está en la mediana de la misma. Las oportunidades productivas son diferentes según la posición en la escala de riqueza. Los más pobres no tienen ni las mismas oportunidades de educación, ni acceso a préstamos o a seguros para iniciar negocios.
En la década de los noventa estas ideas se han formalizado por los economistas. Estos modelos suelen compartir una característica: la inexistencia o la imperfección del mercado de capitales. Es decir, los más pobres no pueden acceder a actividades productivas debido a que los mercados de capitales fallan, por ejemplo, en las garantías contractuales o en la información y, como consecuencia, no se facilitan préstamos que podrían haber sido rentables. La combinación de desigualdad y fallo del mercado de capitales reduce la eficiencia productiva. El prestigioso economista Robert Barro ha encontrado evidencia empírica que avala que el efecto negativo sobre el crecimiento de la desigualdad es significativo en países pobres, aunque tiende a desaparecer por encima de un umbral de renta per cápita.
El mundo desarrollado busca fórmulas para mejorar el gobierno corporativo. Se trata de poner normas que favorezcan el buen comportamiento de los gestores de las empresas para que los inversores sigan confiando en los mercados de capitales. Hace bien Lula en conectar Porto Alegre con Davos. Los países pobres necesitan que los mercados de capitales corrijan sus fallos. Los países ricos saben que el crecimiento económico depende de la reducción de la pobreza y la desigualdad en el mundo.